Jamás, desde que comenzó su intensa e interesante carrera musical, ha concedido una sola entrevista. De todas partes -managers, promotores, discográfica- se recibe la misma respuesta: «No le gusta hablar. Es así». Un aura de misterio acompaña a Ángel Stanich (Santander, 1987), al que los festivales y las salas de conciertos venden como 'el gran enigma', mientras todo tipo de oyentes se acercan a sus canciones, repletas de personajes rotos, desorientados y descreídos, movidos por la curiosidad de su aire solitario y bohemio. Es como si Stanich, antes que músico, fuera ermitaño. Un tipo que desconfía del mundo.

Desde que se lanzó a presentar Camino ácido, acompañado solo con una guitarra, su público no ha dejado de crecer. Empezó de bar en bar, luego fue telonero de Los Corizonas y acabó llenando grandes salas con su propia banda y reventando en festivales.

El universo de Ángel Stanich es abundante en promesas de carretera y emociones a flor de piel, como se constata en sus trabajos anteriores: el álbum Camino ácido (2014) y los EP Cuatro truenos cayeron (2015) y Siboney (2017). Según cuenta, las nuevas canciones contenidas en su reciente álbum Antigua y Barbuda miran más adentro que afuera, a lo que hay en España que a lo que hay en otros lugares, como Estados Unidos y su iconografía, y reconoce que se ha dejado influir bastante por la literatura de clásicos españoles.

Concebido como un álbum de vinilo, bajo la producción de Javier Vielba, y grabado con su fantástica Band «a la vieja manera» (todos juntos) en los estudios Revirock, Antigua y Barbuda muestra las esencias del genuino Stanich, liberado de ataduras-referencias. No deja de sorprender ni de evolucionar en cada tema. Un disco proteico, plagado de sorpresas, que va a descolocar a muchos, pero, sobre todo, que proyecta hacia un impredecible futuro a un artista que esta noche compartirá escenario con Alv McMartin en la Sala REM de Murcia.