La rama que al tronco sale

En la gran foto de Ángel Fernández Saura no están todos, es verdad; falta Pepe Piñana, también guitarrista en activo, todos ramas que nacen para su fruto del tronco del abuelo, también tristemente ausente por razones de la naturaleza, don Antonio Piñana (padre). De izquierda a derecha, Curro, cantando; en el centro, Carlos, y a la derecha don Antonio (hijo). Esta va a ser la crónica de un arte, de un sentimiento y de una herencia; de un Patrimonio Inmaterial de la Humanidad que, según la Unesco, es el flamenco. El relato de un empeño feliz que naciera en los años 60, cuando un grupo de personas creyó necesaria la conservación de estas raíces patrimoniales de la música; de los cantes mineros y de Levante. Ahí estaban Juanito Valderrama, Asensio Sáez, el hijo de Rojo el Alpargatero y el propio don Antonio Piñana (padre), entre otros, para iniciar la andadura del Festival del Cante de las Minas, esa cita anual ineludible desde entonces, de la flor y la nata del cante hondo nacional. La historia es precisa y el camino empieza en La Unión, en 1961. La primera Lámpara Minera la gana el propio don Antonio Piñana (padre); el árbol empezaba a brotar en su hijo y, después, en sus nietos.

No es un cuento literario, es una realidad que bien pareciera aquello que se adorna con la palabra escrita. Don Antonio, el abuelo, cantaba cada Semana Santa de Cartagena una saeta a La Piedad en su desfile procesionario. Un año se sintió mal, se probó y no podía regalar la voz de siempre; le acompañaba la familia, entre ellos el niño Curro, que guardaba el secreto de su futuro, nadie sabía de su garganta. Ante las dificultades del abuelo, Curro dio un paso adelante y dijo con contundencia de adulto: «La saeta la canto yo». Era un niño de ocho o diez años cuando ocurrió lo que cuento ante la sorpresa de todos. Había, casualmente, cámaras de televisión que grabaron tal acontecimiento. El abuelo, emocionado tras el prodigio, se manifestó: «Ya no es necesario que vuelva a cantar».

Don Antonio Piñana (hijo), como Carlos y Pepe, son guitarristas virtuosos,necesarios para estas emociones. Carlos se declara un «flamenco atípico», por su academicismo y su dedicación a la enseñanza en el Conservatorio Superior de Música, donde ejerce con Curro en la Cátedra de Flamenco, única en España. También por impulso de los Piñana.

Curro es un profesional asequible, de garganta increíble. Ha cantado con todos lo que se lo han pedido, es cabeza del flamenco en España; sus registros y palos son inmensos. Sus conciertos, abarrotados de público, admiran a los aficionados y a los que no son tanto. En 1993, Premio de Tarantas; En 1996, Premio de Fandangos Mineros, y, en 1998, Premio de Cartageneras Mineras y Lámpara Minera, todo ello en La Unión. Fue entonces cuando Curro buscó en el cielo de los cantaores al abuelo, que le estaba esperando. La rama había dado los mejores frutos y el premio se convirtió en una ofrenda. Era la queja que abría las puertas del cante, porque solamente desde la queja puede volar el pájaro del luto. Todo lo demás es misterio y milagro.