En el desarrollo emocional de una persona, la etapa que cobra una mayor importancia, por todo lo que en ella se asienta de cara al futuro, es la infancia. Por eso, las personas con las que compartimos nuestras vivencias en aquellos años pervivirán para siempre en nuestra memoria. En este sentido, los abuelos tienen un valor incalculable.

Tener abuelos es un regalo, un bien preciado y a veces no valorado; son nuestros pies y manos cuando los padres y madres no atinamos en esta vida llena y repleta de obligaciones, un apoyo incondicional. Por eso, el fin de semana puede ser el momento ideal para compartir tiempo con ellos y aprender con sus historias.

Se habla mucho en los últimos años del papel que juegan los abuelos como ´canguros´, sobre todo una vez iniciado el curso escolar. Pero yo voy más allá, voy al ocio compartido con unas personas que lo dan todo sin esperar nada a cambio. Por eso, sería bueno dedicar al menos un día a la semana a visitarles; un día para compartir, pero sobre todo para escuchar, porque llevan mucho camino andado antes que nosotros y tienen el valor de la experiencia y de la sabiduría. Los niños aprenden sus orígenes, sus ancestros, su historia, -la propia y la de su familia- a través de las historias que cuentan los mayores. Y ese tipo de narraciones no se hacen mientras se va corriendo al colegio porque se llega tarde, o de camino a las clases de baloncesto, ese tipo de narraciones cuando más calan es en un domingo o en un sábado con los abuelos.

A veces parece que no se enteran de nada, que porque son mayores no entienden de lo que ocurre en estos tiempos, pero saben más de la vida que nosotros. Y los niños tienen una especial conexión con sus abuelos, se sienten protegidos y al abrigo del cariño; se sienten escuchados y consolados, pero sobre todo se sienten reconfortados en ese campo intermedio que hay entre los propios hijos y los padres, sabedores de tener siempre un ángel de la guarda que les velará en la adversidad de cualquier chiquillada de niños y, por qué no, cualquier trastada cuando sean más mayores.

Dado que este fin de semana el tiempo se vuelve incierto y los planes al aire libre estarán supeditados a lo que nos depare el cielo, no es mala idea poner ruta a la casa de los abuelos, bien sean maternos o paternos. La cuestión es aprovechar, con la excusa del tiempo -si no lo haces de manera semanal-, de una cita con los más mayores. Recordemos que la conciliación laboral y familiar en muchísimos casos viene avalada por el respaldo de los abuelos. Recogerles del colegio, darles de merendar, acompañarlos al parque, ponerlos con los deberes en la casa, bañarlos, darles la cena..., son actividades que ni la mejor persona de confianza podría hacer con más cariño que los abuelos.

Ellos cuidan de lo más preciado que podemos tener en la vida: nuestros hijos, pero también de nosotros mismos. Por eso también los padres debemos aprovechar verdaderamente estos ratos, conversando e interesándonos por sus preocupaciones e inquietudes.

Y debemos tener paciencia. Con la edad los achaques crecen y no podemos exigirles una carga excesiva, sino una colaboración equilibrada. Los niños son el mejor bálsamo para los abuelos, porque llenan de sentido una etapa en la vida en la que las preocupaciones por la propia salud y los dolores en el propio cuerpo merman la calidad de vida. Por eso, un dibujo que hagan los peques y que represente a la familia con ellos como parte de la misma puede ser un excelente regalo para poner en la nevera.

Un niño siempre dará un abrazo desinteresado, dirá siempre la verdad y será un espejo de juventud y futuro en el que los más mayores puedan apoyarse. Aprovecha y llama a la familia para comer juntos en casa; no hay nada como una buena paella para juntarse a la mesa y hacer sobremesa larga y tendida a esa hora mágica que suelen ser las cuatro de la tarde.

Recomiendo en todas las casas una enorme mesa de camilla, como la que tenía en casa de mis abuelos, grande para podernos sentar cuantos más mejor alrededor. Platos, vasos, cubiertos, todo lo que gira en torno a una mesa y que proyecta ese sentido de la vida y de la comida como acto social, pero sobre todo como acto de comunión con lo mejor que nos depara la vida, nuestra familia.

Aprovecha para llevar un dulce a casa de los abuelos, para poner el punto dulce a la sobremesa, a ese estado de duermevela en el sofá, en el que los niños quedan mecidos a la hora de la siesta junto a la mano de una abuela o un abuelo, disfrutando de ese momento de tranquilidad. Si tus abuelos son rurales, vive el campo con intensidad, si tus abuelos son urbanitas y de ciudad, aprovecha con ellos a descubrir tu ciudad, pero sobre todo disfruta cada día como un enorme regalo de ellos con la mejor de tus sonrisas y el mejor de tus abrazos.