Cuando se trata de expresividad, técnica y pura belleza vocal, ningún cantante vivo iguala a Kurt Elling, uno de los vocalistas más inspirados del momento. Como se decía de Sinatra, «aunque cantara la guía telefónica de Manhattan, seguiría embelesando».

Es un músico con gran capacidad improvisatoria, y le rodea una magnífica banda - incluyendo al pianista Stuart Mindeman (genial sobre todo al órgano) y al guitarrista John McLean-: añaden solos muy bien estructurados y arreglos ejecutados con excelsa finura.

El avezado vocalista de Chicago mantuvo viva durante años la llama de los cantantes masculinos de jazz. Es cierto que había otros por ahí que lo hacían bien (Kevin Mahogany y …, bueno, lo de Michael Bublé y asimilados), pero fue Elling quién más y mejor supo defender este espacio hasta la llegada de Gregory Porter. Su árbol genealógico musical pasa por la Beat Generation vía Jon Hendricks. Gran maestro del vocalese, utiliza la voz como un instrumento.

Mostró todas sus cartas: buen gusto en la elección del repertorio y de los acompañantes, su uso brillante del scat, su estilo de vocalese en la onda de Mark Murphy y, finalmente, una técnica vocal curtida en distintos escenarios. Tan solo unos segundos después de que apareciera cantando a capella A Hard Rain’s A-Gonna Fall de Bob Dylan, quizás también para calentar la voz (como los flamencos hacen con el martinete), solo quedaba la posibilidad de rendirse ante él.

Elling explora el territorio donde se solapan el jazz y la música vocal, y pocos lo igualan. La impresionante revisión de I Have Dreamed, de The King and I (Rogers y Hammerstein), sería la única pieza del repertorio calificable como ‘standard’, aparte de la radical apertura con A Hard Rain’s A-Gonna Fall (también abre su nuevo álbum, The Questions, que ocupó buena parte del recital). Dos momentos culminantes fueron A secret in three views, que recrea Three Views of a Secret de Jaco Pastorius, y Lawns, que hace lo propio con Endless Lawns de Carla Bley; a ambas piezas Elling les ha añadido reflexivas letras inspiradas en poemas de Rumi y Sara Teasdale respectivamente. En la recta final se echó a la espalda un bolero, Si yo te contara, de Félix Reina: un divertimento audaz, en el que, tirando de su «poquito español», cantó y tocó el cencerro.

La maestría iba más allá del carisma. Escuchar a Elling es una ‘masterclass’ sobre cómo hacer que la voz, las palabras, la melodía y el micro trabajen juntos para establecer una atmósfera. La voz es espectacular, y la melancolía no le resta flexibilidad, como demuestra en algunas canciones donde remonta al final y mantiene una nota alta durante un buen rato. Su manera de expresar la carga emocional en palabras es sorprendente y eficaz.

Seco y exquisito

Elling es un cantante de una pieza, lo que le confiere un valor añadido de carácter y personalidad propios, tan escasos hoy día. Modula con facilidad, y sus sostenidos, apreciables y destacados, no dejan indiferente. Con su timbre de barítono, canta de manera clásica (no anticuada) o emprende vertiginosas improvisaciones en scat sabiéndose abrir al riesgo y administrar la tensión oportuna. Es capaz de emocionar en los pasajes más líricos o de provocar en el público un frenético movimiento de pies. Su voz tiene intención y es decidida, exquisita en registros graves y agudos; es seca, grave, pero no profunda, sube y baja, roza el dolor apasionado del amor, en una precisa unión con el piano, y con una guitarra sensible y precisa. Apenas ajusta la afinación de las notas sobre la marcha.

Hubo momentos en su actuación de auténtica genialidad, sobre todo cuando establecía un diálogo con el contrabajista Clark Sommers o el guitarrista John McLean, en perfecta sincronía.

Completaban la reunión dos músicos con mucho instinto, el baterista Adonis Rose y el pianista Stu Mindeman, empleado a fondo con el Rhodes y el Hammond B3. La temperatura subió con la llegada del trompetista Marquis Hill, que tiene asimilado el fraseo de Clifford Brown, cuya contribución a Lawns de Carla Bley fue explosiva. En el bis salieron Elling y el trompetista para interpretar I Remember Clifford, que compuso el saxofonista tenor Benny Golson, y de la que Dinah Washington grabó una adaptación vocal con letra de Jon Hendrick. El vocalista de los mil registros hipnotizó y clavó en sus asientos al público.