Como aquella efigie caída en el Planeta de los Simios, de la Estatua de la Libertad, ladeada y tronchada, así estos restos de una antigua Torre Vigía, allá en Huelva, al Oeste de la desembocadura del Guadalquivir. Parece un tapón de corcho de alguna fiesta de Nochevieja de los Ángeles. Saltó por los aires, antes de que el inexperto ángel pudiera evitarlo, y vino a caer allí, a un paso del Atlántico. Y de Portugal. O acaso fue celebrando la celestial victoria sobre el Satán FC, en aquella final definitiva. El tiempo fue lamiendo la plata arrugada de su envoltura, y enrobinó hasta la nada sus cables de presión contra la redonda cornisa de la botella. Solidificó el corcho, y ahí está. Aun huele a cava, si se acerca uno. Si no, impresiona la monumentalidad de la cosa. Y tiene la inclinación precisa. Seguro que el guionista de los Simios tomó nota del efecto que hacen esos casi 80º de su eje, un día vertical y perfecto.

Los nativos lo toman como exacto mojón de su playa enorme y atlántica, hermana de las dunas de Doñana, que se arriman más al Guadalquivir. Un día vendrá un ángel por él.