Carlos Alcaraz es como una droga, sin efectos adversos. Con un monumental e histórico triunfo ante el número tres del mundo, Stefanos Tsitsipas, dio el viernes en la pista central del Abierto de Estados Unidos el primer gran golpe de la que ya muchos sabían y avisaban que era una carrera a punto de entrar en otra dimensión. Ofreció a los afortunados que llenaban muchos de los 23.000 asientos del Arthur Ashe un chute de tenis osado y preciso.

Su energía, su temple y su coraje extendieron los efectos de la euforia más allá de las cuatro horas de ese vibrante partido a cinco sets. A los 18 años el tenista de El Palmar creaba desde Nueva York un ejército de adictos. Y el ansia de la próxima dosis se podrá saciar hoy en cuarta ronda con el alemán Peter Gojowczyk, un alemán que ocupa el puesto 141 del mundo pero que es un veterano peligroso.

Alcaraz, la juventud en los poros de la piel, la madurez en la cabeza y en la raqueta, «engancha» con su determinación y su ritmo, como escribía en Twitter Tomás Carbonell , creando la «sensación de que el juego nunca está parado y siempre pasan cosas». También da, en las palabras que escribió tras su hito Dan Walken en USA Today, «una inyección de cualidad estelar al deporte, un don para los escenarios grandes».

Golpes de ensueño

Nueva York se entregó a ese éxtasis viendo a Alcaraz actuar ante Tsitsipas sin ninguna consideración a lo que dictan los números del ránking, arriesgando en momentos clave, incidiendo en memorables dejadas, sacando golpes de ensueño. Ese público al que el griego ha ido perdiendo con cada larga visita al baño le gritaba «Let’s go Carlos!». Y él seguía, apretando el puño, sin dar ni un paso atrás, ni siquiera cuando se vio en el quinto set tras perder sin anotar un juego el cuarto o cuando en el tie break definitivo perdió sus primeras dos bolas de partido.

En el rostro adolescente nunca una mueca, en el partido nunca un mal gesto. Juan Carlos Ferrero, el exnúmero uno que le entrena desde hace tres años, el que se ha esmerado también por quitarle las presiones de las constantes comparaciones que le llevan a los titulares como «el próximo Rafael Nadal», ha logrado que cale en Alcaraz un consejo: «Tienes que pasarlo bien en la pista». Y el alumno ha alcanzado la maestría. «Con una sonrisa en la cara juego mejor», explicaba a los periodistas tras su gesta, que le convierte en el jugador más joven en batir a uno de los tres mejores en Nueva York desde que la ATP empezó sus ránkings en 1973 y en el más joven en cuarta ronda desde Pete Sampras y Michael Chang en 1998.

Alcaraz reconocía también haber «disfrutado como un crío pequeño», lo que era hace no tanto este tenista que empezó a jugar a los tres años cuando vio a su padre, director de la escuela de tenis del Club de Campo de Murcia, entrenar a uno de sus tres hermanos. Tenísticamente, en cambio, ha confirmado que ha dejado de ser pequeño tan solo dos meses después de haber conquistado su primer título de la ATP en Croacia.

Nadie duda, además, de que aún queda lo mejor por llegar. Al propio Tsitsipas, que quedaba asombrado especialmente «por su consistencia» y explicaba que «la velocidad de la pelota era increíble», le preguntaban si era posible tener una idea de cuál es el potencial de Alcaraz. «Absolutamente», contestó, «puede ser un luchador por los títulos de Grand Slam». Alguien que ya lo hizo dos veces en los años 90, Yevgeny Kafelnikov, tampoco dudaba. «Alcaraz será número uno en un máximo de tres años», auguraba en Twitter. Todos atentos. Todos enganchados.