Se han ido Messi y Ramos como ya se marchó Cristiano, y aprendiendo de la historia, maestra de vida, también se fueron otros muy relevantes en su momento: Kubala, Di Stéfano, Gento, Cruyff, Maradona, Romario, Futre, Ronaldo y algunos más, y el fútbol y los clubes supieron reinventarse para que la emoción por unos colores y este deporte pervivieran.

Nada termina con un nombre, si acaso, en los casos señeros, acaban y comienzan épocas diferentes. Es más, en algunas circunstancias así, aparecen nuevos fenómenos para rearmar realidades y entusiasmos. Como ejemplo paradigmático, el Madrid ye-yé, que conquistó su sexta Copa de Europa en 1966 -tres años después de la salida de la Saeta Rubia- solo con futbolistas españoles, jovencísimos en su mayoría. O el Barça post Ronaldinho, que con Guardiola al frente junto a varios tercerolas como él, encadenó la etapa culé más exitosa hasta convertirse en referente histórico mundial.

Veremos salir nuevos jugadores de la nada, por juventud o desconocidos, e incluso rehechos, que llevarán en volandas a los aficionados. Se apostará por la cantera propia o ajena y se agudizarán ingenios en las salas de mandos de nuestros clubes para fichar figuras en ciernes o jugadores anónimos con posibilidades de brillar. Así fue siempre y seguirá siendo porque, el fútbol, como los clubes y la propia Humanidad, están por encima de quien sea.

La salida de Messi estaba cantada -aquí lo anticipamos en diciembre pasado-, pero el cambio de destino -que erramos, señalando al City-, igual no hace al PSG tan imbatible como se cree. En esa misma historia con mayúscula que siempre nos debe servir de referencia, no recuerdo ningún club que triunfe duraderamente solo tirando de talonario. Se necesita mucho más: doma de egos en el vestuario, conjunción en el campo, disciplina fuera, regularidad y algo tan sustancial como entusiasmo y pasión por unos colores. ¿Alguien de ustedes cree que un futbolista como Mbappé, si fuera español y estuviera en el Madrid o Barça, querría largarse solo porque no fuera la estrella principal de la plantilla? Estoy seguro de que no. Pues ahí tienen un botón de muestra de lo que puede ocurrir en París. Al PSG, por mucho dinero que tengan y pongan sus jeques, le faltan laureles, poso, decenios y categoría en el fútbol mundial para equipararse a merengues y blaugranas. Al tiempo.

En los dineros, la apuesta contumaz por la mortecina Superliga hace que el Madrid y el Barça, o Pérez y Laporta, su sorpresivo gregario aun a costa de perder a Messi, renieguen del acuerdo de Tebas con CVC; un oportuno colchón económico para la mayoría de clubes españoles en estas circunstancias pandémicas. Para resumir, no parece mala valoración los veintisiete mil millones largos en que se estiman los derechos televisivos de la Liga -dos mil setecientos y pico por el diez por ciento de estos, aproximadamente-, pero sí pueden resultar excesivos los cincuenta años de hipoteca, sin entrar en su traducción en préstamos a los clubes cuando la Liga los trinca sin necesidad de devolverlos. Al margen de lo financiero, este conejo postrero en la chistera de Tebas, resulta más un modo de afianzar su poder sobre nuestro fútbol que algo fundamental en su economía. Tal vez por eso, Rubiales, su rival acérrimo por esa misma vara de mando, se haya posicionado rápidamente en contra. Como canta Julio Iglesias, la vida, a pesar de pandemias y fugas de ilustres, sigue igual en el fútbol. Hay tanto merluzo como egoísmos, soberbias, celos y envidias entre sus mandamases.

Finalmente, la liga asoma con emoción por la incertidumbre respecto a los grandes: el Atleti, a confirmar el liderazgo que se le presume, el Madrid a tirar para adelante otra temporada con los mismos, solo a la espera del gran deseado Mbappé o que Bale y Hazard renazcan, y el Barça confiando en que Koeman pueda enjaretar un equipo competitivo con los restos del naufragio: los llegados sin costo, los nuevos imberbes que puedan cuajar y los ilustres veteranos para todo.

Los de Simeone tienen mejor cara, los culés pueden sorprender con un par de jugadores que podrían marcar diferencias, y los de Pérez y Ancelotti deberán remar demasiado para sus años y peplas; no parece que los jóvenes antiguos estén para milagros ni los nuevos tampoco.

Eso sí, ganaremos en igualdad con los medianos y pequeños. Se acortarán diferencias porque han aprendido tradicionalmente que cuando no se puede segar, se espiga.