La Opinión de Murcia

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Pasando la Cadena

Corazones divididos

José Luis Ortín.

En un país donde las pasiones priman sobre la racionalidad, la historia suele repetirse. España es un crisol de sensibilidades que riman con discrepancias. Nunca llueve a gusto de todos, como es natural, pero aquí es un principio consagrado hasta en nuestra Constitución en su título octavo, con aquello de que somos una nación compuesta por diversas nacionalidades, regiones, etc. Y desde esa contradictoria ambigüedad se rige nuestra ciudadanía.

El fútbol no es diferente. Luis Enrique no iba a renunciar a la contracultura de ir contra el concepto de selección para hacer su particular club de fútbol, como harían también la mayoría de aficionados; españoles todos.

Iñigo Martínez, Aspas, Ramos, Kepa, Borja Iglesias, Rodrigo Moreno, Canales o Nacho son ausencias escandalosas en ese imaginario colectivo anti Luis Enrique, como Ferrán, Raya, Eric, Robert, Guillamón, Sarabia y hasta Ansu y Busquets, por bajos de forma, lo son como sospechosos bultos seleccionados.

Hay siete jugadores del Barça, tres del Atlético y dos del Madrid, Athletic, Villarreal, City, PSG y Valencia. Otra vez la burra al trigo, aunque haya seis canteranos del Barça, cuatro madridistas y valencianistas y dos del Atlético, Athletic y Villarreal. Un lógico reparto de canteras, aunque haya destacadas desapariciones.

Los de mi generación crecimos en la añoranza de la furia roja española de Amberes en 1920, con aquel grito de Belauste: ¡Sabino, a mí el balón, que los arrollo! —metió en la portería el balón, al portero y tres defensas en un córner para ganarle a Suecia—, tras el fracaso español del Mundial de Chile en 1962, con Collar, Peiró, Di Stéfano, Puskas y Gento en la delantera; ¡Casi nada!

Poco después, en 1964, España ganó su primera Eurocopa frente a la URSS del portero Balón de Oro Yashin y el celebérrimo gol de Marcelino, con cuatro culés: Olivella, Fusté, Pereda y Suárez, y solo dos merengues: Zoco y Amancio, con el legendario Gento de suplente del zaragocista Lapetra.

Y coleccionando desgracias en Mundiales y Eurocopas: los fallos de Cardeñosa y Salinas, el no gol del golazo de Michel a Brasil, el codazo del italiano Tasotti al propio Luis Enrique, el clamoroso error de Arconada en Francia en la falta de Platini, el autogol de Zubizarreta ante Nigeria, el gol que nos robaron en Corea aquellos dos impresentables arbitrales o el penalti errado por Raúl contra Francia; llegamos a nuestra segunda Eurocopa, ganada en 2008 ante Alemania con Torres de goleador.

Pero en la fase de clasificación, el discutido entonces y llorado ahora Luis Aragonés, hubo de aguantar el multitudinario grito de ¡Raúl selección! en muchos estadios españoles. El timorato silencio discrepante por el ostracismo de Gento en el 64, mi ídolo futbolístico infantil y juvenil, se había convertido en tumulto libertario cuarenta y cuatro años después con otro merengón.

Y luego se rizó el rizo con Del Bosque. Un madridista más en la picota, hasta el punto de ser ninguneada su adscripción blanca desde crío, por no llevarse bien con Florentino ni tampoco llevar a Raúl en la selección que conquistó la gloria del Mundial sudafricano de 2010 y la Eurocopa austríaca de 2012, con los ‘bajitos y jugones’ que había entronizado antes Luis: Iniesta, Xavi, Villa, Pujol, Casillas y compañía.

Distinto es lo que sucede con Luis Enrique, culé confeso desde que dejó el Bernabéu por el Nou Camp. Y la verdad es que, al margen de ese matiz divisor de la afición, se gana a pulso lo de desaborío cada vez que se enfrenta a la prensa que no es de su cuerda. Además, creo que lo hace más o menos conscientemente, tanto para afrentar a quienes no son de su querencia blaugrana como a quienes desprecia por pensar que sabe de fútbol más que nadie. Pecado compartido, no nos engañemos, con esa gran masa de futboleros que lleva o llevamos un técnico y un seleccionador en las entrañas.

Porque los españoles somos pasionales hasta los tuétanos. Moros o cristianos, cartagineses o romanos, rojos o azules y hasta policías o ladrones, son los símiles de merengues o culés, indios o vikingos, béticos o sevillistas… Las salsas que condimentan nuestra carácter y personalidad, como aquellos españolitos que vienen al mundo y cantara don Antonio Machado. La conclusión será, una vez más, como sucedió en la pasada Eurocopa, que por bien que juegue España y llegue donde llegue, Luis Enrique nunca aunará consensos ni coleccionará aprecios en la afición mayoritaria española.

Es lo que tiene acelerar divisiones en corazones divididos.

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