La polémica creada por Djokovic, como líder de los negacionistas y de la vacuna contra el Covid, me pone los pelos de punta.

Sorprende que Djokovic, que según él ha tenido que superar el Covid en dos ocasiones, junio de 2021 y diciembre del mismo año, siga siendo el líder de quienes consideran que la vacuna es más un peligro que una salvación.

Esto podría entenderlo y con dificultad si no hubiese sido castigado de forma repetida por el famoso bichito. Pero pese a ello el serbio mantiene que está en mayor peligro quien se vacuna que quien no lo hace.

Twiter está lleno de comentarios al respecto. Los negacionistas mantienen que los efectos secundarios de la vacuna están por llegar y cuando eso suceda podrán ser devastadores. En los hilos de Twiter hay gente reconocida y con la cabeza bien amueblada que afirma que la vacuna está ya provocando numerosos infartos e ictus entre los vacunados y al tiempo se pueden leer otros comentarios de gente no menos preparada intelectualmente hablando justamente de lo contrario. Es decir, afirmando que de no ser por la vacuna, la variante Ómicron podría haber acabado con la humanidad.

Lo peor de todas estas opiniones es que no se mantiene el más mínimo respeto ni rigor entre los negacionistas y quienes no lo son. Es alarmante leer algunos comentarios porque de ellos se desprende que buena parte de nuestra sociedad está enferma, no de coronavirus, sino de intransigencia, de maldad, de malas formas, de deseos negativos, de deslealtad, de falta de equilibrio, de una especie de locura colectiva.

Se puede ser negacionista o no. Pero hay que respetar a la otra parte, a la que no piensa como pienso yo, porque puede tener tanta razón como creo tener yo. Pero eso resulta imposible. Sucede igual que en la política. Nadie de derechas acepta que la izquierda pueda haber hecho nada bueno.

Y lo mismo sucede con los de izquierdas. Para ellos no hay término medio, todo lo que hace la derecha es negativo, destructivo, aniquilador.

Entre el 0 y el 10 existe el 5. El punto intermedio para empezar a entenderse. El del equilibrio. Y discutiendo razonablemente y aportando argumentos sólidos, se puede alcanzar el punto 6 o el punto 4. Basta con intentarlo. Y tener talla y fuste para lograrlo.

Si seguimos siendo negacionistas o no negacionistas de forma tan radical, vamos de culo. Si pensamos que tenemos toda la razón, y los demás ninguna, estamos en peligro de que la sociedad acabe aborreciéndose.

Lo de Djokovic invita a pensar que si un tío rico, además de mentiroso y falaz, que incluso al ser descubierto, acaba acusando de su despropósito a su agente y que además se puede pagar a los mejores abogados del mundo para conseguir que un juez australiano le de la razón y burlar así la ley que los demás ni siquiera intentaron hacerlo, es que el mundo está loco, loco, loco. Porque mientras tanto los demás tenistas han sido obligados a ser vacunados para poder entrar en el país y quien no lo ha hecho no ha podido entrar en Australia. El ha podido entrar e incluso entrenarse.

Nadal lo expresó claramente. Hay que respetar lo que diga la ley, sea lo que fuere.

Pero… ¿cuántas leyes hay? ¿Quién maneja la ley final? ¿Cuál es la ley más justa? ¿La que acaba imperando y le da la razón a Djokovic o la que se la quita?

Está la ley del juez que le dejó en libertad para poderse entrenar y jugar en el Open australiano, o la ley a la que han invocado varios ministros australianos pretendiendo establecer el estado de derecho de un país que considera que la vacuna es la salvación y no la muerte.

¿Acaso tienen más razón los políticos serbios para quienes la vacuna no es la solución y buena prueba de ello es que solamente la mitad de la población de ese país ha acudido a vacunarse?

Djokovic está claro que cree más en las leyes de su país que en las de los australianos. Y por eso no ha querido vacunarse. Y en su estúpida defensa aseguró haber padecido el Covid el 16 de diciembre, cosa totalmente incierta porque el 18 de diciembre ya estaba presidiendo un acto en Marbella y el 18 se reunía con unos niños en la entrega de unos premios. De modo que es tonto o se lo hace. Porque peca por exceso y por defecto. Si tenía Covid y salía por Marbella a contagiarlo, malo. Si no lo tenía y ha engañado a las autoridades australiana ignorando que llegaba desde España, malo también, torpe, diría yo, porque hay miles de fotos que lo atestiguan.

Y me pregunto. Si él tiene derecho a ingresar en el país, en Australia, contraviniendo las normas exigidas a todos los demás, por la misma razón cualquier jugador que ha sido obligado a cumplir todas las peticiones podría argüir, y no le faltarían razones, que no quieren jugar ante Djokovic porque el serbio puede poner en peligro su salud al saltar a la pista sin estar vacunado.

¿En ese caso, si cualquier rival se negara a enfrentarse a Djokovic se le daría el partido por perdido por incomparecencia o sancionarían a Djokovic por muy número 1 del mundo que sea?

Me temo que aquí también ganaría Djokovic, es el número 1 del mundo y el que más interesa a la organización. De modo que sí, es el rey de los negacionistas.

Esta mamarrachada que está ocurriendo estos días en las antípodas con el apoyo inestimable de los periódicos, las revistas, las radios, las televisiones y la influencia que tienen sobre la gente, pueden convertir al publico aparentemente normal y tranquilo en auténticos depredadores, que se pelean en las redes, se insultan, se humillan, se faltan al respeto y son capaces de montar folklores de todo tipo para exigir que se les otorgue la razón, no por la ley, sino por la fuerza. Es la lucha en vivo entre los negacionistas y quienes no lo son.

Pero algo está claro. Si la fuerza está por encima de la ley, mal vamos.

Atentos a la jugada porque lo que parece una simpleza, puede acabar siendo vital.