«No todo lo que cuenta puede ser contado y no todo lo que puede ser contado cuenta». Se atribuye a Einstein la afirmación anterior, y a Lao-Tse que de lo intangible surge la utilidad, con el ejemplo de que en una vasija de arcilla lo importante es el vacío interior que la justifica.

El Real Madrid protagonizó otra gesta en Champions y su mística europea acapara la atención mundial. Enfrente, lo ocurrido al PSG demuestra lo que tanto reiteramos: el dinero no es determinante en el fútbol. Quizá corrobore, como en la vida misma, que la felicidad del dinero es no tener que preocuparse por él. Tanto por acumulación como por no precisarlo. Pero solo eso. No otorga valores añadidos ni garantiza nada inmaterial, que es lo que realmente da sentido a las personas.

Si echamos la vista atrás, los hitos que nos marcan no residen tanto en los logros materiales como en los afectos disfrutados; recibidos o regalados. Y también, al revés, en los sinsabores sufridos y en los causados. Las personas que jalonan nuestra vida, para lo bueno y para lo malo, no pueden ser anotadas en ninguna cuenta corriente ni se escrituran. Pero están ahí, mayoritariamente presentes, cuando hacemos balance del pasado.

Las trece Copas de Europa del Madrid son consecuencia de su intangibilidad cuando afronta cualquier reto continental. De ese espíritu legendario que transmuta a sus futbolistas más allá de los Pirineos. Y esa realidad no contable está por encima de épocas, jugadores y técnicos señeros e incluso de directivas y presidentes. Podemos listar a unos y otros, e incluso circunstancias diversas, para comprobarlo. La historia blanca solo se entiende en toda su dimensión apelando al extraordinario espíritu europeo que atesora. En España también, con aquello de que su camiseta imprime carácter.

Mi amigo Faustino Cano asegura que está el Real Madrid y luego los demás equipos. Y eso, aun desde su madridismo irredento, es tan cierto como que es quien más ha ganado en España, en Europa y en el mundo. Diferentes son los intangibles que también adornan a otros clubes.

Así, el Barça, aparte de un estilo canterano definido, representa algo más que un club de fútbol, aunque a algunos nos repatee mezclar deporte con política. Como el Athletic de Bilbao luce el valor de pertenencia a unos orígenes. O el Atlético a una forma de ser y sentir el fútbol: sufridores contra viento y marea hasta el final. Y los verdiblancos sevillanos, la fidelidad a un escudo con su ¡viva el Betis manque pierda! Valores, marchamos, emociones y hasta voluntades fuera de clasificaciones o logros deportivos. Y eso se puede trasladar a cualquier rincón patrio cuando recordamos a nuestros clubes desde niños. Esos equipos que tantos kilómetros nos han hecho hacer tras su rastro y tantísimas horas les hemos dedicado en nuestros pequeños o grandes recintos de juego.

Todo lo contrario del PSG, nuevo rico que con el prepotente Al-Khelaifi amenazando a árbitros y currantes define lo más cutre del fútbol.

El miércoles, Benzema recordó a Di Stéfano y Modric a todos los galgos distinguidos e incansables que han vestido de blanco. En ellos residió contra los figurones parisinos ese intangible que ha hecho grande al Real Madrid. Igual que Mbappé fue el trasunto de los mejores futbolistas mundiales, desde Pelé a Ronaldo Nazario, Cristiano o al mejor Messi. Ese Leo que arrastra las piernas con sus penas desde que dejó involuntariamente la camiseta blaugrana. Escaso porvenir le auguro a la sombra de la Torre Eiffel. Como al fraude Neymar desde que cruzó el charco para fantasmear en Europa.

Decíamos que la base del fútbol y del deporte en general se conjuga con cabeza, tronco y extremidades, pero por ese orden, como nos enseñaban de críos sobre el cuerpo humano. Y a ese malabarista de feria le ha fallado desde siempre lo primero. Sin perola no hay persona ni futbolista que valgan. Una pena, por sus enormes cualidades, pero de esa especie están los osarios futbolísticos llenos. También podríamos hacer una larga lista. Chavales o profesionales que pudiendo serlo todo devinieron en muy poco o nada por su mala cabeza. Otra vez, la vida misma.

Cabeza, corazón y coraje que, con el esfuerzo, la voluntad, el sacrificio y la nobleza conforman los valores necesarios para algo grande. Y la suerte, aunque esa transparencia haya que buscarla.

Sumándoles la elegancia del reconocimiento y la felicitación al rival, redondearemos los intangibles deportivos que tanto emocionan.