No son pocos los escritores que, casi por sorpresa, encuentran la historia de sus vidas; aquella que les atrapa, que les obliga a seguir indagando, a rebuscar en los archivos, a pelear por conseguir un simple número de teléfono o una dirección postal.

La cartagenera Isabel María Abellán es un buen ejemplo de ello. «Fue en 1991. Me encontraba en Madrid, en la Fundación Pablo Iglesias investigando los últimos días de la Guerra Civil en el Puerto de Alicante. Un grupo de personas mayores de Albatera, el pueblo donde yo estaba destinada como profesora, me habían dado una lista con nombres de amigos y familiares que nunca regresaron de la Guerra, posiblemente porque fueron fusilados el 1 de abril de 1939 en el puerto de Alicante, en el Castillo de Santa Bárbara», recuerda Abellán, catedrática de Geografía e Historia y, actualmente, miembro del cuerpo docente del IES Alfonso X El Sabio de Murcia.

Su «misión» era recuperar las cartas perdidas que estos hombres, antes de morir, escribieron para despedirse de sus seres queridos. «Entre el enorme montón de sobres que los archiveros depositaron sobre mi mesa encontré uno de mayor tamaño -relata-, dentro, los planos de un campo de concentración. La ubicación del lugar estaba perfectamente indicada. Aquel campo de concentración se encontraba tan sólo a tres kilómetros de Albatera». Y así fue cómo nació La línea del horizonte, una novela de ficción basada en hechos reales -«Tuve que crear un superviviente y una historia para poder contar todo lo que había descubierto», señala- que se presentó originalmente en el año, 2000 pero que acaba de recuperar, en una versión ampliada y corregida, la editorial murciana La Fea Burguesía.

«Cuando se presentó, en el Aula de Cultura del Ayuntamiento de Albatera [en aquel año 2000], me encontré con más de doscientos vecinos. Muchos se tuvieron que quedar de pie. No podía creer lo que estaba pasando. Todos los presentes ya habían comprado y leído el libro. Estaban allí para felicitarme, para decirme que había hecho un gran trabajo de investigación. Tardé algún tiempo en entender por qué se habían negado a hablar conmigo cuando iba a verlos con los planos. Muchos me llegaron incluso a cerrar la puerta», recuerda. Pues no fue fácil para Abellán encontrar testimonios que pudiera verificar la existencia de aquel lugar. «Estuve buscando durante meses, sin éxito, a alguien de la zona que quisiera explicarme el sentido de aquellos planos. El silencio siempre fue total. Todas las personas a las que pregunté negaron que a tan sólo tres kilómetros de donde ellos vivían hubiera existido aquel lugar. Sin embargo, yo sabía que no decían la verdad», asegura.

Si estaba tan convencida era porque alguien-que nunca desveló su nombre- le hizo llegar a través de una alumna un artículo «pésimamente fotocopiado» de la revista Interviú en el que tres supervivientes contaban con detalle el horror de lo que allí vivieron. «Pocos meses después, un anciano del pueblo, que murió tan sólo cuatro días después de concederme aquella entrevista, la única que conseguí antes de empezar a escribir este libro, ratificó, con todo lujo de detalles, lo que yo había leído en aquel reportaje», recuerda la catedrática, que asegura que, tras aquello, decidió dedicar sus fuerzas a otro tipo de historias, a escribir otros libros, como El último invierno y otros relatos (2006) y El silencio perturbado (2008), dos colecciones de relatos.

Sin embargo, «era imposible olvidar a los supervivientes que había conocido [fueron muchos los que se pusieron en contacto con ella tras la publicación del La línea del horizonte], pero nunca se me pasó por la cabeza volver a escribir sobre aquel lugar», al menos hasta 2009. «Conocí a Isidro en el sitio donde estuvo el Campo de Concentración. Tenía 93 años. Él nos condujo al lugar preciso, al terrible saladar donde, hacinados bajo el sol multiplicado por la sal que cubre aquel suelo infértil, padecieron miles de hombres hambre, sed, y enfermedades de todo tipo».

Con un testimonio como este, a Isabel, que tanto había sufrido antaño para conseguir información de lo ocurrido en aquel campo, no le quedó más remedio que volver a ponerse a escribir. «Pensaba que ya no se podía añadir nada más a lo que había contado en La línea del horizonte, pero estaba totalmente equivocada. Isidro me transmitió la historia más bella que he escuchado en mi vida: La de la solidaridad en los momentos más difíciles», asegura.

Así, aquellas conversaciones con el superviviente dieron lugar a un segundo libro que, como no podía ser de otra manera, lleva el nombre de su protagonista en el mismo título: Isidro. Relato del campo de concentración de Albatera (2016). En él, Abellán relata la «lenta agonía» que sufrían los internos -«No había nada que hacer, sólo esperar que te llamaran por megafonía para llevarte al barracón de los que iban a fusilar al alba, o aguantar hasta que la desnutrición y las enfermedades hicieran su trabajo. Fue un campo de exterminio», señala la autora, pero también cómo Isidro, a base de ingenio, consiguió salvar su vida y la de algunos compañeros. «Pero ya no voy a contar nada más. Los libros, para descubrirlos, hay que leerlos», concluye la cartagenera.

Por supuesto, toda esta historia, la que ha relatado en ambas novelas, le ha servido a ella, además de para sacar a la luz las atrocidades que se cometieron en Albatera, para aprender una lección: «Que el éxito de una dictadura es imponer el olvido al precio que sea. Borrar, con todo el aparato del Estado al servicio de la represión, la memoria del pasado. El miedo fue tan grande que todavía en el año 2000 muchos represaliados se seguían sintiendo perseguidos. Con amargura me decían que el gobierno de Felipe González no había hecho nada por devolverles toda la dignidad que les habían arrebatado».