Y antes de poner su raqueta para devolver el golpe definitivo ante Ruud, que ya estaba cabizbajo, roto, desesperado, porque sabía que había llegado el momento final del partido, en Miami, Alcaraz tuvo tiempo para pensar, como se piensa cuando uno conduce un coche, sufre un accidente y el coche cae por un pequeño barranco y empieza a dar vueltas. En cada vuelta te da tiempo en unos segundos a recibir un flashback de toda tu vida. El primer amor, el primer beso, el primer hijo, la primera disputa con tu pareja, tu separación, tu tristeza, tu soledad, tu amargura, tu angustia, tu cobardía, tu…. 

La bola, tocada suavemente por la raqueta de Alcaraz, se fue a botar a su izquierda, sobre la línea, y el partido se dio por terminado. Acababa de ganar 1.000 puntos y algunas cosas más. Alcaraz se tiró al suelo todo lo largo que es y entonces miró al cielo. No sé si en ese momento pensó en lo que le decía siempre su abuelo. Lo de las tres ‘ces’: cabeza, corazón, cojones. 

O si pensó en Eduardo, el padre de Ferrero que se había marchado de forma repentina tres días antes y al que dedicó su victoria. 

O tal vez el gesto del propio Ferrero cuando iba perdiendo el partido claramente durante el primer set y lo miró pidiéndole ayuda. Pero Ferrero no abrió la boca, tan solo se llevó su dedo índice a la sien con el que le quería pedir a su pupilo «cabeza, más cabeza, piensa más, busca tú mismo las soluciones, las tienes».

Tirado patas arriba, ni una sola nube en el cielo. Alrededor, un gran clamor y muchas banderas españolas al aire. Y también alguna pancarta de su pedanía, El Palmar. 

Mientras, se levantaba y se frotaba los ojos mirando hacia la grada buscando las figuras de Ferrero y su padre, comenzó el flashback.

Lo había logrado. Había conseguido ganar un Masters 1.000 con 18 años y 333 días. El campeón más joven de la historia en Miami. Y llegaron más pensamientos:

«Ya he aprobado mi examen. Ya podré dormir tranquilo esta noche, porque no he defraudado a los miles de españoles que me han visto por televisión o me han seguido hasta aquí. Ya no sentiré gusanos en el estómago, ese revoltijo de nervios que me invaden por la noche y sobre la pista me hicieron empezar el partido tan mal. Ya he demostrado que Nadal tiene razón que, si él es capaz de darle la vuelta por completo a un partido, yo también, porque como él no me rendiré jamás. Yo sé que a lo largo de un partido hay una cuestión mental que si logras dominar, el rival se puede echar a temblar, diga lo que diga el marcador. Y yo tuve ese momento en cuanto empecé a remontar en el primer set».

Y luego mira a su rival, herido, queriendo capear el temporal de un público noruego que creyó en él hasta el final.

«Ruud, ¿creías que tenías el partido ganado porque me habías ganado los primeros juegos sin despeinarte? ¿Acaso pensabas que había llegado hasta aquí por casualidad? Pues ya ves que te equivocabas. ¿Acaso no te han enseñado en la escuela de Nadal en Manacor que un partido no se pierde hasta cuando tienes que felicitar al rival? Eres bueno, tío, y me lo has puesto muy difícil, pero de los dos yo soy el mejor. Ya sé que tú ibas por delante en la lista ATP, el ocho, me decían ¿y qué? Yo no soy hoy mejor que ayer pese a haber ascendido casi hasta el ‘top ten’. Tenlo en cuenta. Ya no soy el 450 de la ATP, ni el 132, sino el 11.

Sigue jugando y ganando. Mejora tus golpes, porque tienes futuro. Y sobre todo mejora tu fortaleza mental. A mí me ha merecido la pena perder con Nadal para saber que algún día lo podré ganar. Tal vez en Roland Garros porque sea allí o en cualquier otra parte, sé que estoy preparado para ganar uno de los grandes. Sé que puedo hacerlo. 

Soy feliz, inmensamente feliz, probablemente el hombre más feliz del mundo en este momento. Llegar hasta aquí, y tener un maestro como Ferrero que ha vuelto por mí, a Miami, tras haber enterrado a su padre, es muy emocionante. Qué sorpresa que volviera. Nunca lo hubiera imaginado. Es un gran maestro, todo un señor y lo que ha hecho por mí viniendo de nuevo hasta aquí para ayudarme, nunca lo podré olvidar. Le tengo que dar un abrazo, a él antes que a nadie y decirle, gracias, muchas gracias, porque cuando le vi de nuevo aquí, supe que iba a ganar este partido. Y gracias a ti, papá, que cada vez que miro a la grada te veo sufriendo más que si estuvieras en la pista. Siéntete orgulloso de mí. Ya soy el campeón de un Masters 1.000, un torneo en pista dura, en pista muy rápida que ni siquiera Nadal logró ganar en las cinco ocasiones que jugó la final, ni tampoco Bruguera, ni Moyá ni David Ferrer, que también lo intentaron. Lo he ganado yo, como gané en Río de Janeiro y solamente he perdido dos partidos en los cuatro meses que van de enero a abril. Uno ante Berrettini, en el Open de Australia, aunque luego le di para el pelo en las dos siguientes ocasiones que he jugado contra él, y el otro ante Nadal, pero es que Nadal es capaz de ganar incluso lesionado. 

Yo he llegado hasta aquí dejando lesionados en mi camino por la intensidad de los encuentros, a Nadal y al propio Ruud hoy, de modo que mi cuerpo responde, mi físico aguanta, y eso tendré que agradecérselo a los fisioterapeutas que me acompañan. Porque para ganar torneos hay que llevar un gran equipo detrás y gastar lo que sea necesario.

Yo hoy de aquí me llevo un cheque por valor de más de un millón de dólares y el dinero hay que gastarlo en mejorar todas las prestaciones. 17 victorias he conseguido ya esta temporada y gracias a ello estoy en el podio mundial por detrás de Nadal y Daniil Medvedev. Y si miro la RACE 22, que es la que da el billete para el Masters de Turín, donde se medirán los maestros del 13 al 20 de noviembre, de momento tengo un lugar reservado para mí».

De repente el flashback cesó, llegaron los abrazos, con Ferrero que no podía contener las lágrimas, con su padre, y llegaron también los saludos, las felicitaciones, los tweets, el primero de Nadal: «Muchas felicidades Carlitos por tu triunfo histórico en Miami. El primero de tantos que van a venir, seguro». 

Y luego por fin la entrega del trofeo, las palabras de Ruud, y las suyas y el cheque por valor de 1.114.168 euros y en ese momento Alcaraz pensó: «Creía que todo esto era una aventura y era la vida».