La cocina y el fútbol tienen requisitos tan comunes que facilita comparar sus procesos de éxito. Y es que, por mucha tecnología que incorporen, hay algo que ni el tiempo ni las modas pueden sustituir, como en tantas otras cosas de la vida. Así, tiempo, conocimiento, buenos productos, condiciones adecuadas y destinatarios finales se dan la mano tan invariable como selectivamente.

Hablábamos la semana pasada de las distintas realidades actuales del Real Madrid y Barça. Temporada de confirmación para los blancos y de renacimiento azulgrana. Los primeros llevan varios años de ventaja a los segundos en casi todo lo importante. Se asemejan en sus consumidores finales por tener idénticos niveles de exigencia: solo les vale ganar.

El Real disfruta de una base de equipo consolidada, con triunfos en Europa espectaculares y en España acordes a su importancia tradicional. Al Barça, por el contrario, se le atraganta el continente desde hace demasiado aun habiendo disfrutado del mejor del mundo una quincena larga de años. Se confirma que ni uno o dos jugadores ni una chequera generosa hacen equipo. Cocinar un conjunto titular no es empeño de un año ni se puede improvisar. Y menos ahora, que, como decíamos, ya no se trata de once futbolistas que le otorguen un marchamo ganador. Son quince o dieciséis los que deben estar enchufados permanentemente para no chirriar cada tres o cuatro días, que es el enloquecido lapso de tiempo entre partidos generado por unos calendarios competitivos no menos disparatados.

La consecuencia inmediata de lo anterior es lo sucedido en los albores de la temporada. El Madrid empieza ganando su primer título, la complementaria Supercopa de Europa, jugando con los mismos, y el Barça se pega una inquietante culá en su debut liguero ante un Rayo que no debería haberle puesto, sobre el papel, demasiados problemas para engatusar a una afición tal vez ilusionada de más por la reciente euforia ficheril y los brindis al sol de la reeditada versión del Laporta desatado. Como también advertimos, solo los goles de Lewandowski serán el argumento válido para refrendar las ansiadas esperanzas de una resurrección blaugrana de emergencia. Pero ¡ay!, amigos, la Liga no es la Bundesliga y aquí cualquiera te hace un descosido en cuanto parpadees. No sé si el polaco estaría acostumbrado a que una defensa de mitad de la tabla hacia abajo le ponga una sombrilla y no vea ni sol ni puerta en cien minutos de juego. Seguramente, no.

Trabajo y perseverancia a espuertas por delante para Xavi y sus dirigentes. Y paciencia franciscana de los culés hasta que mezclen bien los nuevos jugadores entre sí y encajen con los antiguos para degustar fútbol asociativo y celebrar los resultados deseados desesperadamente por unos y otros. Tareas nada fáciles por las urgencias que presiden el fútbol actual.

Mientras, los merengues a verlas venir con un panorama muy diferente. Conjunto tan consolidado como bien reforzado, solo a la espera de alguna ganga que doble el único puesto cojo. Benzema no tiene quien le sustituya con alguna garantía de éxito. Porque a Casemiro, el anterior solista en la medular, le sustituía en ocasiones un Kroos que nunca se ha sentido medio centro ni se le veía cómodo cortando balones y juego contrarios, aunque la calidad suplía en parte sus carencias. Pero al de los goles solo se le puede sustituir con goles; la calidad u ocupar su espacio no resuelven nada, y mucho menos inventar algo más que un delantero centro. Porque el gabacho, sin ánimos de comparar, es el único futbolista que de alguna manera nos ha recordado a veces al mítico Di Stéfano, quien tenía mucho más recorrido en todo el campo. La pena es que a ese nivel tan inalcanzable se haya acercado treintón largo y no a los veintitantos años. Aunque también es cierto que la Saeta Rubia llegó al Madrid cerca de la treintena

Veremos cómo empiezan el campeonato doméstico tanto los blancos como los retorcidos colchoneros -sus actuales bandas rojiblancas parecen caminos antiguos-. Pero ambos atisban inicios ilusionantes.

Sería paradójico, por desamor lacerante recíproco, que Morata resultara el bálsamo que Simeone precisa para ajustar una plantilla de altísimo nivel. Los goles del madrileño tal vez permitan al argentino enlutado dotar sus planteamientos clásicos del juego lucido que distinguidos aficionados le reclaman. Sería bueno para el Atlético y la Selección. Luis Enrique espera ansioso el milagro.

Los goles son el condimento esencial para cuajar a fuego lento el fútbol que nos apasiona.