Felipe IV tuvo por primer ministro o valido al conde-duque de Olivares, personaje despótico pero de gran talento, que procuró sin éxito contener la decadencia de España. La desacertada política desplegada en Cataluña fue causa de la sublevación de ésta; y la mala administración lo fue de la revolución de Nápoles. Por último, Portugal, deseoso de recobrar la independencia, se separó en 1640, y definitivamente se vio reconocido por España como Estado independiente tras la batalla de Montes Claros. En Flandes prosiguió la guerra civil, mantenida y ayudada por Francia e Inglaterra. Espínola rindió gloriosamente a Breda, pero sufrimos un gran descalabro en Rocroy, y, al fin, España tuvo que reconocer la independencia de los Países Bajos.

Gaspar de Guzmán y Pimentel, hijo de don Enrique de Guzmán, II conde de Olivares y embajador de España, era un chico listo que iba para cura, pero la muerte de sus dos hermanos mayores le convirtieron en heredero del título. Don Gaspar tenía incluso como privilegio, el dormir en los aposentos del monarca. Decían las malas lenguas que cobraba el tráfico de influencias que realizaba con los favores de espléndidas señoras. El valido es hoy recordado más por su presencia en las artes que por su faceta política.

Apoyó al joven pintor Velázquez, de orígenes andaluces como él, en su acceso a la corte de Madrid, siendo retratado por el mismo en diversas ocasiones. Una de ellas la que hoy traemos hasta ésta página en la que el rostro del valido se ha convertido, como por encanto, en el de un veraniego Paco Torres Cuenca, barman universal y eterno que luce la pelambrera de don Gaspar. Es conocida la pasión que el ilustre barman siente por el verano, sobre todo cuando retoza en su paraíso de Los Alcázares, donde, día sí y otro también, da escrupulosa cuenta del estado de la mar y de las actividades propias y ajenas que tienen lugar en su círculo vital a través de las redes sociales, de las que se ha convertido en todo un icono con miles de seguidores.

Don Paco, que goza de excelente pluma, nos ofrece, en ésas mismas redes, cada verano un espacio entrañable y vistoso titulado: «En agosto, guapas al rostro», en el que aparecen ramilletes de bellezas de todos los tiempos y lugares, no sin el cabreo y la censura de los inquisidores de tales redes. Un alarde de talento y de imaginación el de don Paco que nos hace más soportable el tórrido verano con el estímulo refrescante de las beldades que nos presenta.