Fuga en los Alpes. Cuatro españoles (el 33% de la representación en el Tour) se van en busca de la victoria: Jonathan Castroviejo (segundo), Carlos Verona (tercero) y los capturados Ion Izagirre y Luisle Sánchez. Por lo menos se rozó la victoria para levantar un aire, tan calido como el que apenas refresca en los Alpes, para abrir la esperanza de que se volverá a ganar una etapa después de cuatro años de sequía. Y, sobre todo, para reivindicar el ciclismo español, desde los tiempos pretéritos de Federico Martín Bahamontes y del llorado Julio Jiménez, que cuando llega la montaña allí están ellos, para dejarse ver, para resurgir, para luchar para la victoria y para exhibir ese carácter tan escalador formado al sur de los Pirineos.

Nada importante en la general, a no ser que Tadej Pogacar hasta se permitió esprintar al grupo de sus rivales para arañar otros tres segundos de renta. Está tan fuerte que hasta se podría permitir el lujo de quedarse un día en el hotel y engancharse a la etapa siguiente. Más que los contrincantes con maillot y bici le preocupa el covid. Ayer, Guillaume Martin (Cofidis) se fue para casa y el UEA no es ajeno a la pandemia. El líder ya ha perdido a un compañero por dos rayitas en los antígenos, el noruego Stake Laengen, pero sobre todo el miedo de ver que el coronavirus se pasea en el seno del equipo. Hoy, descansa el Tour entre pruebas PCR. El cuento de nunca acabar.