Son ya parte de nuestra cultura los libros de viajes, ya sean éstos reales o imaginarios. Desde Homero o Virgilio el viaje se constituye materia literaria. Aunque sería Hecateo de Mileto quien separase lo mitológico de lo histórico, iniciando la periégesis, género que se fundamenta en describir lo que el viajero experimenta y descubre en su periplo. Después, en el Romanticismo, se renovaría el interés por el libro de viajes. Los escritores viajaban a lugares exóticos en busca de experiencias de las cuales cuajaban libros que oscilaban entre la crónica y el relato literario.

Ya con la modernidad aparece otro tipo de viajero 'menor', el flâneur, ese nuevo peregrino de ciudad, caminante de calles y barrios que basaba su aventura en lo mínimo, lo intrascendente, en la contemplación de sus propios congéneres. Quizá el más famoso sea Leopold Bloom o ese hombre entre la multitud de Poe. Dijo Baudelaire que el flâneur era un «caballero que pasea por las calles de la ciudad». Pero el sentido cíclico de la historia ha hecho que muchos de estos viajeros de la levedad se hayan decidido a salir de las urbes en busca de arquitecturas y aires más naturales.

Uno de ellos es Manuel Moyano, un viajero escritor que ha hecho en ocasiones confluir la escritura con sus propias andanzas. En Travesía americana daba cuenta de su periplo por Estados Unidos con su familia. Y en Dietario mágico, elabora una guía murciana de curanderos, que el propio autor visita y conoce, viaje mediante. Ahora, en Cuadernos de tierra despliega una suerte de crónica en la que narra varias salidas a pie por rutas más o menos salvajes, pueblos perdidos y caminos desamparados. La idea consiste en caminar, alejarse de la rutina y hasta del propio yo. Caminar por caminar. Como advierte el propio Manuel Moyano al término de su relato, caminar tiene un efecto amnésico, con el que se llega a olvidar que uno tiene familia, amigos e incluso nombre. Como si el paseo actuase como una peregrinación laica, un taichí occidentalizado, una meditación en movimiento con la que el viajero hallase la felicidad para su espíritu.

Peregrinar por los campos no solo reporta a Moyano una indagación sobre sí mismo. También transcurren paralelas reflexiones sobre la vida, los paisajes, las costumbres, la gastronomía, las gentes; y hasta 'investigaciones' sobre crímenes horrendos, un asesino en serie y nazis huidos a nuestro país. Estas digresiones, correlatos que el caminante encuentra al azar, constituyen también partes cardinales de estos cuadernos.

Con la prosa serena, cuidada y elegante de Moyano, el viaje por estas páginas se convierte en paseo feliz, que nos adentra en el azar y la aventura mínima de la gran literatura.