La Murcia vaciada la conforman esos pueblos y pedanías altas, sobre todo del Noroeste de la Región, en las que apenas encontramos 10 niños en 100 habitantes. Este fenómeno es cada vez más habitual. En su mayoría se ven abocados a lo mismo: escuelas cerradas a las que acudían tres o cuatro alumnos; la falta de infraestructuras y servicios como tiendas, consultorios médicos, cobertura móvil o wifi; unas carreteras de acceso complicadas; una población envejecida que asegura que en tiempos pasados las calles estaban repletas de niños; y los más jóvenes con un pie en la ciudad en busca de trabajo. Menos facilidades, menos habitantes; la pescadilla que se muerde la cola y da lugar a pueblos fantasma sin niños y sin vida.

Mayoritariamente, los pueblos que se encuentran alejados de las ciudades de Murcia y Cartagena sufren la despoblación a pasos agigantados, hasta llegar al extremo de haber perdido toda la población infantil. Algunos son repoblados por familias extranjeras del Norte de Europa, Portugal o Marruecos que encuentran en ellos el encanto de vivir entre la naturaleza, o de ella. Otros no tienen ni parques infantiles. ¿Para qué?, si ya no hay niños, ni los habrá. Muchos vecinos de estas pedanías afirman tristemente que su final es desaparecer.

Noroeste y Guadalentín

Jarales, Ortillo, Humbrías, Zarzalico y Béjar: dos niños

Estas cinco pedanías colindantes de Lorca tienen el mismo alcalde: «Yo era de Zarzalico, pero quedamos tan pocos que nadie se quería hacer cargo de las otras cuatro y me dijeron que me encargara yo de todas», declara Miguel Girona, que asegura que su trabajo es básicamente arreglar los caminos de tierra que llevan a los pueblos y preparar las fiestas de Jarales y Zarzalico, pues las demás ya ni tienen por la falta de juventud.

«A la gente de hoy no le gusta la agricultura ni la ganadería», piensa el pedáneo, aunque las excepciones las encuentra en sus propios vecinos. Los dos únicos niños de las pedanías, José, de Humbrías, y Francisco, del Zarzalico, ambos de 12 años, quieren vivir del campo. «Mi hijo quiere ser tractorista», cuenta Ana García, la madre de Francisco. «José se entretiene ordeñando cabras, recogiendo leña y almendras porque no hay parques», explica su progenitora, Fabricia Tiago, portuguesa que acabó «entre pinos sin cobertura ni wifi» por su marido, que es oriundo.

Ninguno de estos cinco pueblos tiene consultorio médico, tiendas ni colegio. «Es imprescindible tener coche. Los niños van al cole de Puerto Lumbreras», dice Ana, «Fran puede salir a jugar sin miedo. Va en bici a casa de José, que está a 15 km de distancia», aún así, admite que, a veces, se siente solo.

Pinilla de San José: 7 niños

Esta pedanía situada a 13 Km de Caravaca de la Cuz ha perdido el 25% de su población estos diez últimos años. 153 habitantes y nueve niños. «Los trabajos se han desplazado a Caravaca. Este año hemos perdido la última tienda del pueblo», asegura el alcalde pedáneo José Antonio Gallardo, que vive con sus hijos de 10 y 12 años en el pueblo, «viven la naturaleza y una vida sana. Lo único que echo en falta es que haya más niños para que jueguen en las calles y usen menos la tecnología».

Este año, los padres de Pinilla están «rezando para que no cierre el colegio, porque tiene que entrar mi hija de dos años», dice Mª José Martínez. Al haberse matriculado solo tres alumnos, los padres están a la espera de saber si sus hijos tendrán que escolarizarse en otra pedanía. Hasta el momento, la Consejería de Educación no ha anunciado su cierre.

Benablón: 5 niños

La pedanía de Benablón, en Caravaca de la Cruz, se ha quedado en apenas 140 habitantes y cinco niños a pesar de ser «una excepción porque está muy bien comunicada y cerca de Caravaca», afirma la pedánea Mª Teresa Salcedo, «y varias familias inglesas se han mudado al pueblo».

A pesar de ello, solo queda el salón social y una tienda en el pueblo. Tienda que «en cuanto se vayan los veraneantes, va a sobrar», dice Ana Belén Salcedo, la propietaria. El colegio cerró hace 20 años. Los cinco niños que viven en Benablón los recoge un autobús escolar que los lleva a la pedanía de Barranda. Sus padres confirman que es «un lujo» porque son solo ocho niños. «Es como un colegio privado», alega la madre de Juan Carlos, de tres años.

A los niños les gusta vivir en Benablón, pero Ana Salcedo asegura que los padres se van «por la comodidad del colegio y las actividades extraescolares».

Sierra Espuña

El Berro: 5 niños

Conocido por el turismo rural, pues ahora solo vive de ello, en El Berro, de Alhama de Murcia, situado dentro de Sierra Espuña, son «menos de 100, la mayoría jubilados y cinco niños», afirma el alcalde, José López.

Es un pueblo con encanto en el que «la carretera es horrible, pero cuando ya subes aquí arriba, se te olvida y merece la pena», dice David Montalbán, el panadero de la pedanía y padre de uno de los cinco niños.

El mal acceso, la falta de trabajo y de cobertura móvil son los causantes de que la pedanía se vacíe. Muy a su pesar, José Sánchez y su hijo de 15 meses tendrán que irse «a vivir donde encuentre trabajo. En diez años aquí no queda nada. Ojalá el crío se pudiera criar en El Berro». Han cerrado el colegio, por matricularse solo dos alumnos, y el consultorio médico por el coronavirus. Gebas, su pedanía vecina, no tiene ni un niño.

Campo de Cartagena

Los Beatos y Los Infiernos: 11 y 5 niños

El Campo de Cartagena no se ve afectado por la despoblación, pero existen pedanías que, si no fuera por la repoblación de familias marroquíes que trabajan en la agricultura, encontraríamos sin niños.

Es el caso de Los Beatos de Cartagena, unos 50 vecinos y 11 niños, y Los Infiernos de Torre-Pacheco, alrededor de 24 habitantes y 5 niños. «Tenemos varias familias de moricos, muy majos, vecinos desde hace 20 años. Sus hijos han nacido en el pueblo», dice Olaya López, vecina de Los Beatos.

La población infantil en Los Infiernos se debe a las familias extranjeras. A pesar de que podrían considerarse del pueblo, los vecinos oriundos no han querido coger confianza con ellos.

Vega Media

El Rellano: 6 niños

«Dos, cuatro, siete... A lo mejor me he pasado». Y, efectivamente, Consuelo Salar, vecina con dos niños, se pasa al contar los pequeños que viven en El Rellano de Molina de Segura.

El pueblo, de 95 habitantes, ha perdido sus tiendas, bares, el consultorio solo abre dos veces en semana, los niños van al colegio del Fenazar y no tienen ni parque ni pista deportiva. «Todos los niños me invaden la casa para jugar en mi patio al fútbol», manifiesta Mª Carmen García, de El Rellano. Pedanías vecinas como La Espada no tienen población infantil.

Comarca oriental

La Garapacha: 2 niños

La Garapacha de Fortuna, con 111 habitantes y dos niños, forma parte del Parque Regional Sierra de la Pila. Por ello, tiene dos hospederías para los senderistas y ciclistas que acuden los fines de semana. Un pueblo de montaña que «se vacía en invierno por el frío y sus habitantes vuelven en verano», cuenta Julio López, vicepresidente de la junta de vecinos.

La Garapacha no ha tenido trabajo desde antaño, pues los pueblerinos cambiaron las fiestas de julio a septiembre porque se iban a La Mancha a la siega. «Quién va a venir a vivir a un sitio sin trabajo. Quizás si algún día hubiera internet en la pedanía, la gente podría teletrabajar», reflexiona Julio, que desde la junta de vecinos han solicitado una antena para que el pueblo tenga cobertura y wifi.

«El más joven allí tiene 40 años», explica el pedáneo, Pepe Solar, hasta que hace dos años llegó la familia Dubois desde Francia, con Kaish y Daiana, de ocho y seis años. «Vinimos porque nos gusta España y los pueblos pequeños», cuenta Djeneba Dubois, la madre, que está muy contenta de vivir en La Garapacha, pero «para todo hay que ir a Fortuna. No hay médico, tiendas ni colegio». Djeneba pide un parque y campo de fútbol para los niños y una carretera más segura.

Los dos niños solo pueden jugar en su casa y, a veces, su madre los lleva a la pedanía vecina de Las Casicas a jugar con su amigo: «Ellos solos no pueden ir, los tengo que llevar yo». Hay que tener coche para vivir en La Garapacha, pues el autobús pasa solo los martes.

Hoya Hermosa: 0 niños

Quedan 14 habitantes y hace cuatro años que no tienen niños en Hoya Hermosa de Fortuna. «Hace 15 años vivíamos 70 personas aquí», recuerda Manuel Maquilón, el alcalde pedáneo, «No hay familias jóvenes, aunque esta semana ha comprado una casa una mujer que llevaba un crío en brazos».

Mucha gente está comprando viviendas en el pueblo, como Naomi Strachan, de Inglaterra, que encontró por internet una casa en venta y la compró porque «mucho trabajar en mi país».

Las Casicas: 16 niños

Las Casicas de Fortuna «en el año 98 tenía 30 habitantes, ahora somos 200 vecinos y 16 niños en los que cuento más de 14 nacionalidades: Bélgica, Nicaragua, Alemania, el Líbano, Inglaterra, etc.», dice el pedáneo, Pascual Flores, que asegura que han repoblado el pueblo porque «está cerca del Balneario y de Fortuna».

Siete profesores para 4 alumnos

María Sánchez, del colegio de Pinilla, enseña su expediente de todo sobresalientes tras haber sido premiada con la beca rural Robles Chillida. El centro era para María como recibir clases partitulares, ya que era la única alumna de su clase, menos en Educación Física, donde se juntaba con los otros tres niños del centro.

El autobús escolar recoge solo a dos niños

1.100 alumnos están escolarizados en ocho Centros Rurales Agrupados (CRA) que junta a los niños de todas las pedanías cercanas. Un pequeño bus escolar con monitora hace ruta por los pueblos para recoger a los alumnos.

«Necesitamos una parada más cercana de casa», pide Djeneba Dubois, madre de los dos únicos niños que recoge el bus en La Garapacha (en la foto), «Tardan 25 minutos en ir al colegio de Fortuna».

La madre de Zarzalico cree que es «una suerte que el bus siga pasando» a por su hijo.

Carreteras mortales y pueblos sin servicios

La comarca oriental se está despoblando por las «carreteras horrorosas» de acceso a los pueblos. «Mi hija ha sido víctima (falleció) del mal estado de la carretera, que mide menos de cuatro metros de Las Peñas a Fortuna, en 2004», explica el alcalde pedáneo de Las Casicas, Pascual Flores, que añade que «ya llevamos tres muertos».

Todos los accidentes se deben a que por estas vías tan escrechas de doble sentido suelen frecuentar camiones cargados con 50 toneladas de piedras de la cantera de yeso que se encuentra entre Las Casicas y La Garapacha. Los vecinos sabían que una mala comunicación supondría la pérdida de población y el cierre de consultorios médicos, tiendas, colegios y demás servicios (como ha ocurrido).

Así que la promesa electoral para mantener los pueblos con vida siempre ha sido la mejora de carreteras, pero el pedáneo asegura que resultó ser un engaño para «conseguir los votos de los fortuneros. Desde entonces lo llamo Ramón Luis, el Mantas».