Cuando en los sesenta del siglo pasado tenía las paredes de mi habitación empapeladas de jugadores blancos: Pirri, Amancio, Velázquez, Zoco, Sanchís y compañía, había un nombre propio que lideraba mi pasión futbolera: Paco Gento. Incluso premiaron una redacción escolar que hice sobre la Galerna del Cantábrico.

Por eso, el hecho de que en el Europeo de 1964, el seleccionador Villalonga prefiriera como titular en su puesto al zaragocista Lapetra, supuso mi primera frustración futbolera. Un nombre propio que vino a descubrirme, sin embargo, la racionalidad que también encierra el fútbol. Frente a la poderosa URSS del guardameta Yashin, el mejor del mundo entonces, España fue campeona en el Bernabéu con gol cabecero y lejanísimo del también zaragocista Marcelino. Iríbar en la puerta y Olivella desde el centro de la zaga, más Fusté, Pereda y Luisito Suárez a los mandos, nos lideraron. El Barça tuvo a tres titulares, aparte del interista y Balón de Oro gallego, el Atleti a dos, lo mismo que Zaragoza y Madrid, y el Bilbao a uno. Después, en 1966, con cuatro o cinco madridistas de titulares básicos, incluido mi Gento, que acababan de ganar la Copa de Europa con el Madrid ye-ye —todos españoles—, la selección campeona de Europa salió malparada del Mundial en Gran Bretaña.

Para la Eurocopa de 2008, Luis Aragonés, padre del fútbol español moderno, dejó en la cuneta al insigne Raúl, originando aquella ola futbolera madridista, más mediática que patriota, del «¡Raúl selección!». Y, contra viento y marea, coronó a nuestros bajitos, con los culés Xavi e Iniesta de jefes, como los reyes de Europa. Ese hito español fue el preludio del éxtasis sudafricano que vivimos en el Campeonato del Mundo de 2010, con arquitectura estructural blaugrana, Villa de máximo goleador histórico y Del Bosque, madridista de pro, como administrador memorable de la herencia del colchonero Sabio de Hortaleza. Epílogo de esa irrepetible época, fue la Eurocopa de 2012, con el célebre repaso goleador a la sempiterna enconada Italia y Silva de estrella. Desde entonces, nueve años mustios, bandazos, añoranza y, ahora, cuchillos largos esperando lutos.

Luis Enrique, paradigma del antimadridismo militante para los merengues irredentos, ha dejado huérfano de representación al Real Madrid en nuestro seleccionado; caso único en la historia. No obstante, por lo expuesto, no tiene por qué ser síntoma de mal agüero.

Coincidiendo en que Ramos debería haber ido —disponía de un mes para recuperar la forma—, y probablemente Nacho, quien, aunque solo haya sido titular en los últimos meses, junto a Pau Torres y el reciente campeón de Europa Azpilicueta, aglutina seguridad, entusiasmo y eficacia, no deberían desertar del españolismo los aficionados blancos. Siendo objetivos, salvo ellos dos y los lesionados Carvajal y Lucas Vázquez, ningún otro madridista está en condiciones de defender a España. Igual sucede en la Sub-21, donde solo el mediocentro Blanco, y repescado a última hora, iguala el nivel de sus prometedores compañeros en la lista de De la Fuente.

Aparte, echo en falta a Aspas, Albiol y Parejo, quienes, en mi modesta opinión, superan el nivel de algunos de los seleccionados. El céltico es el delantero español de más clase en los últimos años, el defensa valenciano ha demostrado ser una garantía indudable —ahí está su temporada y la final de la Europa Ligue —, y el también del Villarreal, ex valencianista y canterano madridista —era el ojito derecho del inolvidable Di Stéfano—, es de los escasos centrocampistas españoles capaces de echarse cualquier equipo a las espaldas; los tres llevan años demostrando su liderazgo, más allá de las flores de temporada.

Y me mojo. No creo que Eric García o Laporte, ni Diego Llorente o Sarabia, también canteranos merengues estos últimos, hayan hecho más méritos que los anteriores. Por otra parte, Ramos y Parejo podrían haber ocupado las dos plazas que Luis Enrique dejó vacantes. Y, en todo caso, siempre podría sustituir a alguno de ellos pocos días antes de empezar la Eurocopa, subiendo a cualquiera de los ya cuajados de la Sub- 21, quienes estarán compitiendo hasta esos días.

Finalmente, Guardiola no ha podido coronar su trayectoria británica con la Champions. Quienes valoramos su categoría técnica y personal, más allá de otras polémicas cuestiones patrias, y de los errores evidentes cometidos en Oporto —lo de su máximo goleador Gundogan en el medio centro fue una parida estéril—, nos esperanza que continuará aportando imaginación, personalidad y nuevos retos al fútbol.

También elegancia y deportividad, que no son moco de pavo.