Ahora que nos encontramos en plenas vacaciones escolares, con dos semanas repletas de actividades allá donde miremos, podemos hacer algo totalmente diferente con los niños. Podemos aprovechar, por ejemplo, para acercarnos a cualquier mercado a hacer la compra, fuera de los centros comerciales y al aire libre.

Hacer la compra es un acto rutinario entre semana, pero frenético los sábados -sobre todo en horario de tarde- y muy desesperante si nos metemos en la caravana de tráfico que nos lleva a las afueras a comprar. Para qué lo vamos a negar, generalmente compramos cosas que ya tenemos en casa, pero que, por una cosa o por otra, terminamos comprando de nuevo. Nos hagan falta o no, a veces ir de compras puede ser agotador.

Cambiamos el chip, y nos vamos a adentrar en ese mundo que gira en torno a los mercados semanales que se dan cita en las ciudades, pueblos y pedanías, con género fresco y sin plásticos que recubran los alimentos. Frutas y verduras al peso nos devuelven a esa sana costumbre que se tenía en las casas de toda la vida de ir al mercado y ver el género. Una de las diferencias que podemos enseñar a los niños, es que hablamos con las personas que nos atienden al comprar. No es un self-service en el que todo va automatizado; los mercados tienen vida propia y la hacen las personas que los montan desde bien temprano.

Es curioso, porque aunque sea cómodo y encontremos cientos de productos diferentes en los grandes almacenes, la compra puede ser una actividad muy solitaria, con el único sonido de fondo de la música ambiente que suene en la tienda. En un mercado se palpan y se escuchan unos sonidos en los que la cercanía entre los vendedores y los propios clientes que nos acercamos a hacer la compra, nos lleva a pensar que tenemos mucha suerte de vivir en una zona mediterránea con sólo ver el género y los productos a los que tenemos acceso.

Es necesario hacer ver a los niños que mucho de lo que hay en el plato a la hora de comer se cultiva en el campo y tiene un proceso de gestión y de elaboración desde el primer nivel, que es el agricultor, hasta los vendedores que compran en la lonja o proveedores locales yque nos los hacen llegar a casa. Además, ir al mercado puede ser también una lección práctica de Matemáticas: podemos hacerles calcular el precio final, jugar con las medidas, el cambio, y que se familiaricen con las monedas y los billetes.

Recomiendo dejar a los niños una pequeña cesta de mimbre para que ellos mismos vayan haciendo su pequeña compra: algunas frutas, verduras e incluso los ingredientes para realizar con ellos en casa una receta. Eso sí, el puesto de los caramelos -hay en todos los mercados- es parada obligada: no importa si luego prometen que se lavarán los dientes como de costumbre.

Si decidimos ir un sábado, tenemos mercado en Abanilla, Águilas, Archena, Fortuna, Fuente Álamo y Los Alcázares. Los domingos podemos ir al de Corvera, el de Cabo de Palos, Aledo o el Puerto de Mazarrón. La cuestión es encontrar uno de la zona y, sin prisas, coger el coche y acercarnos con los peques para que ellos vean de primera mano cómo es ir a comprar al mercado. Generalmente nos encontramos también una zona textil, con ropa de todo tipo y mantelerías, así como una estupenda sección de macetas y flores. De hecho, también podemos llevarnos a casa una maceta, que los críos la cuiden y la transplanten a un macetero más grande. Puede parecer una simpleza, pero los niños se responsabilizan del riego diario y van observando en casa desde su propio balcón, la evolución del cuidado diario de todo lo que tenemos a nuestro cargo.

Los puestos de encurtidos nos llevarán a ese tramo en el que las olivas, las tápenas, las vinagretas hacen gala y son las reinas como acompañantes en cualquier ensalada. Y así, de la mano de las lechugas, escarolas, tomates, pepinos, cebollas tiernas y secas, patatas, berenjenas y calabacines, haremos un recorrido por las vitaminas presentes en cada puesto.

Les enseñaremos la gama de colores, texturas y sabores, y que vean así, entre toldos de lonas que hay entre puesto y puesto, la historia que se ha ido haciendo a lo largo de los tiempos de la mano del comercio. No estamos en un lugar bajo la iluminación de tubos de neón, sino al abrigo del sol, con esa calidez que nos da la cercanía de las personas en las distancias cortas.

En los tiempos en los que Internet reina para las compras, en las que a golpe de click se hace una compra sin más trato que el teclado, el ir a comprar al mercado nos devuelve un mundo que no hemos de perder. Respirar, pasear, disfrutar..., las cosas más sencillas de la vida nos pueden deparar momentos inolvidables y además de la mano de quienes más queremos, nuestros niños. Sigamos con las tradiciones, y que no se pierda en el tiempo el gran regalo que es ir al mercado.