La profunda ternura ante una ausencia

Recordar al escritor y periodista amigo Antonio Segado del Olmo es caer de inmediato en un desaliento profundo donde se nos escapan, sin querer, los diminutivos de la querencia. ¡Cuántas veces le llamamos Segadico! Con qué devoción le traemos hoy aquí, cuando se han cumplido treinta años de su muerte tempranísima. Desquiciada la muerte en su elección entre los seres mortales que somos. De Segado del Olmo hablamos con frecuencia, sale al paso en nuestras conversaciones de tertulia, con Pedro Guerrero y Juani Blanco, cuando la memoria nos lleva a aquel Mazarrón de los veranos calmos. Y acuden a la llamada del deseo de revivir los nombres de José María Párraga, del escultor Hernández Cano (Pepe ‘El Largo’, para entendernos a la perfección). Y sabemos de la existencia feliz de la XXXII Convocatoria del Premio de Cuentos Ciudad de Mazarrón, que lleva su nombre. A él no le faltaron premios como el de Cuentos Gabriel Miró con Largo trayecto.

Segado ejerció de novelista con entusiasmo, con una «singular capacidad de fabulación», dice el profesor Díez de Revenga, que apreció su obra y su trabajo como crítico literario y artístico en RNE, acompañado del magisterio magnífico de Paco Alemán Sainz, compañero y amigo, y en diarios locales y nacionales. Sus novelas tratan de las vicisitudes diarias del ser humano. Escribe la realidad que conoce sin llegar nunca a tocar la autobiografía; es un cronista social, en la ficción, de historias que conocemos de todos los días. El primer título de sus novelas editadas es El palmeral, obra que se desarrolla sobre los problemas de la huerta de los sesenta, que va cambiando de fisonomía ante la mirada y reflexión del autor. Su segunda novela la escribe en colaboración con José Antonio Martínez Lozano: La ruptura, publicada en 1975. En 1973 publica Trópico de ausencia, una obra muy documentada y expresada con una gran lucidez por su estancia en África, donde hizo el servicio militar de la época; a decir de algunos es la obra más redonda de Segado del Olmo. Ceremonial de ahogados se edita en 1977 y nos cuenta una historia donde el imposible divorcio de una pareja ahoga toda posibilidad de renacimiento. Lo dice el autor con crudeza.

De 1981 data El día que llegó el mar. A Segado le entusiasma la relación profesional con la universidad y mantiene un interés continuado en vivir y dar cuenta del mundo universitario; para él fue una felicidad haber sido nombrado Académico de número de la de Alfonso X El Sabio. Su discurso de ingreso también estaba inmerso en la temática de su tierra: Los murcianos, desde la tradición a nuestro tiempo (1983). Cultivó el ensayo y el cuento (Cuentos para leer en Miércoles Santo). Recuerdo muy gratamente sus encuentros con los artistas para escribir 7 pintores con Murcia al fondo, que le editó de forma personal el pintor, médico y cineasta Sánchez Borreguero. A su muerte quedó inédita una obra sobre Antonete Gálvez que fue publicada de forma póstuma, en 1987, en la revista Monteagudo, tan del afecto del autor. La calle donde vivió, cerca de la ambientada Plaza de las Flores, lleva su nombre, y un relieve en la fachada lo recuerda. Para muchos de nosotros, conocerle fue inolvidable.