¿Qué es para usted una buena novela negra?

Lo mismo que cualquier otra novela de otro color, es decir, que sea capaz de formar, informar y entretener. No obstante, el género negro, además, tiene otro aliciente que es que nos permite asomarnos al abismo de la maldad humana sabiendo que, en realidad, todo es una ficción. Es una invitación a descender hasta el infierno para tirar de la barba al Diablo con la tranquilidad de que, si nos asustamos demasiado, podemos encender la luz y admirar el cartón-piedra.

¿Cuáles serían sus personajes y autores negros favoritos?

Me suelen gustar más los malos que los buenos, sobre todo, los villanos con fundamento, es decir, aquellos personajes que se comportan como se comportan porque tienen razones, motivos o antecedentes para ser así y no de otra manera. Por eso me gusta tanto Tom Ripley de A pleno sol de Patricia Highsmith; Nick Corey de 1.280 almas de Jim Thompson; el Joker de La broma asesina de Alan Moore; Annie Wilkies de Misery de Stephen King o Rubén Bertomeu de Crematorio de Rafael Chirbes. Son todos malvados bien construidos y adorables porque tienen sus razones literarias y argumentales para ser así y mi admiración por estos autores tiene que ver con su habilidad para hacer que te identifiques o, al menos, entiendas las razones del mal.

¿Se ha sentido atraído por este género desde siempre?

No. Las lecturas, como todo en la vida, se conforman por etapas. Fui un niño lector de cómics; un adolescente consumidor de fantasía épica tras la estela de El señor de los anillos y un universitario preocupado por leer cosas trascendentes o que yo creía que lo eran (risas) El género negro, que yo entiendo como aquel que refleja en sus historias el miedo, la violencia y la injusticia más allá del mero hecho policial es algo que vino pasados los treinta, aunque, eso sí, vino fuerte. Tan fuerte que me puse a escribirlo.

¿Qué opina de la expansión que vive en España este tipo de literatura?

Supongo que es porque el género tiene una mala salud de hierro que le ha hecho sobrevivir durante tantos años. Siempre ha sido menospreciado por la crítica y por las esferas académicas de la alta cultura (sólo hay que echar un vistazo a los suplementos culturales de determinados periódicos para saber de qué estoy hablando) pero adorado por miles de lectores y, sobre todo, por los libreros. Ahora resulta que premios de mucho boato y prosapia han vuelto su mirada hacia autores de novela negra porque el galardón podía tener prestigio, pero estos escritores son los que tienen los lectores.

¿Y qué le ha traído a participar en estas jornadas, qué espera de Cartagena Negra?

Como en el resto de festivales a los que tengo el honor de asistir, lo que espero con más ilusión es el contacto directo con los lectores, tanto con los que ya han leído alguno de mis libros como con los que se acercan por primera vez. Por supuesto, siempre es un gusto coincidir con compañeros de letras como Antonio Parra, David Zaplana, Santiago Álvarez o Ana Ballabriga para hablar de nuestras cosas, pero lo más importante para mí siempre son los lectores.

¿Cuáles son sus armas y métodos preferidos a la hora de matar?

Los que usan la inteligencia más que la fuerza, o sea, los que garantizan la impunidad del asesino, o al menos, que él o ella lo crean. En mi última novela, uno de los personajes asesina con una dosis letal de paracetamol, el analgésico más utilizado en todo el mundo. Treinta termalgines de un gramo, para entendernos, matan a un adulto en menos de 48 horas y, encima, puede ser confundido con una cirrosis hepática. No obstante, a la hora de matar en mis novelas procuro no ser frívolo ni superficial. Asesinar a alguien es un asunto sucio y trabajoso que no puede ser tomado a la ligera.

Elija algún personaje real para quitar de en medio y justifique el crimen, claro.

No diré nombres porque no creo que haga falta, pero hay unas decenas de indeseables en la cárcel con sangre en las manos y otros cuantos más que ya están fuera después de pagar con menos de un año de cárcel cada uno de su veintena larga de asesinatos que? ¿qué quiere que le diga? El mundo sería un lugar mejor sin ellos.

Sucios y malvados es el título de su última novela, ¿a quiénes se refiere exactamente?

Lo de 'sucios y malvados' es una expresión que una de las protagonistas utiliza constantemente con la que se refiere, en general, a los hombres. O a determinado tipo de hombres vistos desde una perspectiva femenina muy primaria e incluso brutal. En la segunda elegía del Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías, Federico García Lorca canta lo de: pero las madres terribles / levantaron la cabeza, y esa visión fuerte y dura de la feminidad es lo que ha inspirado buena parte de la trama y de las protagonistas. Además, 'sucios y malvados' también es un eco de lo que piensan las prostitutas que aparecen en la historia sobre sus clientes, normalmente buenos padres de familia que sólo pretenden echar una canita al aire y que hipócritamente pretenden ignorar que el sexo por el cual han pagado es una forma de repugnante esclavitud de la que son cómplices. Al menos en la mayoría de los casos, ya que se calcula que dos tercios de las mujeres que ejercen la prostitución lo hacen a la fuerza.

¿Qué tiene Valencia que la hace tan atractiva como escenario de novela negra? ¿La realidad valenciana se ha encargado de ir fabricando argumentos?

Al igual que Cartagena, Valencia es una ciudad de sol potente y, por esa razón, las sombras que proyecta son, necesariamente, más negras. Además, como estamos abiertos al Mediterráneo con nuestros puertos y puerto es puerta, por ahí entra todo lo bueno y también todo lo malo. No creo que la realidad valenciana fabrique más o menos argumentos que la realidad cartagenera, gallega o berlinesa porque la novela negra no habla de escenarios sino de la gente, o mejor dicho, de la mala gente. Y mala gente hay en todas partes.

¿Cree que la venganza es un tema importante en la literatura negra?

Pienso que la venganza es uno de los motores literarios más importantes y más antiguos y que, pese a los siglos transcurridos, sigue teniendo la potencia del primer día. Pongamos por ejemplo el peso que tiene la venganza en La Odisea, que es una de las narraciones más antiguas que conservamos. Además, la necesidad de devolver el golpe, de tornar la ofensa, a ser posible corregida y aumentada, es un sentimiento tan humano, tan esencialmente humano como la necesidad de amar y ser amado.

Su novela tiene unos elevadísimos tintes sociales, ¿qué pesa más ahora mismo, la realidad o la ficción?

Todavía soy más periodista que escritor y, por eso, tengo obsesión por el dato exacto y por la realidad contrastada sobre la que, eso sí, ya puedo imaginar. Con Sucios y malvados quería escribir sobre violencia de género, la cual se ha cobrado en los últimos veinte años más víctimas mortales que ETA en cuarenta. Y no es la única forma de agresión contra las mujeres. Las mafias de la trata pagan 20.000 euros por una mujer joven de África o de la Europa del Este para prostituirla porque recuperarán la inversión en tres meses, lo cual implica que cada mujer debe hacer, al menos, cinco servicios al día a 50 euros cada uno, de media. En el año 2015, los españoles se gastaron 500 millones de euros en entradas de cine y más de 3.200 en irse de putas. Solo en Valencia, donde se desarrolla Sucios y malvados, más de 1.600 mujeres se dedican a la prostitución y se calcula que más de la mitad de ellas lo hacen a la fuerza. Y no me he inventado ninguno de esos datos. Así es la realidad. Así es el mundo.

Ofrézcale algún consejo al lector de novela negra.

Que lea, sobre todo, para divertirse. Tienen parte de razón los críticos de la novela negra cuando reprochan que se publica mucho cliché recocido una y otra vez, pero también hay cosas originales y bien escritas que esperan una oportunidad. No hay más que darse una vuelta por los blogs literarios y los foros un poco especializados para darse cuenta de que en España se está haciendo buena novela negra, con voz propia y sin complejos. Y que merece la pena ser descubierta.