La medalla de bronce lograda este lunes en los Juegos Olímpicos de Tokio en bicicleta de montaña por David Valero, nacido en Baza (Granada) hace 32 años, supone el triunfo del trabajador incansable y silencioso, de ese deportista casi anónimo para millones de personas, pero que lleva décadas de sacrificio y esfuerzo en la sombra persiguiendo un éxito así.

Valero es el mejor ejemplo del deportista que explota cuando ya casi nadie lo espera, que alcanza su máximo nivel cuando comienza el ocaso de la mayoría, más aún en una disciplina tan complicada y física como la bicicleta de montaña.

El granadino no fue nunca ese niño prodigio al que se vio venir. Fue siempre amante de las bicicletas y de la naturaleza, los dos elementos que se unen en su modalidad deportiva, pero hasta casi la veintena de años no decidió dedicarse de forma seria al ciclismo.

Y, encima, no le fue bien en sus inicios. De hecho, hasta los 23 años no logró meterse entre los mil mejores del mundo según el ránking de la Unión Ciclista Internacional (UCI), aunque a partir de ahí su progresión fue fulgurante.

Trabajó para que sus 192 centímetros de estatura y sus cerca de 80 kilos de peso no fuesen un problema encima de la bicicleta, sino unas medidas que no tiene casi ninguno de sus rivales a las que poder sacar partido.

Y lo consiguió. Hace un lustro alcanzó el primer puesto del ránking nacional y ya no lo soltó. Acumula seis títulos de campeón de España de la disciplina, los cinco últimos ganados de forma consecutiva.

Hace apenas un par de semanas, en Sabiñánigo (Huesca), consiguió el último con tal superioridad ante sus rivales que no ocultó al final de la prueba que se lo había tomado casi como un entrenamiento para Tokio.

Tenía la cita olímpica marcada entre ceja y ceja desde que en Río en 2016, en sus primeros Juegos, acabó noveno y se quedó a un paso del diploma olímpico. Nunca ha ocultado desde entonces que eso era una espina que tenía clavada.

David Valero pertenece al equipo BH Templo Cafés UCC y junto a su entrenador, Carlos Coloma, que fue medallista olímpico en Río 2016, ha seguido una preparación exhaustiva para estos Juegos en los que ha alternado los entrenamientos en altura de Sierra Nevada (Granada) con los días de concentración en Altea (Alicante) para adaptarse al clima de Tokio.

El hombre prudente, tranquilo y de pocas palabras que es David Valero se convierte en un animal competitivo cuando está encima de la bicicleta. El hombre casado y padre de un hijo que reside en una localidad bastetana que hoy está de fiesta ya tiene su medalla olímpica, ésa que, aunque no lo dijera, confiaba en poder conseguir.

David Valero, el deportista silencioso, constante y paciente. Un auténtico gigante encima de una bicicleta que demostró en Tokio que todo es posible con tesón y esfuerzo. Hasta ganar un bronce en unos Juegos y hacer feliz a todo un país pese a empezar una carrera el último.