Apenas medio millar de personas están censadas. Ojós, es el más pequeño de los pueblos de la Región de Murcia en número de habitantes, pero seguramente sea uno de los mejores en ofrecer un paseo por uno de los lugares con más encanto de todo el arco mediterráneo.

Cuando uno llega a Ojós, se traslada a otra época, como bien dice su alcalde. Una época en la que el tiempo se contaba por cosechas, regadíos y siembras, un lugar que parece sacado de un cuento de dibujos animados. Pocos lugares tienen en apenas unos pocos miles de metros cuadrados tanto que enseñar, tanto de lo que sentirse orgulloso.

Estoy convencido que si este enclave privilegiado, capaz de competir con el mejor belén viviente del mundo (y por qué no decirlo, capaz también de hacerte viajar en el tiempo y a tierras lejanas como pocos lugares tienen ese privilegio) estuviera en otro lugar, la gente iría en peregrinación a recorrer sus callejuelas, a oler su azahar, sentir el correr del río, o simplemente para sentarse en cualquier rincón con un café en la mano y a saborear sus especiales ‘borrachos’ (huevos, harina, azúcar y almíbar).

La mejor manera de conocer este maravilloso rincón del sureste español es dejándose llevar por los instintos; hablar con sus gentes y conocer historias de primera mano, como es el caso del juego de Las Caras, una tradición que se ha perdido. Yo he tenido la suerte de ir de la mano de María Isabel Palazón y Emilio Palazón, alcalde de esta localidad.

Aquí todo el mundo se conoce, para lo bueno y para lo malo, supongo. Un conocido me dice: «Miguel, aquí los plenos municipales podrían hacerse en una mesa de camilla».

Presencia de la Orden de Santiago

Si alguien quiere ver su Iglesia, con el símbolo de la Orden de Santiago sobre su puerta, cualquier lugareño le indicará como hacerlo. En el interior, una Dolorosa que se atribuye a la Escuela de Salzillo yace junto a los Santos Santiago, con su ‘palo batanero’, y Felipe, quien sostiene la Biblia. La mayor curiosidad: saber cómo sobrevivieron estas dos imágenes del siglo XVI. Por cierto, su Semana Santa, aunque humilde, tiene cierta originalidad.

El recorrido por Ojós puede comenzarse por cualquier parte. La cercanía entre lugares así lo permite. Les recomiendo, si hace buen tiempo (como suele ser habitual), que tomen un café en la terraza que está a los pies de su Centro Cultural. Se trata, por cierto, de un salón de actos que hace las veces de cine, y que incluso ha congregado congresos y que espera que esta maldita pandemia pase para volver a reanudar los proyectos previstos.

A pocos metros, ya solo se debe seguir el ruido tranquilizador del Río Segura para dejarse envolver por el encanto de lugar. A la izquierda se abre un camino de apenas media hora de duración para llegar hasta su particular puente ‘tibetano’, donde una tirolina (hay que avisar con antelación para poder hacer uso de ella por un módico precio) flota sobre un espacio único. Merece la pena hacer esta pequeña excursión por la orilla del río.

El centro de Ojós, postal para inmortalizar

Una vez cruzado el puente, tras girar a la derecha y recorrer unos quinientos metros, otro puente colgante les espera como si de una alfombra roja se tratase para llevarles al centro de esta localidad. Una postal magnífica para inmortalizar con la cámara del móvil.

Una vez atravesado este puente, un pequeño jardín a la izquierda les permitirá descansar unos minutos. A partir de aquí, el olfato y la vista harán su trabajo. Está muy bien indicado el recorrido, sus callejuelas, sus plantas (un detalle que el ayuntamiento regale los maceteros a quien los pide), su lavadero, su iglesia, sus plazoletas... todo conforma un conjunto especial, demostrando que no hace falta ir a los pueblos del Jerte o la Vera para encontrar rincones diferentes y únicos.

Cuando parece que el trayecto ha llegado a su fin tras sentarte junto a su lavadero, tocará cruzar la carretera para acercarse hasta el Jardín de los Expulsos, un lugar que encierra cientos de historias y que, siendo contadas, permiten conocen de buena mano la esencia de Ojós.

Imaginarse aquí una función de teatro, o mejor aún, que el pueblo organice alguna vez una semana de teatro o música de raíz, es fácil de vislumbrar. Justo al pie del Peñón nace una subida a través de una senda (actualmente está cerrada por un desprendimiento), que, tras diez minutos de recorrido, ofrece una vista del Valle de Ricote difícil de olvidar.

Llega la última parada: sentarse a probar los ‘borrachos’ que María José España y otros establecimientos elaboran con sus propias manos, pero entrar en esta especie de cajón de sastre donde guarda sus secretos es todo un descubrimiento. Me hizo oler una bergamota. Por cierto, lleven cuidado con su cabeza si entran.

Museo de los Belenes y Salto de la Novia

Ya solo nos quedan dos recursos más en el tintero. Es obligatorio conocer su peculiar Museo de Belenes, inaugurado en 2003 y que sigue albergando cada vez más figuras llenas de historias y donaciones. De hecho, el pasado año, cerca de diez mil personas lo visitaron, principalmente colegios, y es que ver a los más pequeños participar en el taller que realizan, según me cuentan, otorga una gran satisfacción.

Mucha gente conoce las leyendas que rodean el Salto de la Novia (siglos IV y V) a las afueras de la ciudad. Un lugar que merece la pena, pero que es mejor conocer previamente su historia. Parafraseando a Calderón de la Barca, podríamos decir: «Y las leyendas, leyendas son».

Texto dedicado a Isabel de Juan Pedro, que a sus casi cien años, aún cuenta historias del lugar a su nieta, mientras le brillan sus ojos verdes.

Dónde está Ojós