Para las cuestas arriba quiero mi burro, que para abajo yo me las subo. Eso está bien como justificación de peticiones de ayuda, pero nos apoyamos a veces en otros cuando la solución está dentro de nosotros mismos. Se trata de que la reflexión, el análisis, la sinceridad y el coraje sean bastiones donde guarecer nuestro yo más íntimo hasta que sea necesario sacarlo a relucir ante las dificultades de la vida.

El PSG fichó a Messi para ganar la Champions. No les bastaba con las figuras que ya acumulaba ni con la confianza en su clase media de jugadores. Tampoco estaban contentos con los antecesores de Pochettino. Por eso ahora echan sus redes a Zidane.

El dinero, demasiadas veces, es una ayuda fácil y simplona para tapar ignorancias, impericias, cobardías o impotencias. Pero en el fútbol suele ser vano cloroformo. Duelen más las frustraciones desde la prepotencia, como en la propia vida.

Ni Messi ni Zidane, aun uno encima de otro, pueden dar a los parisinos cataríes su ansiada Champions si no son capaces de crecer desde un club consolidado y con las ideas claras. Les valían lo mismo Emeri que Tuchel o el argentino actual, incluso antes Ancelotti, que Zidane, siendo tan diferentes. ¡Ay, la ignorancia!

En plena Transición, recuerdo a un diputado popular, Herrero Rodríguez de Miñón, sacando los colores al gobierno de turno con esa clarividencia y oratoria suya tan singulares, y desde el banco azul le respondían con sonrisas displicentes. Entonces, el vehemente político, uno de los siete padres de nuestra Constitución, les lanzó un «claro, ustedes ríen porque la ignorancia genera risa».

Es lo que puede sucederle al milloneti árabe del PSG si este año tampoco tocara, que es lo más fácil. Los de Pochettino pueden ganarle a cualquiera con la nómina de buenos futbolistas y hasta excepcionales que atesoran, pero distan de ser un equipo. Por lo tanto, también pueden perder con cualquiera. Y el Madrid, aun en horas planas, no es un cualquiera. Menos, a doble partido.

Así, ante su enésima hora de la verdad, Mbappé, Messi y Neymar, si juega, deberán lucir como nunca para doblegar a los ilustres y menos ilustres blancos. Uno a uno, los parisinos ganan por goleada arriba, pero hacia atrás necesitan de algún burro porque no les llega. Y las dificultades se acumulan si juegan con sus tres tenores; ninguno de ellos baja a defender.

Espero a un Madrid juntito, agazapado, con Casemiro, Kroos y Modric brujuleando para lanzar a la menor ocasión a sus puntas con campo por delante para lucir velocidad. Incluso Alaba también lanza bien en largo y tiene siempre todo el campo en la cabeza.

El problema para los merengues es que sufren orfandad de gol si les falta Benzema. Hasta con él bien tampoco andan sobrados, si recordamos al Madrid de las tres Champions seguidas con Cristiano de mascarón de proa. Un gol en los últimos cuarenta y tantos tiros a puerta lo retratan.

Supongo que Ancelotti saldrá a asegurar un resultado corto buscando alas para la vuelta, donde a rebufo del Bernabéu todo es posible. Yo no arriesgaría con Benzema, que puede resultar básico en el partido de Madrid. Es más, sacrificaría a un delantero para sacar a Valverde en el medio campo con el fin de cerrar caminos hacia sus bazucas al resto del once parisino. Si logran desconectarlos, como tampoco defienden, el Real tendrá mucho ganado e incluso podría resolver en la ida si Vinicius y compañía aciertan.

Y hablando del brasileño, temo que el éxito puede traicionarle. También está ante su hora de la verdad. Sería penoso que tras haber sido capaz de levantarse de fracasos anteriores, no se recupere de su exitosa media temporada reciente. Lo veo demasiado chupón, coincidiendo con la falta de acierto del último mes. Ahí, la mano del técnico debe ser radicalmente podadora, como antes fue ungüento meloso curativo. Tal vez sea pecado de juventud o, a lo peor, asesoramiento imprudente. Buscar portadas cuando aún no ha ganado nada sería tan inadecuado como estéril.

Tampoco escapa del momento Ancelotti. Ya advertimos de los vía crucis de sus equipos cuando asoma la primavera. Y esta vez no tiene a un Ramos que le alargue la vida, como sucedió con la décima en Lisboa.

Los taurinos saben que sin espada no hay cortijo. Y en fútbol, sin piernas, ambición ni goles, menos.

La gloria futbolera se nutre de horas heroicas. Es el momento.