Todos hemos tenido maestros buenos y malos. Los que entienden verdaderamente hacen fácil la comprensión de lo que explican si, además, les adorna la virtud de la generosidad. Y ambas cuestiones, sabiduría y generosidad, se echan en falta en nuestra sociedad. También en el fútbol.

Di Stéfano era tan clarividente jugando como explicando: «La pelota al pasto», decía, para aclarar que se juega por abajo y no para arriba. Y Cruyff añadía que lo que se pudiera hacer a un toque, mejor que a dos. Tan sencillo de hacer para los buenos y tan complejo para los demás. 

El sábado, viendo jugar a Joao Felix con el Barça, algunos pensamos que por qué no lo hacía así regularmente en el Atlético. Y respuestas puede haber muchas. Incluso dio un pase de gol a Lewandowski sin tocar la pelota; con un simple amago. E inmediatamente recordamos jugadas similares de los tocados por la varita de la genialidad. A otro nivel, pero igualmente bello, sencillo y eficaz, el valencianista Javi Guerra, uno de los prometedores canteranos que Baraja tiene que alinear a falta de fichajes, hizo un golazo que pareció sencillo de ejecutar. Le recuerdo varios así. Conducción rápida cerca del área para chutar con rosca ajustado al palo. Tan fácil de explicar y tan difícil de realizar. Si fuera sencillo, los resultados del fútbol se acercarían a los de balonmano. 

Marcial Pina, excelso internacional del Elche, Español, Barça y Atlético de Madrid en los años sesenta y setenta del siglo pasado, nos recordaba en una comida a varios amigos, acompañado de Asensi y Rexach, que tras colgar las botas estuvo entrenado a porteros en el Barça y les hacía goles con ambas piernas desde fuera del área —fue Pichichi siendo interior izquierda cuando Cruyff, que era el teórico delantero centro, llegó a España—. Y con sorna, les espetaba: «¿Es que habéis venido hoy sin manos?»

Pero la sencillez y la complejidad se pueden trasladar también a otras facetas futbolísticas. Podría parecer inexplicable, pero que nuestra selección femenina campeona del mundo esté en candelero por cuestiones ajenas a su desempeño natural se explica desde haber perdido un reto quince de ellas: quisieron echar al seleccionador y resultó y resultaron las demás campeonas del mundo, y ahora buscan revancha inmisericorde tras el turbio asunto Rubiales. Innoble maniobra por despechada. Nuestras internacionales pretenden dirigir la RFEF desde el césped pidiendo una limpia federativa, pero como bien ha recordado una de ellas, su misión es jugar y no dirigir. Además, su argumento de falta de capacidad técnica en Vilda y sus ayudantes perdió crédito tras el triunfo. 

La Federación precisa una limpieza higiénica, pero deberían ser los dirigentes quienes la propicien. Y es normal que suceda así en una institución donde el anterior presidente, Villar, estuvo cerca de treinta años de presidente y Rubiales aspiraba a otro tanto, como sucede también en sus territoriales y en tantas otras organizaciones deportivas. Y eso, por buenos que puedan ser sus dirigentes, no es bueno desde ningún punto de vista. Porque es humano que los mandatos largos generen redes clientelares que acaban siendo nidos de ineficacias y corruptelas variopintas. La renovación en las instituciones es tan necesaria como la ventilación de cualquier lugar cerrado. 

Como consecuencia de este embrollo, tenemos a un seleccionador nacional campeón del mundo, Jorge Vilda, deshonrosamente cesado —a Del Bosque lo hicieron marqués por un mérito similar—, y a una Selección boicoteada por una mayoría de internacionales, muchas de ellas también campeonas del mundo. De locos. A este respecto, una señora me ha dicho que posiblemente tenga que ver con la complejidad femenina frente a la sencillez masculina. Y lo mismo le asiste la razón. 

Y tocante con lo anterior, llegamos a las dictaduras. Muchos estamos hartos de quienes pretenden obligarnos a vivir con arreglo a sus creencias, cuando no intereses inconfesables. Y dictadores así los hay de todos los colores y ámbitos: sociales, políticos y hasta religiosos. 

A nuestro campeonísimo Carlos Alcaraz le censuran que asistiera a una corrida de toros. Y digo yo, ¿por qué toda esa gente no se dedica a vivir como quieran y nos dejan vivir a cada cual como nos parezca? Si no les gustan los toros, pues no vayan. Y así, con todo. 

Y es que, quizás sean como aquel que en su casa no puede rechistar y en el fútbol se desgañita cada domingo contra todo.

Tanto olvido lleven como libertad dejan los dictadores al desaparecer.