La materia ennoblece a las manos que la tocan

Este retrato de Pedro Pardo, escultor primero, pintor después, en defensa propia y por vencer la fatalidad, debería ser de doble página. Hallaré el momento de escribir de un lado sobre su vida con los artistas de su generación, en una ciudad como Murcia, en un tiempo preciso; y de otra parte de su obra o lo que es lo mismo, del hombre y sus frutos. En la teoría de los críticos nunca encuentro una descripción de las manos del artista; yo siempre las he mirado y podría describir sus formas y esencias. Recuerdo las de Juan González, las de Antonio Campillo, las de Antonio Gómez Cano y también las de Pedro Pardo, ennoblecidas al tacto de los materiales y su pasión por dominarlos. Imagino las de Alberto Sánchez, primero panadero y luego escultor excelso; huellas de pan y de barro.

Pedro Pardo nació en Cartagena en el seno de una familia humilde alejada de las artes. Al llegar a Murcia hay dos hechos trascendentales en él; la Escuela de Artes y Oficios, donde conoce a alumnos, que son sus amigos de promoción en los estudios de escultura, y a sus maestros: Juan González Moreno o Jesús (Jesusico), siempre con escayola en las manos. El segundo trance histórico es su relación y matrimonio con Marisún -a la que tanto aprecio- que pertenece a la gran saga de artistas que siempre se denominaron 'los Gómez'; su padre, Carlos Gómez, pintor y carrocista (escultor del cartón piedra); su abuelo, el Maestro Gómez; y su tío, Antonio Gómez Cano. Pedro Pardo encuentra en su familia política y en sus compañeros de viaje artístico una formación necesaria; y elige el tratamiento de la escultura, el más arduo, el que necesita de una fuerza especial para sacar adelante la obra. La pelea con la piedra, con los metales, con el barro mismo, con la feroz herramienta de hierro. El temple del fuego, de los fuegos, internos y externos.

Pedro Pardo frecuenta el Bar la Viña con Elisa Seiquer, González Marcos, Lola Arcas o Luis Toledo, entre otros artistas; en busca de la comunicación precisa en el arte y, por qué no, de las libertades que escasean. La obra de Pedro Pardo va ganando en personalidad en sus formas y en la elección de la materia definitiva: aluminios, aceros, piedras contundentes. Siempre en lucha y siempre alejado del barroco tradicional que la región impone. Para ello hace falta un gran esfuerzo por su parte y un empeño sin debilidades. Pedro Pardo situó una obra importante en lo que habría de ser un Museo de Escultura al Aire Libre, en el Jardín Botánico de Murcia. En 1990 tuvo el infortunio de una enfermedad que le dejó el lado derecho inválido; dejó la escultura y aprendió a pintar, siendo diestro, con la mano izquierda. Hicimos con su obra exposiciones individuales y colectivas en la Galería Zero, con gran satisfacción por mi parte. Al morir tempranamente nos dejó una hermosa herencia, su obra misma y otra que hemos ido descubriendo con el tiempo: Su hijo, el magnífico pintor Carlos Pardo; muy Pardo y muy Gómez; un artista serio en un camino decidido y definitivo.