Como perros y gatos
El Real Murcia le debe a Damián algo más que un minuto de silencio
Un minuto de silencio es poco homenaje para el colaborador más emblemático de la entidad centenaria

Damián García besa a David Vidal tras el ascenso del Real Murcia a Primera. / Joaquín Clares
El pasado 7 de febrero nos despertamos con la noticia del fallecimiento de Damián García a los 87 años. Solo dos días después, el Real Murcia jugaba en Nueva Condomina. No había mejor oportunidad para despedir al que los empleados del club más veteranos llamaban el ‘abuelo’, al colaborador más fiel de la entidad grana, a la persona incansable que siempre tenía la fórmula mágica para sacar a los amigos de un aprieto. Porque Damián tenía contactos hasta en el infierno. Pero sus más de sesenta años al servicio del club, nunca como empleado, apenas merecieron un minuto de silencio.
Chirrió que el homenaje a Damián se limitase a un minuto de silencio, como chirrió también que su imagen no apareciese en el videomarcador, un videomarcador que solo unas semanas antes había servido para acompañar una pedida de mano de dos aficionados; como chirrió también que su nombre no fuese acompañado de una nota que descubriese, especialmente a los más jóvenes, quién era Damián en el Real Murcia.
Pero ni la frialdad del club evitó que ese día muchos de los murcianistas que acudieron al partido ante el Sevilla Atlético tuviesen en su mente al omnipresente Damián García, un Damián García que nos ha demostrado que no era inmortal, pero un Damián García al que sus amigos seguirán sintiendo y recordando en cada rincón de Nueva Condomina.
No hacía falta llevar una banda de música, como muchas veces bromeaba el gran Damián al hablar de su adiós; solo hacía falta un poco de «dedicación y entrega», esa dedicación y entrega que él siempre tuvo para el club.
Fallecía el pasado 7 de febrero a los 87 años, tras más de sesenta vinculado al club grana
Entiendo que un casi recién llegado como Felipe Moreno apenas tuviera noticias de la historia de Damián en el Real Murcia. Entiendo que ocurriera lo mismo con el vicepresidente, el resto de directivos, o el director general. Pero no entiendo que los empleados que llevan algunos años en el club no promovieran algo especial ante sus jefes. Y que tampoco movieran ni un dedo desde las peñas.
Qué costaba levantar el teléfono, qué costaba encargar un ramo de flores y alguna placa conmemorativa; qué costaba invitar a sus hijos al palco, qué costaba aprovechar la previa o el descanso del partido ante el Sevilla Atlético para preparar un pequeño homenaje a un hombre que colaboró más de sesenta años con la centenaria entidad.

Damián, en sus primeros años vinculados al Real Murcia. / L. O.
A nadie se le ocurrió levantar el teléfono. Nadie preparó nada. Nadie se dignó a simplemente llamar a sus hijos para invitarles a un palco en el que su padre, que llevaba unos meses alejado del club por su enfermedad, estaba sin estar; un palco en el que siempre se movió como pez en el agua.
Porque hasta no hace mucho, pasados ya los ochenta, ahí seguía el colaborador murcianista, resistiéndose al paso del tiempo, haciéndonos ver a los demás que era el único al que no le pesaban los años, que era el único que seguía teniendo los contactos necesarios para solventar cualquier situación.
Porque Damián era un ‘conseguidor’. Si había que renovar el DNI de algún jugador, ahí estaba Damián para levantar el teléfono; que se necesitaba algún contacto en las altas esferas, ahí estaba Damián para tirar de su extensa agenda; que faltaba algún documento para tramitar el contrato de un futbolista, Damián lo solventaba. Porque Damián lo mismo tenía preparado el cartón de tabaco que fumaba Samper; que te conseguía entradas en primera fila para los toros; que te invitaba al Palacio de los Deportes a ver un partido del UCAM.
Todavía recuerdo el día que le conocí. Fue por 2006, en el parking de La Condomina. Me lo crucé al abandonar las oficinas del viejo estadio, después de hacer mi primera entrevista a Jesús Samper. Ni corto ni perezoso, porque si algo no tenía era vergüenza, se acercó y me dijo: «Has visto lo bien que te ha tratado el presidente; pues así tienes que tratarlo tú a él».
No había ni acabado la frase cuando ya le había echado la cruz. Le eché esa y otras muchas. Pero con el paso del tiempo me di cuenta de que a Damián le echabas la cruz un día y al día siguiente se la quitabas. Porque a Damián el mundo lo había hecho así. Lo mismo me sacaba de mis casillas, que se acercaba y me regalaba un llavero de plata con el escudo del Real Murcia, porque su vida giraba siempre alrededor del Real Murcia.
Un Real Murcia que se ha olvidado un poco de él al final. No recibió un homenaje en vida, cuando realmente lo merecía, cuando las piernas todavía le acompañaban; y, ya fallecido, tampoco ha tenido el club el tacto necesario para regalarle una despedida especial. Una bonita despedida que no se produjo el pasado 9 de febrero, pero una despedida que antes o después se debería hacer.
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