La Opinión de Murcia

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Pasando la cadena

Luis Enrique: soberbia, méritos, memez e irresponsabilidad

José Luis Ortín

Algunos peleamos toda la vida contra nosotros mismos por dominar los defectos reconocidos. Es un calvario vital. Pero para los demás, seguramente nos olvidamos de otros no menos dañinos. Cuando reiteramos lo de hacerla y no enmendarla, y la soberbia es un caso flagrante, siempre hay argumentos más o menos discutibles. 

Con el tiempo, cada vez resuena más una alarma interior y a veces remedias sobre el terreno, reconociendo el posible error o la sinrazón dialéctica. Corriges, te disculpas y adelante. Incluso te sientes mejor que enrocado en tu majestuosa y débil torre de cristal. Debe ser parte de la sabia madurez y, al que no aprende, la vida lo pone en su sitio. 

A Luis Enrique le va esa marcha porque vive empeñado en polemizar absurdamente y sin venir a cuento. Su Twitter presumiendo de segundón lo manifiesta. Debería haber aprendido que de los subcampeones no se acuerda nadie. Luis Aragonés, quien se ganó el apelativo de sabio por algo, lo dijo bien claro a sus seleccionados durante la Eurocopa que ganó en 2008. Debe ser que el asturiano tiene alguna vena argentina, por aquello de que dicen jocosamente que se suicidan despeñándose desde su soberbia. Él tienta la mala suerte asomándose al precipicio de la suya. A las puertas de un Mundial no parece la mejor motivación señalar como éxito no ganar nada. En el fútbol no hay ningún ranking de prestigio sin basarse en trofeos obtenidos. 

En la historia, solo la Holanda de los setenta del siglo pasado, la de Cruyff, se hizo legendaria sin ganar nada, pero cambiando el concepto hasta ese momento e inaugurando lo del fútbol total. Y por mucho mérito que tenga ascender sin hacer cumbre, que lo tiene sin duda una selección sin estrellas como la de Luis Enrique, no creo que albergue pretensión alguna de cambiar el fútbol actual. ¿O quizá sí? En ese caso, la soberbia pasaría a memez superlativa.  

La España de Luis y de Del Bosque sí marcó un antes y un después, pero tras unos años tan fantásticos como triunfales. Si no hubieran ganado consecutivamente los Europeos de 2008 y 2012, con el Mundial de 2010 en medio, desde las mejores a las modestas selecciones del mundo y la mayoría de clubes, desde sus bases, no habrían tratado de copiarles el famoso ‘tiki-taka’ por bien que hubiesen jugado —ahora ya en fase de superación por generalizado, con antídotos eficaces para contrarrestarlo u otras formas eficaces de ganar, con el Madrid en candelero y dos técnicos en las antípodas de Luis Enrique: Zidane y Ancelotti—. Y tome también nota el seleccionador español, nunca tampoco presumieron sus antecesores en el cargo de tan grandiosos logros: admiración, magisterio y trofeos. El madrileño fue sabio, y el salmantino, señor. Así han pasado a la historia. Ya veremos cómo se sacude el asturiano, gane algo o no, el merecido sambenito de divisor de la afición española; lo tiene difícil porque sigue empecinándose en el error.  

Tanto fans como detractores, aunque con la boca pequeña, ensalzan o reconocen aciertos de Luis Enrique como el de seleccionar a ese portento juvenil que es Gavi, entonces desconocido, o llegar contra pronóstico y sin figurones a jugar mejor que Francia o Italia cuando nos birlaron sendos triunfos europeos: la pasada Eurocopa, como más significativo, y el otro menor cuyo nombre pocos recuerdan. Los gabachos con un discutido gol de Mbappé, en fuera de juego según la rectificada norma arbitral por aquel nefasto motivo, y los azzurri en los penaltis después de un repaso futbolístico excepcional de los nuestros; solo faltó el gol. La pena es que la soberbia agoste tal evidencia: no hacía falta ninguna comparativa. Y menos, desde una prepotencia tan pueril hacia quienes te ganaron, aparte de ventajista por superar pírricamente y gracias a Unai a una Portugal que jugó mejor. 

Si hubiera en la Federación alguien con autoridad, -Rubiales- que es distinto de poder y cercana al prestigio, a la vergüenza y a la honradez, le habría llamado la atención o tal vez Luis Enrique no iría por la vida perdonando vidas de críticos ni enredado en disolventes y estériles riñas. Aunque se justifiquen sus diatribas como forma de motivar a sus seleccionados, aun con el falsario modo de hacerles creer que hay media España contra ellos, no deja de ser una manera tonta de desenganchar progresivamente a una parte considerable de la afición.

Memez impresentable que algún irresponsable permite.  

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