El 26 de mayo de 2013 el Real Murcia creyó firmar su descenso a Segunda B. Aquel día, tras caer 0-2 frente a la Ponferradina, el murcianismo solo quería llorar, sin embargo, antes que las lágrimas aparecieron la rabia y la impotencia. Aquel domingo, la afición grana no quería otra cosa que culpables y se lanzó a buscarlos. Nada más acabar el encuentro que condenaba al equipo entrenado por Onésimo, varios cientos de seguidores no dudaron en reunirse a la salida del parking del estadio para esperar tanto a Jesús Samper, en ese momento presidente de la entidad, como a los jugadores, que fueron tuvieron que escuchar todo tipo de insultos mientras un cordón de agentes de la Policía intentaba que los ánimos no fueran a más.

Aquel 26 de mayo de 2013 solo fue una de las muchas protestas que ha protagonizado la afición del Real Murcia en las últimas décadas, en las que los fracasos han sido mucho mayores que las alegrías. Aunque ese descenso finalmente no se hizo realidad -el Murcia mantendría la categoría una semana después por el descenso administrativo del Guadalajara-, ningún aficionado grana perdonó una temporada decepcionante, como tampoco lo hicieron en 2010, cuando, en esta ocasión sí, los murcianistas cayeron a la división de bronce.

Aquella campaña, que se cerró con las lágrimas de Montilivi, también trajo varias protestas de los aficionados, una de ellas en Cobatillas, donde tuvo que acudir hasta la Guardia Civil para evitar que varios peñistas pudieran llegar a las manos con los jugadores.

Jesús Samper se convirtió durante varios años en el centro de todas las críticas de una afición, que incluso se movilizó por las calles de Murcia para protestar por la gestión del accionista mayoritario.

Aunque el cambio de ciclo tras la muerte del madrileño hizo que los aficionados del Real Murcia se volvieran más comprensibles con los directivos, también es cierto que, cuando vieron en peligro la supervivencia del club, no dudaron en recuperar su lado más crítico. Ocurrió cuando levantaron la voz ante los impagos de Víctor Gálvez, consiguiendo expulsar al oriolano de Nueva Condomina, y volvió a suceder a finales de la temporada 2018-2019, cuando el equipo se acercaba peligrosamente al descenso. De nuevo, la rampa por la que los futbolistas abandonan el estadio se convirtió en un punto negro, con policías intentando que los seguidores concentrados no atacasen a los integrantes de la plantilla, que sí recibieron insultos y algún que otro escupitajo.

El murcianismo más exigente y crítico ha ido desapareciendo poco a poco hasta hacerse invisible esta campaña. El descenso a tercera división parece que ha sido ya la puñalada definitiva. Aunque están viviendo una de las peores crisis deportivas de la historia, con el equipo cayendo a una categoría en la que anteriormente solo se ha estado una vez, los aficionados han dejado de lado su lado más guerrillero para llorar en silencio y en la intimidad.

Con la Federación de Peñas mirando para otro lado y sin nadie que lidere uno de esos levantamientos que anteriormente nacían prácticamente solos, los aficionados no alzaron la voz el domingo. Ni pancartas, ni protestas, ni pitos, ni rabia... Tanto la previa del partido como la conclusión fueron un auténtico duelo, en lo que el silencio fue el único protagonista. De hecho, la mayoría de abonados decidieron no acudir a NC. Solo 1.826 espectadores, en la que posiblemente sea la entrada más baja en el estadio murciano en un encuentro liguero, acudieron al choque. Una cifra que todavía puede ser mayor en la última jornada liguera en casa de los de Loreto.