Hace justo un año, Pablo Francisco Sánchez Palacios vivía un sueño. Se preparaba para participar en la primera gran competición de su corta carrera deportiva. Había sido en Barcelona el mejor europeo en los clasificatorios para los Juegos Olímpicos de la Juventud. Todo el trabajo realizado desde que con apenas nueve años decidió dejar de jugar al fútbol para inscribirse en la Escuela Piragüismo Mar Menor, de Santiago de la Ribera, a escasos kilómetros de su domicilio en San Pedro del Pinatar, empezaba a tener recompensa. Fue un verano intenso, duro, con entrenamientos exigentes a las órdenes de su técnico, Nemesio Mariño Albal. Pero en septiembre todo se torció. Pablo Sánchez, con unas cualidades físicas espectaculares, tenía las maletas preparadas para irse a Asturias a la concentración permanente de la Federación Española. Solo faltaba un mes para la cita en Argentina. Empezó a encontrarse mal. No sabía qué estaba pasando en su cuerpo, pero las fuerzas le abandonaron hasta que un día le diagnosticaron mononucleosis, una enfermedad que sufren muchos adolescentes y cuyos síntomas son fiebres altas, dolor de garganta y ganglios linfáticos inflamados.

«Estuve dos semanas en urgencias. No sabían qué tenía. Me hicieron pruebas y más pruebas y al final me diagnosticaron mononucleosis. Necesitaba recuperarme bien porque me podía afectar al bazo y el hígado», dice un joven de apenas 17 años que en solo unos días vio cómo sus sueños se rompían sin poder hacer nada para evitarlo después de ser uno de los seis palistas europeos que había logrado el pasaporte para los Juegos que se celebraron en Buenos Aires.

Después de dos meses logró recuperarse. Tuvo que superar una crisis momentánea donde reconoce que «me daba todo igual», pero al final decidió seguir el camino que ya había emprendido y se marchó a la concentración de la Federación Española. «Estuve en Asturias junto con otros compañeros de toda España, pero a principios de febrero me di cuenta de que no estaba a gusto. Echaba mucho de menos todo lo que tenía aquí», recuerda. «La cabeza no me funcionaba, entrenaba sin ganas, y en las pocas horas de descanso que tenía, no desconectaba como en casa», explica. Entonces tomó la decisión de volver a casa, pero las dudas le asaltaron y tuvo la tentación de acabar con su sueño deportivo. «Por un momento pensé en dejarlo. De hecho, cuando volví a San Pedro del Pinatar no tenía ganas de nada, pero mis padres insistieron en que debía seguir y acabé superando esa pesadilla», comenta. «Y regresé y gané el selectivo para el Mundial júnior, que se celebrará en Rumanía y donde seré el único palista de primer año», dice después de haber superado dos importantes crisis en menos de un año. En el Embalse de Verducido, en Galicia, fue el mejor en K1 1.000 y K1 500, demostrando que tiene un don especial para el piragüismo.

Ahora entrena diariamente a las órdenes de su técnico y sigue el plan de estudios de los palistas que están concentrados durante todo el año en el CAR de Los Narejos. Pablo Sánchez ha recuperado la sonrisa y vuelve a ser una de las grandes promesas del piragüismo nacional, como ha venido demostrando desde que comenzó a competir en infantiles de segundo año. Una plata en categoría cadete K1 en 1.000 metros en la Copa de España de Jóvenes promesas, además de un segundo puesto en el Campeonato de Europa K1 y un bronce en el Mundial de la misma categoría, le han convertido en un deportista a seguir en una modalidad que está proporcionando muchas medallas a España en los últimos Juegos Olímpicos.