Cae la noche en Los Alcázares, una de las localidades costeras con más afluencia de veraneantes de la Región de Murcia, y llega la hora de ´los linces´, al menos en su versión nocturna pues, con sus rotaciones, estos felinos patrullan durante las 24 horas. Un grupo de 14 agentes de esta unidad especializada de la Guardia Civil empieza a maquinar en el cuartel cuál será el plan de actuación de la noche del viernes al sábado, que se presenta vacía de incidencias en un primer momento. Pero, a ellos su experiencia les dice que «nunca se sabe», o al menos eso cuentan al equipo de LA OPINIÓN, que los acompañará durante toda la noche y que cree conveniente afirmar ya -pidiendo disculpas por el spoiler- que pudo comprobarlo.

Estos hombres son una unidad de refuerzo que ofrece apoyo a las demás unidades fijas de la Región en caso de ser necesario, y si son reclamados tendrán que acudir a solventar la incidencia, «ya sea en San Pedro o en Jumilla», afirma uno de los agentes. Esta noche son 14, pero, en total, los desplazados este verano al cuartel de Los Alcázares son más de una treintena.

El plan inicial saca a cinco coches patrulla del cuartel, que se dividirán cubriendo zonas del litoral y se volverán a reunir en La Manga en un momento más avanzado de la noche. Dos de estas patrullas, con las que LA OPINIÓN comenzará su odisea, se dirigen al bulevar de Los Alcázares que, a las once y veinte de la noche, momento en el que ´los linces´ hacen acto de presencia, se muestra a rebosar de gente.

Los guardias se equipan a las puertas del bulevar y no se hacen discretos; chalecos antibalas, boinas verdes y armas largas se convierten en su atrezo para iniciar un paseo que la gente recibe cada vez con más tranquilidad, aunque también se podían observar gestos curiosos y alarmados. Desde que en Europa y, recientemente también en Barcelona, se han sucedido actos de terrorismo, los guardias observan que su presencia «transmite sensación de seguridad, mientras que antes era más repelente», afirma un agente. Y es que estos paseos, armados hasta los dientes, se han hecho habituales desde que se activó el nivel 4 de alerta antiterrorista.

Cuando los agentes se deciden a marchar de la zona para reunirse en La Manga con el resto de patrullas, llega la primera incidencia, el primer atisbo de acción: una alarma se dispara en un comercio del bulevar. El agente que se quedó vigilando los coches patrulla es alertado por la propietaria de la perfumería y todos acuden al lugar. Tres agentes entran al comercio casi a oscuras y empiezan a explorarlo en busca de indicios de robo, como podría serlo alguna ventana rota en la parte trasera o, quizá, alguna persona oculta en la tienda; y, tras unos minutos de tensión y búsqueda, salen afuera y uno de ellos da la noticia que la propietaria esperaba: «falsa alarma, aquí no ha pasado nada».

´Los linces´ se quitan los equipos de chalecos, boinas y armas largas y se disponen a marchar hacia el punto de encuentro... pero entonces, a eso de la media noche, suena el intercomunicador en un coche. Se rompe el plan, comienza la acción: una patera ha sido detectada en las proximidades de la playa de la Azohía. El equipo de LA OPINIÓN se ve de repente persiguiendo a las sirenas de la patrulla a toda velocidad durante tres cuartos de hora de desenfreno, que les llevan por las sinuosas curvas de la carretera de montaña E-22; quién la conozca podrá entender la adrenalina que se podía palpar en el vehículo en ese momento.

Una vez allí, la visión al fondo del Castillo de Santa Elena embellecía las vistas de un momento de desalentadora empatía por la situación que debían estar viviendo las gentes de una patera que, según el radar del SIVE (Sistema Integral de Vigilancia Exterior), se encontraba próxima a la costa y parecía ir a la deriva, lo que hacía sospechar que la embarcación pudiera estar averiada. Además, minutos más tarde, un compañero de ´los linces´ informó de que, desde la patera, se había lanzado una bengala roja; estaban pidiendo ayuda.

Los efectivos de tierra de la Guardia Civil tenían la orden de permanecer próximos a la zona, hasta que se efectúe un rescate por medio de otra embarcación o hasta que la patera toque tierra y haya que intervenir. De modo que, tras otros 45 minutos en la playa de la Azohía, se decidió subir a la montaña del Castillo de Santa Elena para ver si era posible divisarla. Allí se reunieron con una patrulla de la Guardia Civil de Mazarrón y se optó por ir a las proximidades de Cala Cerrada. Pero, habría que intentar divisarlo desde el camino más próximo, ya que la cala estaba en la base de una pendiente casi imposible de descender por la noche, para lo que un agente estimó que «se necesitarían cuarenta minutos solo para bajarla, si no te caes... porque existe un riesgo enorme».

Tras volver a tomar otro sinuoso camino de montaña al volante, llegamos allí y el panorama era de total oscuridad. Las patrullas se movieron en diversas ocasiones por la zona intentando divisar la patera, pero se hizo imposible. Y, en un ambiente ya de total incertidumbre, volvió a sonar el intercomunicador y se recibió un aviso: «procedan a servicio normal, ya han sido interceptados por servicio marítimo y se va a proceder a su rescate». Desde allí no se consiguió avistar nada pero, la única patrulla de la que el equipo de LA OPINIÓN no se separó en toda la noche, ofreció la posibilidad de acudir al embarcadero del Servicio Marítimo de Cartagena y estar presentes en el momento de llegada de los rescatados.

Una vez allí, sobre las 4 menos diez de la madrugada, la embarcación de la Guardia Civil llegó a puerto con los rescatados a bordo; eran 11 personas y todos ellos parecían ser mayores de edad. Mientras tanto, otra embarcación más pequeña trajo a la patera, y la impresión fue sobrecogedora. La barca, en apariencia, recordaba a una de esas típicas en las que imaginas a dos personas pescando en un lago. Incluso se hacía difícil imaginar ahí metidos a los tres efectivos de la Guardia Civil que acompañaban al equipo. Esta fue depositada al lado de otra decena de pateras casi similares que estaban allí almacenadas y que, como pudimos saber, no llevaban muchísimo tiempo en ese lugar.

Pero el momento más chocante, sin lugar a dudas, fue ver levantarse a los temblorosos rescatados, envueltos en toallas, con el gesto de quien sufre una fiebre que lo deja en cama, pero sin la suerte de haber poseído semejante lujo. Sus cuerpos adquirían un tambaleo de visible flaqueza con cada paso y, realmente, fue impactante observar cómo daban ese saltito necesario para dejar la embarcación y pisar tierra firme de una vez por todas. Los efectivos de Cruz Roja les tomaban la temperatura nada más bajar y Policía Nacional los llevaba al lugar donde se les darían las primeras atenciones médicas.

El turno de los linces acababa a las seis de la mañana y, como aún restaban horas, nos dirigimos de nuevo a Los Alcázares y, una vez allí, en una rotonda con la que conectaba una de las salidas de la autovía, reunieron a las cinco patrullas y montaron un dispositivo de control de vehículos. La misión de la Guardia Civil fue la de identificar a los pasajeros de los vehículos que iban parando y comprobar si portaban sustancias estupefacientes o armas.

Establecieron dos puntos de control, uno en el acceso que entraba desde la autovía en dirección San Javier; y otro en la carretera que llegaba desde el pueblo de Los Alcázares. Estos posicionamientos eran totalmente estratégicos, ya que los vehículos que se dirigieran a la zona de bares y ocio pasaban por los controles y, de esta forma, se controlaba el acceso de drogas para evitar el posible tráfico y, por supuesto, también el acceso de armas.

En una de las comprobaciones, los agentes cachearon a dos jóvenes que se dirigían a la zona de ocio y encontraron dos navajas de más de 12 centímetros de hoja, cada uno de ellos portaba una en sus bolsillos; y además, haciendo el registro del coche, encontraron otra más en uno de los compartimentos. «Si los hubiésemos visto con la ropa manchada de estar trabajando en el campo o algún indicio de que iban a emplearlas para cortar o pelar alimentos, hubiera sido otra cosa -contaba un agente-. Pero estos jóvenes se dirigían a una zona de ocio con armas prohibidas, así que se les requisa y se le notifica a las autoridades competentes». La encargada de adjudicar la sanción es la delegación de Gobierno y en este caso, por portar armas prohibidas, puede llegar a ser de hasta 600 euros.

A las seis de la madrugada los linces, por fin, pudieron tomar el descanso que se merecían pues, aunque aparentemente el verano puede ser tranquilo, detrás hay un gran trabajo de prevención, de protección de los derechos y de vigilia por la seguridad de los ciudadanos, que vela por la sensación de paz de la que casi todos buscamos disfrutar en la época estival. Solo este equipo, en concreto, lleva en lo que va de verano «medio millar de denuncias de infracciones detectadas por drogas; algunas menos, pero también bastantes, de armas; y veintitantos detenidos», afirma Juan, el pupilo de un grupo de periodistas durante una odisea que les ha llevado a recorrer más de 130 kilómetros en una noche, y que han tenido el lujo de compartir con estos linces de la Guardia Civil.