Yelmo de huevo batido, y preñado de egregia matanza sabrosa. Panoplia heráldica de la Vega Baja, que honra las mesas de nobles y plebeyos. Con mandato impar abarca el plato señero que, en tanto que cuartel de escudo de armas, alcance da al mismo alcanzar lo más alto, en la guerra de las cocinas. El minúsculo arroz con dorada agudeza, de rostro hace al fiero paladín que nos reta. Esgrima de paladar y sabores se bate en el campo de batalla del refectorio. Ganamos y perdemos. Las papilas salivan la victoria. Y, secretamente, el arroz con costra se ríe de su derrota, que es a la vez su victoria. Tizona de tenedor desenvainamos arduos, plenos de apetito y gusto bueno. Aromas evadidos de la prisión de la costra, aceros cruzan valientes, osados, magníficos con nuestras armas. Temblamos al ver el plato irse yendo por donde más nos place. Huida que grande pena nos infunde. Victoria es, que ploramos. Vencer no siempre es una fiesta. Mucho menos en la contienda con el oriolano arroz con costra. ¡Válgame Dios, qué victoria derrotada! ¿Vencer, para qué? nos preguntamos al ver el campo de batalla con los restos de los vencidos. Y quisiéramos repetir batalla, y volver a vencer, siendo, a la vez, derrotados.