Joao Bosco se ha caracterizado por sumar sofisticación armónica y melódica, influencias tan amplias como las del jazz, la negritud y hasta la música árabe, sin apartarse nunca de la mejor tradición de los ritmos, los estilos, el swing de la MPB (música popular brasileira). Al cabo de un concierto suyo, sobre todo si se trata de un recital como este, se tiene la impresión de haber podido apreciar toda la riqueza de la rítmica brasileña. Bosco, siempre impecablemente afinado, alcanza sin esfuerzo las notas más altas. Es cautivadora su manera de cantar o silbar mientras desarrolla su intrincado toque de guitarra, y todo lo hace con esa actitud placentera, de aparente facilidad.

El de Minas Gerais se presentó con una retrospectiva que lo lleva a revisitar algunas de sus canciones más importantes y, a la vez, a homenajear a algunos de los nombres que fueron fundamentales en su vida (notable su revision de Ligia de Jobim), pero sin concesiones, a su bola. El día anterior había cumplido 73, y vino con una formación de cuarteto muy ritmática: Ricardo Silveira (guitarra), Kiko Freitas (bateria) y Guto Wirtti (bajo), que no ocultó la destreza enorme de sus dedos sobre una guitarra acústica.

Fue desplegando canción tras canción, sin anunciarlas, sin volver a dirigirse al público salvo para presentar a los músicos. Era como si tratara de incluir las máximas canciones posibles en el recital. Pasaron varias de sus creaciones más divulgadas: Incompatibilidade de gênios, Sinhá (una morna caboverdiana que hiciera con Chico Buarque) o Corsário, a las que sumó Coisa feita, O ronco da cuica, Desenho de giz? Todas admirables.

Bosco dialogó con su guitarra como si se tratara de un dúo, una habilidad que no todos los cantautores tienen. Se apoyó, como a lo largo de toda su historia, en la samba y la bossa nova, pero en el concierto fue también tropicalista, artista pop, baladista, crudamente folklórico y tradicionalista. Usó alguna vez el recurso del silbido como única concesión al cambio de timbre, y echó mano de ese scat propio y de un lenguaje para cantar en el que muchas veces las palabras importan más por su sonoridad que por su significado, y prefirió siempre la media voz, que por momentos se hizo casi un arrullo. La maestría no se pierde, y João ha hecho un estilo de lo que algunos llaman canto percusivo. Se marchó sonriendo, tras un bis apresurado, con la misma austeridad con la que se mostró durante todo el concierto, ante un público que festejó el haberse encontrado con este gran músico brasileño, todo elegancia, todo sofisticación, que es música, pulsación, ritmo.

Coltraneando

ColtraneandoFue en los 70 cuando el jazz se llenó del frenesí y la potencia del jazz-rock, momentos que a Kenny Garrett le tocó vivir de la mano de Miles Davis. La música de Garrett es una coctelera memorable, cargada de impurezas y un mensaje en forma de música.

Poco tiempo le faltó a Garrett para demostrar, con firma incontestable, que es mucho más que aquel alumno aventajado de un Miles Davis en estado eléctrico. Garrett consigue encarnar la esencia de aquello que siempre hizo únicos a los solistas que Miles Davis convocó para sus últimas orquestas galácticas: jazz de poderosa efervescencia vital.

Coltraneando y Parkereando a partes iguales, pasando de una inicial y engañosa tranquilidad al hard bop más veloz y salvaje, arrancó con Philly, ágil y expansiva, con un piano que emergió con el poder del gran McCoy Tyner, y la percusión doble y bullente en una pieza demostrativa de facultades. Siguió la coltraniana Haynes here, con notable intervención del percusionista desarrollando sonidos selváticos.

Continuó el intenso y alegre groove de Backyard groove. A partir de ahí, lo latino y lo africano se fueron haciendo cada vez más presentes en pìezas como Spanish-go-round, que le permitieron mostrar a la vez su admiración por Chick Corea; y tampoco faltaron toques modernos y raperos en Wheatgrass shot (Straight to the head) ni el sabor caliente de Do Your Dance!

Pocos músicos son capaces de soplar de manera tan intensa y enérgica, creando atmósferas que se elevan al puro desenfreno. Su banda la integran músicos excepcionales como Samuel Laviso -un batería impecable y portentoso-, Rudy Bird (percusionista con sonoridad hasta en la mirada, fue músico con Miles, y muestra una clara influencia de Airto Moreira), el contrabajista Corcoran Holt, genial con los dedos o con el arco, y el talentoso pianista Vermell Brown, sorprendente con el giro de sus improvisaciones, pero el protagonista, el líder incuestionable, es Kenny Garrett, con su su traje gris galáctico y ese soplo torrencial que caracteriza su saxo alto haciendo malabares creativos. Terminaron con su habitual Happy people, funk a lo Maceo Parker, estirada en un larguísimo mantra coral con el personal ya en éxtasis.

Hipnótico y repetitivo, claro, pero también denso y hasta espeso en ocasiones, Garrett fue despidiendo a sus músicos, que abandonaron uno a uno a el escenario, hasta quedarse solo hacieno unos riffs con su saxo para desvanecer la pieza en el silencio.