Pasando la Cadena

Laureles a la inteligencia y calidad

Tanda de penaltis Argentina - Francia.

Tanda de penaltis Argentina - Francia. / Efe

José Luis Ortín

Y a la emoción, que es hija de pasiones. Quienes pertenecemos a la rara especie de disfrutar lo mismo las épicas del Madrid en Europa que del fútbol implementado en las mejores épocas del Barça y nuestra Selección, tenemos complicada la comprensión de nuestros semejantes cuando nos miran con las gafas tintadas de sus colores deportivos.

Tampoco son fáciles de explicar reconocimientos al contrario en cualquier otra faceta de la vida, aunque siempre haya matices diferenciales. Enseguida surgen las falsas etiquetas. Y es que, por encima de colores, partidismos, nacionalidades, banderías, filias y fobias, a algunos nos emocionan el buen talante, la generosidad, el talento, el esfuerzo, la bondad o la belleza en cualquiera de sus expresiones, sin distinción de orígenes ni querencias. Sin embargo, cuando el personal desnuda el alma, las emociones se generalizan. Ha ocurrido en el Mundial.

Messi llegó a Qatar con el fantasma del efímero Maradona sobre su luenga carrera futbolística. El Diego que Schuster me definió hace años en Jerez como el mejor con quien había jugado, duró un rato, pero su inalcanzable carisma le hizo divino entre los argentinos. Pura emoción, aunque la inteligencia no le diera para tanto. Y ese debate entre fogonazo y perseverancia continuará en la afición futbolera mientras haya memoria de ambos, como lo hubo con Pelé antes del rosarino. Para los veteranos, hay un cuarto invitado en esa mesa. Di Stéfano está por encima de ellos si hablamos de fútbol total, aunque empezó a labrar su leyenda en España y en Europa próximo ya a los treinta años. ¿Qué hubiera pasado si hubiese vestido la camiseta blanca antes de los veinte? Nunca lo sabremos.

Griezmann, otra estrella de este raro Mundial, lleva un camino parecido al de Messi, aunque nunca alcanzará sus galardones. Conforme baja la velocidad crece la inteligencia, retrasando su posición en el campo. De mero goleador a creador de juego, como antes que ellos hicieron la propia Saeta Rubia o el inolvidable Cruyff, el quinto as en ese repóquer de astros futboleros, si excluimos al francés y a su paisano Zidane, al húngaro Puskas, al brasileño Ronaldo y al portugués Cristiano o incluso al español Iniesta. A todos ellos, salvo Pelé, hemos tenido la inmensa suerte de disfrutarlos en España en sus mejores años. Solo faltaría que el emergente Mbappé aterrizara por fin en el Bernabéu.

Como denominador común, si echamos mano de la memoria, con algunos reparos derivados de soberbias galopantes o malas cabezas y pensando en otros futbolistas que también estarían en esa cumbre del fútbol, la inteligencia los unió para auparlos a sus mejores logros deportivos.

Y finalmente, en Qatar salió a relucir la segunda característica que define el fútbol: la calidad. Messi y Mbappé protagonizaron los dos primeros tramos de la final. El argentino en la primera parte y el francés en la segunda del partido, antes de la prórroga. Fue como darse el relevo de la corona mundial. El antiguo rey lideró a su equipo y el nuevo utilizó su espada como alfombra mágica. Y la prórroga y los penaltis fueron un homenaje al juego que más apasiona. Incertidumbre, tensión, fuerza, pulmones, ocasiones y goles de un lado a otro del campo. Emoción a borbotones por las arterias de los aficionados de todo el mundo, más allá de nacionalidades o colores, con los argentinos y franceses con sus corazones botándoles en el pecho.

Punto y aparte para un portero que siempre recordaremos como el tercer figurón de este Mundial. Emiliano Martínez salvó a su equipo en el partido y en la tanda de penaltis. Igual que a Casillas lo recordamos en España junto a Iniesta como los magos de Johannesburgo.

Empecé esta columna diciendo que el fútbol está por encima de las querencias. Ayer había también en España división de opiniones. Messi, el mejor futbolista de los últimos quince años, y para muchos también de la historia, con la dificultad que conlleva comparar jugadores de diferentes épocas, levanta aquí tantas pasiones como aversiones. Y eso empequeñece este deporte. Nada más elegante que reconocer la valía de los contrarios. Ni más inteligente, porque cuando logras superarles alcanzas mayor dimensión que si los ninguneas.

El fútbol ha sido justo con Messi en el tramo final de su carrera deportiva, en un Mundial sin selecciones indiscutibles y una final para el recuerdo. Laureles emocionados para quienes nos han hecho vibrar con un fútbol reverdecido. Ni Francia ni Argentina sacaron en corto.

Feliz Navidad.

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