El 22 de febrero se cumplió el 75 aniversario del suicidio, junto con su esposa, del escritor vienés Stefan Zweig en Petrópolis (Brasil), uno de los destinos del matrimonio en su periplo americano huyendo de la barbarie nazi. Con ese motivo, en abril se estrenó en España la película de su compatriota Maria Schrader Stefan Zweig: Adiós a Europa, y con igual excusa se estrenó en París la versión teatral de uno de los libros más destacados del superventas austriaco, 24 horas en la vida de una mujer, que también fue transformado en película hasta en seis ocasiones entre 1931 y 2002 (la de 1961, protagonizada por Ingrid Bergman, en forma de telefilm; la última de 2002, con la francesa Agnès Jaoui en el papel de la señora C.).

Pues bien, en París fue donde Silvia Marsó se enamoró de este musical de cámara creado por Christine Khandjian y Stéphane Ly-Coug, hasta el punto de decidir reinventarse como empresaria (Lamarsó Produce) y recorrer con el montaje los escenarios españoles. Dicho y hecho, Veinticuatro horas en la vida de una mujer, con Ignacio García en la dirección escénica y Josep Ferré en la musical, se estrenó en agosto en el patio de comedias de Torralba de Calatrava, y, tras pasar por algunas de las plazas más importantes del país, llega esta noche al Reatro Romea de Murcia.

24 horas en la vida de una mujer cuenta la peripecia de la señora C., una aristócrata viuda que, en el casino de Montecarlo, observa a un jovencísimo jugador que lo pierde todo en la ruleta. Desesperado, éste abandona el local, pero ella le sigue y evita que se suicide. Además, su compasión la mueve a pagarle el alojamiento durante esa noche. Ya en el hotel, el joven se aferrará desesperadamente a esa mujer que le ha salvado, y ella, ante el temor de que él intente quitarse la vida de nuevo, decide permanecer a su lado durante las siguientes veinticuatro horas.

¿Qué conclusiones saca de las representaciones que han hecho hasta ahora?

Que está gustando muchísimo a la gente, porque es un espectáculo insólito, inquietante, sorprendente, que no han visto nunca antes. Es un musical muy distinto de todo lo que se puede ver, por ejemplo, en la Gran Vía de Madrid, con música de cámara y en el que pasan muchas cosas y muy emocionantes en escena.

Una obra en la que usted interpreta, canta y baila, y de la que también es productora. ¿Por qué se decidió a asumir tanto riesgo?

Porque vi en París el espectáculo y me entusiasmó tanto que no me quedó más remedio que producirlo. Hasta que no se ve, no te imaginas lo que es, con una música que te transporta. Esta es una de las grandes novelas de Zweig, que, por cierto, yo conocía ya. Para mí, además, era un reto hacer algo tan diferente. No me gustan las cosas fáciles, me gusta apostar por el buen teatro, el que tiene que ver con la cultura, el que me aporta como lectora, como intérprete o como espectadora. Me gusta el teatro que te hace vibrar y pensar, que provoca la reflexión. Y esta es una obra cargada de vida, así que está bien asumir todos los riesgos, como actriz y como productora.

Una obra que se monta a raíz del aniversario de la muerte de Zweig y que llega ahora a Murcia, poco después de que la ultraderecha haya vuelto a entrar en el Bundestag (Parlamento federal alemán). ¿Qué le sugiere esto?

Zweig se suicidó cuando los nazis habían ocupado Francia y pensó que su poder no tendría límite. Pero si hubiera aguantado algo más se habría dado cuenta de que eso no sucedería. Fue un palo tremendo. En cambio, tampoco se había posicionado públicamente, supongo que, porque al ser una persona tan sensible y tan conocedora del alma humana como se refleja en sus novelas, habría querido entender todo lo que estaba pasando; no compartir la ideología, pero sí entender a la gente que apoyaba a los nazis. Sin embargo, vio que el mundo se tambaleaba, no entendía nada y no pudo resistirlo.

Veinticuatro horas en la vida de una mujer aborda muchos asuntos trascendentes, pero entre ellos el de la libertad, y más concretamente, el de la libertad de la mujer. ¿Qué nos dice acerca de ese problema que nunca se termina de solucionar?

La señora C. es una mujer, una aristócrata, cuya vida fue planificada desde su nacimiento. Siempre ha estado bajo las órdenes de su familia, al servicio de las exigencias de su estatus, de manera que nunca ha vivido por ella misma. La única vez en toda su existencia que se permite vivir en libertad son esas veinticuatro horas en las que transcurre la acción de la novela. Y es en esas horas de libertad cuando se produce la profunda reflexión de la obra. Ella salva del suicidio a un jovencísimo ludópata, y a raíz de ahí se desata entre ambos una descarnada y tórrida historia de amor. Y él es mucho más joven que ella, algo que nunca se ha tolerado socialmente. Tenemos un ejemplo cercano en Emmanuel Macron, el presidente de Francia, casado con una mujer bastante mayor que él, por lo que, en pleno siglo XXI, en una sociedad tan liberal y tan moderna como la francesa, han sido señalados, criticados, cuestionados. ¿Por qué? Porque ella es mayor. No ocurriría lo mismo en el caso contrario, estamos hartos de ver a hombres mayores con chicas muy jóvenes. Es un claro ejemplo de desigualdad, de injusticia. La obra está muy cerca de este problema, aunque habla también de otras muchas cosas, como el destino, la moral, el azar...

Dejando un poco de lado el argumento, ¿qué otras cosas destacaría del montaje?

Para empezar, el personaje que interpreta Víctor Massán [narrador], que simboliza el destino, pero desde la mirada perversa que le adjudica Zweig. Y también simboliza la moral y representa un poco la mirada del propio Zweig. La relación entre los tres personajes es muy interesante y muy convulsa.

Permítame terminar con una pregunta casi obligada para una catalana en Madrid. ¿Cómo está viviendo estos días?

Estoy completamente bloqueada con este tema. De verdad, soy incapaz de hablar de ello porque estoy muy tocada y muy bloqueada.