De todas las mujeres irreales que han poblado esta tierra, quizá sea Annabel Lee el más bello y efímero de los ejemplos. Trasunto poético de la niña esposa de Edgar Allan Poe, quien conoció el amor y la muerte en la carne pálida y triste de su jovencísima prima Virginia Eliza Clemm.

Para el poeta americano la imagen poética más bella se cifraba en la muerte de una mujer hermosa. Así que no es de extrañar que el fallecimiento de su amada y joven esposa inspirase unos versos tan profundos como pavorosos. Annabel Lee, ese ángel terrible y bello, no es una mujer sino un poema de amor y muerte. Una presencia fantasmal que habitó en la mente de su amante y que ahora todos reconocemos como nuestro.

Annabel Lee es un epitafio. Es el último poema.

A Annabel Lee la envidiaron los ángeles y en el poema de Poe, a pesar de referirse a un reino de naturaleza maravillosa, al Cielo y a serafines, hay una oscuridad y una textura triste y onírica que nos hace sentir que el infierno queda un poco más cerca que el paraíso. Dante Gabriel Rosetti escribió a un amigo diciéndolo que a pesar de que la acción de Cumbres borrascosas transcurría en el infierno, no se explicaba por qué, los nombres de los lugares eran ingleses. Ese infierno cartografiado en la campiña británica es análogo al descrito por Poe en el que late la necrofilia, la soledad y la pesadilla.

Edgar Allan Poe escribió el 29 de enero de 1847: «Mi pobre Virginia vive todavía, aunque marchitándose deprisa y sufriendo mucho dolor». Al día siguiente fallecería. Poe se transformó en una sombra que olía a alcohol, que vestida de negro y con el rostro sombrío, vagaba en las noches gélidas de Baltimore. Como un cuervo, como un murciélago se dejaba ver por entre las tumbas, la luna iluminaba el rictus de su rostro y una lágrima descendía y se perdía entre las matas secas y heladas. Con cada lágrima se derramaba también la posibilidad de un relato de terror, de un poema.

No obstante, una lágrima sí que se convirtió en balada. Ese poema es la forma en la que la joven Annabel-Virginia pervive en el tiempo y en la abominable rutina de los días. Poe, quizá, también murió ese 29 de enero. Es posible que durante los dos años y medio que su cuerpo continuó vagando por este mundo, el impulso que lo sostenía no era de vida sino de costumbre. Hay fantasmas que no saben que han muerto.

Es posible que la noche del 3 de octubre de 1949 en la que fue encontrado vagando por las calles oscuras de Baltimore, perdido en los abismos de la locura y el delirio, atravesado por el viento, el whisky y la noche, en su enfermiza mente tan solo hubiese una imagen, una palabra, unos versos oscuros: «Can ever dissever my soul from the soul /Of the beautiful Annabel Lee».

A los cuatro días fallecía.

Otra vez.