El consejo de administración del Real Murcia ha escapado de uno de los mayores fiascos de la historia del club grana vivito o coleando. Ni una pañolada, ni una pitada, ni una protesta... Tres pancartas, las que sacaron ayer las peñas más por aparentar que por otra cosa, y poco más. Esa es posiblemente la sensación que quede en los despachos, donde la palabra responsabilidad y autocrítica no existe. Pero esa sensación nada tiene con la realidad. Y es que, mirando a las gradas y viendo Nueva Condomina vacía, solo se puede llegar a una conclusión, Francisco Tornel y sus consejeros recibieron ayer la mayor protesta de todos los tiempos en la entidad murcianista. Nunca, ni con Jesús Samper, el más malvado de los malvados, el murcianismo había dado la espalda de tal forma al club.

Siempre se ha hablado que hay cinco o seis mil seguidores que están en las buenas y en las malas. Pues Francisco Tornel ha conseguido que ese número caiga a los 1.500, que son los que ayer asistieron según las cifras oficiales ofrecidas por el club. ¿Dónde estaba el resto? ¿Han dejado de sentir el escudo de repente? Pues no. Solo decidieron protestar no asistiendo, una forma de mostrar su malestar incluso más dura que cualquier otra, porque, como se suele decir, no hay nada peor que la indiferencia, y eso es lo que han conseguido Francisco Tornel y su equipo.

En una historia parecida a la que José Saramago nos narra en esa joyita literaria que se titula Ensayo sobre la lucidez, en la que una ciudad decide votar masivamente en blanco para señalar a sus dirigentes, el murcianismo ha abierto los ojos y ha decidido protestar no acudiendo al estadio, que ayer acogió la entrada más baja de su historia. Ni con Samper, ni con Moro, ni con Gálvez se había disputado un partido con 1.494 espectadores. Francisco Tornel, el mismo que se presentaba un día sí y otro también en las oficinas de Nueva Condomina para echar a Samper porque el madrileño no tenía al club donde merecía, ya podrá añadir a su propio currículum que se ha convertido en el presidente que ha echado al murcianismo de las gradas. No solo eso. También es el único presidente que desapareció del palco a la hora de la verdad. Porque, ayer, cuando el consejo tenía que dar la cara desapareció de la escena. Sí estuvo en el campo, pero la mayoría de los pocos asistentes no los encontraron. Y no los encontraron porque decidieron colocarse en una zona de la grada lateral. Posiblemente se defiendan explicando que siguieron los pasos de los abonados de preferente, trasladados al lado contrario para no interferir en el proceso de vacunación que se lleva a cabo en el estadio. Sin embargo, mientras que Tornel y sus consejeros escapaban de sus sitios habituales y huían a la lateral, varias decenas de personas, más que en los últimos partidos, ocupaban sin problemas ni restricciones, las mullidas butacas que hay en la zona del palco.

Si hubiera tenido que adelantar la contracrónica de cómo se vivió el descenso en las gradas, no hubiera dado ni una ni en cien intentos. Nunca imaginé que los presentes vivieran la caída a tercera división como si no hubiera pasado nada. Solo cuatro pancartas antes del inicio del partido contra los jugadores y el consejo, y luego poco o nada.

Los pocos pitos y gritos al descanso fueron apagados por la megafonía, y al final del partido, para añadir más tristeza al ridículo que ha hecho el Real Murcia esta temporada, unos pocos seguidores no dudaron en despedir al equipo con aplausos. Visto lo visto parecía que en las gradas no había aficionados, sino que eran figurantes contratados por el consejo. Y no sería de extrañar, porque la mayoría de ellos estaba en la zona del palco y un grupo de ellos, como si no supiera que el Real Murcia acababa de descender a Tercera División, no dudó en hacerse un ‘Hazard’ y saltar al terreno de juego para hacerse fotos entre risas y bailes.