Yo, Feuerbach, obra que el alemán Tankred Dorst escribió en 1991, vuelve a la vida este viernes a las nueve de la noche. En el Teatro Romea de Murcia, Pedro Casablanc será Feuerbach, un hombre que, tras pasar un tiempo alejado de los escenarios, se encuentra partiendo de cero en un casting realizado por un joven ayudante de director (Samuel Viyuela) que ya da su talento por caducado.

Tengo entendido que siempre había querido interpretar a Feuerbach, ¿era un papel destinado para usted?

No creo en los milagros, pero este caso ha sido algo muy particular. Que yo tuviera una obra mucho tiempo guardada en un cajón y que de pronto, sin intervenir de ninguna manera, un director de Barcelona me llamara para hacerla... Me hace muy feliz.

Le ofrecieron el papel de un hombre que comparte su profesión, y que se encuentra de pronto infravalorado, ¿le ha ocurrido alguna vez algo semejante?

Claro, en esta profesión siempre partes de cero cuando te presentas a un casting. Cuando se te evalúa como si fuera el primer trabajo al que accedes es duro, pero son tragos que hay que pasar. En el caso de Feuerbach, él es un hombre mayor que tiene del teatro una imagen idealizada, y que cree que su oportunidad ha pasado porque la sociedad ha cambiado con mucha rapidez: las nuevas tecnologías, el poco interés por cierta cultura o arte, etc. Es lo que lo ha dejado en la cuneta. Yo por fortuna todavía no he sentido eso, pero siempre está ahí la espada de Damocles.

¿Dónde queda lo de reinventarse?

No se sabe reinventar. Él tiene unos ideales y una visión de su trabajo que le impide rechazar lo suyo y adaptarse a las novedades. Es un poco, como diría Humberto Eco, un apocalíptico.

Y con una veteranía que se desecha.

Sí. De hecho, el personaje de Samuel lo ve como eso, como una veteranía desechada que no es reciclable. Es alguien antiguo, pasado de moda, que habla de un teatro y unos autores que él no conoce. Y eso me pasa a mí actualmente con los actores jóvenes. Es muy trágico que no conozcan sus precedentes, pero se da.

¿La cultura del desprecio a la experiencia es más grave en el mundo de la interpretación?

En el mundo del arte en general. Porque es todo tan subjetivo, que a veces los que llegan de nuevas piensan que tienen la verdad absoluta.

Ese contraste entre la juventud y la madurez se refleja en la relación que mantiene en el escenario con Viyuela, ¿cómo es la convivencia entre ambos?

Es un choque generacional. Samuel hace de un ayudante de dirección que tiene un puesto de poder ante un actor que solamente es un color de la paleta, algo que se elige para cada montaje.

¿No hay nada de comprensión entre ellos?

Hay una especie de viaje. Cada obra es un viaje hacia algo, y aquí el personaje de Samuel, aunque al principio siente que está ante un ser fuera de su órbita, poco a poco se va fascinando por la cultura y por la capacidad de ese actor.

Es una obra que toca muchos temas a debatir, ¿qué reflexiones le gustaría despertar en el público?

Esta obra es un canto al teatro, así que si el público sale con más ganas de ir allí y de conocer los entresijos de nuestra profesión, de ver cómo son las problemáticas internas y las dudas y angustias de un actor, estaría encantado.

¿Es un mundo muy duro?

No lo llamaría duro, sino inseguro. El hecho de que sea tan inseguro es que nosotros no trabajamos con nada externo. No usamos ladrillos o cemento, sino nuestro cuerpo, nuestra voz y nuestro espíritu. Y eso significa que, cuando te rechazan, te están rechazando a ti. No están rechazando algo que tú haces y que puedas cambiar. Esa es la parte difícil de la interpretación.