Hay obras literarias fantasmas, obras sin cuerpo. Libros inventados, que no se llegaron a escribir o que se perdieron para siempre y cuyas páginas tan solo podremos rastrear mediante la conjetura, la imaginación o el sueño. Algunos ni siquiera son reales. En todo caso todas estas obras tienen algo en común: no se pueden tocar ni leer con ojos físicos, así que las llamaremos 'obras fantasmas'. Son como las pinturas del griego Apeles, muy apreciadas y famosas en su tiempo, pero de las que tan solo conservamos testimonios, juicios de terceros, pero ningún vestigio que contemplar.

No escritas

Si repasamos la biografía de escritores comprobaremos que la inspiración ha ido siempre un paso por delante de la acción. Un escritor proyecta más de lo que su efímera existencia le concede. No recuerdo quién llegó a decir: «Ya he acabado el libro, solo me falta escribirlo». En los diarios o cuadernos de notas de ilustres literatos se puede rastrear una bibliografía espectral, de obras que algún día podrían haber sido escritas pero que la contingencia de la realidad finalmente desestimó por falta de tiempo. Un vacío se crea, en estos casos, porque el deseo de escribir es más extenso que la efímera realidad física en la que el escritor y sus posibles libros quedan limitados.

Miguel Dalmau cuenta en la biografía de Cortázar que este tenía pensado escribir un libro que jamás se pergeñó. Consistía en un conjunto de relatos seguidos de una novela, en la que los personajes de esta influían recíprocamente en los cuentos.

Borges también barajó un libro de versos titulado Los himnos rojos o Los ritmos rojos. Un libro en el que cantaba a la fraternidad de los hombres, amparado por la estética ultraísta de su juventud. El libro parece ser que no existe.

En la singular semblanza de Philip K. Dick que escribiera hace unos años el escritor francés Enmanuele Carrère se habla de algunas ideas que asediaban al joven y neurótico autor de Ubik. Es interesante la que respecta a una novela que no llegaría e pergeñar, una obra que consistía en un largo monólogo interior, que implicaba los arquetipos junguiano y una fallida búsqueda romántica. Se pueden también rastrear en los diarios de Nathaniel Hawthorne ideas para libros que se quedaron tan solo en eso: ideas.

Perdidas para siempre

Innumerables son las obras que el tiempo ha devorado, que se han extraviado para siempre y que con seguridad jamás llegaremos a leer. El tiempo nos ha dejado huérfanos de obras de muchos grandes dramaturgos. De las casi 90 piezas que firmara Esquilo, tan solo nos han llegado íntegras siete. De las más de cien obras de Sófocles, también nos han llegado completas otras siete. A Aristóteles se le atribuye una segunda parte de la Poética, y varias son las teorías que tratan de explicar el porqué de su desaparición. La más falaz pero más hermosa es la que esgrimía Umberto Eco: que fue eliminada por la Iglesia para impedir el maligno influjo de las comedias.

Cervantes también parece que escribió obras que no nos han llegado: La gran Turquesca, La batalla naval, La Jerusalén, por citar unas pocas de las que él mismo enumeró en alguna ocasión.

Inspirado en un personaje menor del Quijote, Shakespeare, conjuntamente con John Fletcher, compuso una obra titulada The History of Cardenio. Esta obra se perdió, aunque finalmente se pudo encontrar en el año 2007. Como también han sido perdidas las Memorias de Byron o una novela de Philip K. Dick titulada Nicolás y las alturas, rechazada por las editoriales y de la que no se ha vuelto a saber jamás.

Cortázar también escribió una novela primeriza que tituló Las nubes y el arquero. Nada queda de ella salvo el título, un título lo suficientemente etéreo para no dar muchas pistas del argumento, de la trama, de las intenciones.

Tan solo ficción

Desde el principio de los tiempos la ficción ha superado la realidad, a pesar de que siempre nos han dicho lo contrario. No es posible enumerar todos los libros inventados que conforman la biblioteca imaginaria de obras fantasmas. El Necronomicón es quizá el libro imaginario más buscado de todos los tiempos, pero son miles los libros inexistentes que se mencionan en obras literarias. Borges incluso llegó a inventar a un escritor, Herbert Quain (y con él, toda una obra), que en un relato se dedicó a reseñar. Son varios los libros que se ocupan de falsas literaturas. Desde Sterne, que nos habla del inexistente autor HafenSlawkenbergius, autor de un monográfico sobre narices. También es célebre el Sartos Resartus, obra de Carlyle que se ocupa principalmente de la obra de un filósofo apócrifo llamado Diógenes Teufelsdröckh.

Otro inventor de literaturas fue Roberto Bolaño, quien en su Literatura nazi en América nos da cuenta de una serie de autores, en su mayoría hispanoamericanos, que incardinaron su obra literaria con el nazismo, de una u otra manera.

Nunca podremos leer estas obras, al menos, estando despiertos.