Se podría decir que en Nápoles hay tres clases sociales: las vespas, los coches y los peatones. Así, en este orden. Y el milagro consiste, propiamente, en no ser atropellado cuando salen a reivindicar sus derechos surcando el espacio público. Sobrevivir al caos circulatorio que anima la ciudad forma parte de lo normal para los napolitanos y de lo extraordinario para el turista ocasional, que no termina nunca de explicarse cómo el claxon y un ligero quiebro de cintura son suficientes para que suceda el milagro. Para comprobar este hecho sólo hay que darse una vuelta por el barrio de la Sanità -enjambre de calles estrechas-, un sábado por la tarde cuando los adolescentes en vespa comienzan a surfear por el irregular adoquinado, los vendedores ambulantes ocupan la calle con sus puestos, la ropa cuelga en los balcones al sol y entre las bocinas de las motos y los gritos de los transeúntes se organiza un grupo abierto de Whastapp para anunciar que la vida en el barrio de la Sanità ha comenzado a licuarse y a entrar en ebullición...

Es cierto que toda ciudad tiene sus polos magnéticos que atraen al turista recién llegado con una fuerza casi gravitatoria. Uno empieza a caminar, incluso sin plano, e irremediablemente llega a alguno de estos sitios. En el caso de Nápoles, sin duda, el polo magnético de mayor atracción es la Plaza del Plebiscito, 25.000 metros cuadrados de espacio arquitectónico abierto, donde se asoman los monumentos históricos más importantes de la ciudad: el Palacio Real, que alberga ahora la Biblioteca Nacional, la Basílica San Francisco de Paola, en honor al santo y el Palacio de Salerno. Dando a la plaza y en dirección a la calle Toledo, se encuentra el histórico café Gambrinus, modernista, manteles de tela, flores naturales, periódicos del día y el mejor café con crema de avellana que he probado nunca. Hay que salir de la atracción gravitatoria de la plaza y cruzarla para llegar al mirador desde el que se contempla el bello golfo de Nápoles y el imponente Vesubio sobre el horizonte.

No es fácil dormir bajo un volcán. Vivir bajo un descomunal accidente natural cuya silueta, sublime sobre el fondo de la ciudad, nos recuerda aquella descripción de Los Ángeles que hizo Rilke en sus famosas Elegías: bellos y terribles en igual medida. Cuentan las guías que el Vesubio es el único volcán activo en la Europa continental, situado a 9 kilómetros de Nápoles. Se trata de uno de los más peligrosos debido a la densidad de población que tiene bajo su dominio: tres millones de habitantes. Se puede visitar, pues es un parque natural abierto con senderos bien señalizados. La subida dura aproximadamente unos 40 minutos en pendiente, 1000 metros de altitud. Las vistas panorámicas sobre la bahía de Nápoles son impresionantes. También lo es asomarse al cráter del volcán, 300 metros de agujero en abierto hacia las entrañas, desde dónde se divisan tres inquietantes fumarolas.

Sin embargo, parece que los napolitanos viven ya sin sobresaltos por su presencia. Igual que conviven con la camorra, la desigualdad y la violencia? no como amenazas, sino como algo consustancial a su propia naturaleza que, como el del volcán, tiende a entrar en ebullición con facilidad. Solo hay que leer detenidamente las pintadas en las paredes y muros de la ciudad, llenos de declaraciones de amor y odio de elevada temperatura emocional. Junto a ellas, conviven epitafios y pequeñas capillas que recuerdan a sus muertos como si estuvieran vivos: ''Querido abuelo, hoy te echo de menos''.

Tal vez el Vesubio no constituya solo un accidente geográfico. Se trata también de una metáfora cognitiva, es decir, una concepción del mundo, una forma de comprender la realidad que construye la identidad del alma napolitana que cambia de estado con facilidad. Como el famoso milagro de San Genaro, el patrón de la ciudad, cuya sangre pasa del estado sólido al líquido al menos tres veces al año: el sábado que precede al primer domingo de mayo; el 19 de septiembre, día del martirio del santo; y el 16 de diciembre, día del patrono de la ciudad. La superstición afirma que es de mal augurio que el milagro no se produzca. El hecho es que este comportamiento de la sangre de San Genaro tiene sus filias y sus fobias. Así, contradiciendo el dogma agustiniano de separar los asuntos de la ciudad de Dios de los de la ciudad de los hombres, tomó partido por los segundos y no se licuó el año en el que los napolitanos eligieron un alcalde del partido comunista.

Nadie como Elena Ferrante para contarnos cómo es el alma napolitana. La genial escritora de origen judío nacida en Nápoles, escribió la mundialmente famosa tetralogía Dos amigas, bajo este seudónimo. Hoy sabemos que Elena Ferrante esconde la identidad de Anita Raja, traductora de profesión. Pero es que en esta sociedad de la información, es imposible esconderse bajo un pseudónimo. Recomiendo leer toda la saga y, en especial, la primera novela La amiga estupenda, por varias razones. Por ser la historia de una amistad inquebrantable entre dos mujeres, tema muy poco frecuente en la androcéntrica historia de la literatura occidental. Por su sutil forma de explorar los universos femeninos, narrando cómo se construyen las subjetividades de las mujeres en una sociedad patriarcal. Y, sobre todo, por lo brillante que es escaneando las formas de la desigualdad en la naturaleza humana. El famoso barrio en donde crecen las dos amigas, Rione Luzzatti, desestructurado y pobre, construyen identidades con pocas oportunidades de escalar en la estructura social. Es un barrio marcado por las vendettas de la mafia y la violencia, situado en el extrarradio de la ciudad, de edificios sórdidos y lúgubres, dónde la mejor salida profesional, si tenías suerte, era heredar el oficio de la familia. La educación constituye la única tabla de salvación, a la que una de las amigas se aferrará, mientras que la otra quedará atrapada para siempre en el orden patriarcal de este cerrado ecosistema.

Resulta una gran contradicción que el Nápoles volcánico, profundamente patriarcal, se haya convertido a raíz de la trilogía de Elena Ferrante, en referente literario del universo emocional femenino. Las ciudades, como las personas, están llenas de paradojas y contradicciones. Al margen de estas contradicciones, hay un Nápoles sublime, donde las leyes de la naturaleza se pueden transgredir fácilmente, donde se producen continuas transustanciaciones y hasta donde se puede descubrir un cuarto estado de la materia: la vida en ebullición.

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