Afirma rotundamente que solo tiene ocho años y medio porque renació a la vida dos veces en la misma fecha de su cumpleaños: la noche del 31 de octubre al 1 de noviembre de 2010, fecha en la que sufrió dos ictus que casi le cuestan la vida. Vivió en Londres, París, Atenas, Creta, Venecia, Roma o Sicilia y ha viajado por Marruecos, Portugal, Turquía, Irán o Egipto leyendo y escribiendo sus poemas, aplaudidos por los más consagrados autores. Con Soren Peñalver hablamos sobre su trayectoria, sus proyectos y sobre los mejores veranos de su vida.

¿Cuándo nació en ti el amor a la poesía?

Por Navidad, a los siete años, cuando sentado a la mesa familiar tuve conciencia de que faltaban algunas personas porque habían desaparecido. Eso me hizo escribir mis primeros poemas. El sentimiento de la ausencia y lo efímero de la vida. He sido poeta elegiaco-melancólico pero evolucioné al placer y a lo vivido. Luego hice poesía espiritualmente ideológica y ahora reconstruyo el tiempo, que es subversivo porque nadie puede moverlo. Creo en esas conjeturas y dudo de todas las ideologías. Me he ido alejando del esteticismo lingüístico para acercarme a un sentimiento quizás más profundo porque la belleza provoca desasosiego, conformidad, placer y pasión. No es estética ni estática, es algo que te mueve y está para que vayas más allá.

¿De no haber sido poeta, a qué te habrías dedicado?

Habría sido agricultor o escultor. Sé de plantas y de árboles casi más que de literatura (Risas). Si sé algo, pues ignoro mucho, es del ser humano. Lo que sabemos de nosotros mismos es a través de lo que sentimos al semejante.

¿Cuál ha sido el mejor verano de tu vida?

Es difícil, si digo que los que pasé en Grecia parecerá tópico. Diré los de Turquía, en 1985, en la Isla de Lesbos, que tantos problemas tuvo después con los refugiados. Allí viví un verano en el que me sentí Dafnis y Cloe de Longo, por los mismos lugares en los que se desarrolló la historia clásica, pero con pastores y gente de campo actuales. El mar al caer la noche se distinguía por el plancton y me sentía feliz de la mano de Jorgos, un pastor que acababa de perder a su hijo adolescente en un accidente y en mí encontraba el sustituto amoroso que había perdido.

¿En cuántos países has vivido o viajado?

He vivido más que he viajado por los lugares que cito, de los que hablo y añoro. Comencé siendo adolescente, en Londres unos años, alternando con París. Viajé en bici por toda Francia, radicándome en Burdeos y alrededores, La Provenza, Los Alpes y la Alta Saboya. Viajé por Marruecos, Argelia, Túnez, Libia, Egipto. Después Italia, Milán, Venecia, Roma, Sicilia. Volví a España a atender a mi familia y viví en Madrid y Barcelona, en la Transición, y casi definitivamente me marché a Grecia donde me quedé unos años. Recuerdo especialmente un invierno obrero de la oliva, como un campesino antiguo, en Creta. Después Turquía; me considero un ‘antibyron’. La gente, el paisaje, la cultura, todo lo turco me ganó inmediatamente.

¿Cuáles son tus paisajes favoritos de nuestra Región?

Me gustan los badlands de Albudeite entre los que nací. Los he buscado en todos mis peregrinajes, lo más parecido quizás sean las landas de Burdeos, la meseta de Anatolia y algunos enclaves del Egipto profundo. Amo lugares umbríos de nuestra huerta murciana donde, bajo sus sombras tendidas, podemos alcanzar con un simple esfuerzo un níspero que madura o unas endrinas en su punto y, cómo no, un albaricoque albar.

¿Recuerdas alguna canción del verano?

Recuerdo la de Dalila, a la que conocí en París, con Tenía 18 años, una historia de amor de hace 40 años muy escandalosa. Me gusta mucho la versión que ha hecho Luz Casal.

¿Ibas a cines de verano?

En Grecia todos los cines tienen una bóveda que se abre o se cierra. Allí vi películas míticas como Una mujer en la ventana, con Romy Schneider. La veo muy a menudo en DVD.

¿Fue en verano tu primer amor?

Era invierno, fue un amor precoz, extremadamente erótico pero casto, con un compañero de mi edad que él parecía paquistaní y yo sueco. Nos atrajo la diversidad de nuestras pieles (risas).

¿Tomas el sol?

No puedo, lo tomo tamizado, siempre he sido muy blanco de piel. Cuando me desnudo palidece la luna.

¿Te has bañado desnudo?

Duermo desnudo, voy por la casa desnudo, me baño desnudo, como mi gato Safita. Sólo me cubro cuando tengo ocasión con el vellón de una llama cuando hace mucho frío. Y siempre duermo desnudo, por si acaso me sorprenden no tener que hacer esfuerzos (Risas).

¿A qué edad aprendiste a montar en bici?

Tendría tres o cuatro años. He usado la bici hasta que me dieron los ictus. Fui pionero de mi generación en usar la bicicleta.

¿Lees en verano?

Varios libros a la vez. Estoy leyendo uno muy hermoso, La guerra apasionada sobre las brigadas internacionales. Me gusta mucho, me lleva a otra época, a otros estadios de solidaridad y terribilidad humana.

¿Qué tiene más peso en ti, tu parte masculina o femenina?

Tengo una parte femenina que quiere ser a toda costa original y diferenciadora. Hablando con José Ángel Castillo de mujeres le dije que hay mujeres que valen 70.000 hombres. Creo en el talento femenino de las mujeres para el arte y la literatura. Aunque soy crítico, no menos que con los hombres. Sor Juana Inés de la Cruz, Emily Dickinson, o las hermanas Brontë son modelos sublimes a seguir.

¿Qué planes tienes?

Terminar por fin una ‘nouvelle’ corta sobre un tema controvertido, una historia que en realidad viví entre París, Londres y la alta Saboya, en la que los protagonistas son dos jóvenes que creen en la utopía posible.