Ultras, cobardes, mercenarios y dirigentes canallescos. Ordenados de menor a mayor responsabilidad en las salvajadas del fútbol, esos especímenes deberían desaparecer de nuestras vidas. Reitero: son un reflejo de comportamientos sociales que rebajan la condición humana.

Dejo fuera a los eternos forofos porque, en el fondo, sus querencias incondicionales producen ternura. Y, además, son la salsa de cualquier competición. Aunque no a los comunicadores de bufanda que, más allá de descrédito, generan bochorno por parcialidad simplona y ceguera mental a sus seguidores.

Ultra es quien va a los partidos como a un frente de guerra. Y no me refiero a quienes animan estentóreamente, que enriquecen el espectáculo y singularizan los estadios — hasta ahí bien—, sino a los violentos que esconden objetos para agredir a cualquier aficionado rival dentro o fuera de los recintos deportivos. A estos, si se queda en tentativa, a la calle para siempre y multa ejemplarizante. Y si pasan a la acción, código penal inmisericorde y larga ruina para el bolsillo.

El cobarde come aparte. Sea simple aficionado, forofo, ultra o directamente descerebrado peligroso, tira objetos o insulta amparado en la masa porque cara a cara es un cagón. A esta gentuza, que suelen tener aspecto de bobo solemne, como a los anteriores, escarmiento ejemplar para mucho tiempo.

El mercenario es otra historia. Se trata de profesionales que hoy defienden una cosa y unos colores, como mañana pueden defender la contraria o a los de enfrente sin que se les caiga la cara de vergüenza. Todo por el pesebre que toque y según convenga a su personalísimo interés. Generalmente, no suelen reconocer errores y las excusas son su breviario de cabecera.

A estos jetas, les importa un pepino el club, la afición, el fútbol, la inteligencia y los ingenuos que arrastran con su falsaria actitud. Ellos no pierden nunca, la culpa es de los demás, sacan pecho en la victoria y alguno hasta se autoproclama número uno. La deportividad, para ellos, es de perdedores. Ahí demuestran su pelaje. ¿Qué hacer con semejantes caraduras? Ni puñetero caso y, si dan motivos, sanción dura y que aprendan en casa llorando como niños lo que no saben defender honestamente.

Y llegamos a los máximos culpables, aparte de los violentos y tontarras. Los dirigentes deberían llevar en la frente, con el escudo institucional, la responsabilidad social que adquieren con el cargo. Evitar cualquier acción u omisión que incite a la violencia debe ser su norte. Desgraciadamente, siempre hay gente propensa a creer a pie juntillas lo que les venden desde los palcos o despachos, y mucho más si aparece el escudo oficial del club. Entre tanto pardillo, nunca falta quien tire la primera piedra.

Así, los medios de comunicación de los clubes, en especial los canales de televisión, se han convertido en lodazales para enmierdar a quienes no les favorezcan. Con razón o, la mayoría de veces, sin ella. Unas veces para influir en árbitros y autoridades, otras para dopar meninges de seguidores como argumento y, generalmente, para tapar o justificar errores propios.

Estos días hemos tenido ejemplos vergonzantes. Árbitros en dianas institucionales, responsables organizativos amenazados de muerte, lanzamientos de todo, competiciones desprestigiadas por supuestos robos… Y lo que viene.

Y no son clubes menores. Madrid, Valencia o Betis copan el podio reciente, pero no hace mucho el Barça volvía al deprimente victimismo. Pero no solo ellos. En la memoria colectiva florecen llorones y embusteros reincidentes con voz floja y pinta de modositos.

Algunos titiriteros han echado a sus ultras, aparentemente, y se instalan en idéntico lugar. Y son infinitamente más culpables porque tienen monigotes a sueldo para agredir con corbata.

Una medida sanadora sería sancionar con puntos actitudes institucionales incitadoras de descerebres. Y multas económicas proporcionales a sus presupuestos. En lugar de tanto fair play de boquilla, leña al mono. Y cuanto más grande, más fuerte.

Por la violencia ultra ha habido hasta muertos en el fútbol. Por culpa de conocidos mercenarios, rivalidades tan desacostumbradas y peligrosas como extremas. Y vamos camino de que por irresponsabilidades de clubes señeros vaciemos campos y mengüe la afición.