Venía a decir Miguel Muñoz -nueve Ligas y dos Copas de Europa-, que sabiendo las facultades de la Matemática para explicar la complejidad de la naturaleza, el profesor es como un lazarillo para orientarnos en el laberinto de nuestro propio mundo.

Y viene a cuento la cita porque junto a Vicente del Bosque -dos Ligas y dos Champions- y Zinedine Zidane -dos Ligas y tres Champions- son los técnicos merengues que mejor se han orientado para explicarnos el ADN blanco; ese complejo mundo que habla de esfuerzo, perseverancia, éxito, talento y hasta de valores humanos, porque la propia elegancia de los tres ejemplifica el mejor talante deportivo.

Zidane no será el mejor entrenador del mundo; él mismo lo reconoce. Tampoco creará escuela ni marcará una época en el panorama futbolístico universal, como se recuerda de otros técnicos en grandes equipos. Y, desde luego, jamás se jactará de nada por el estilo, como sí se han reivindicado otros con menos talento y, sobre todo, con infinito menor talante. Pero sí ha marcado una etapa exitosa difícilmente repetible en el Real Madrid y por el resto de clubes europeos. Por eso, pese a quienes le consideran un mero alineador o aluden a su manida flor, e incluso a esos que dentro del propio club le apodan ‘el Moro’, quiero pensar que coloquial y no despectivamente; es ya una leyenda blanca.

Pronto sabremos quiénes siguen, se marchan y adónde, y quiénes vienen a nuestros grandes. Pero al margen de resultados y títulos, hay dos personajes con derecho para hacer su voluntad sin reproches de nadie. De corto, Messi, y de largo, Zidane. Del argentino no tenemos experiencias; solo el amago de huida del pasado verano; pero el francés sí ha demostrado carácter para irse renunciando a cualquier interés. Solo sus presidentes pueden retenerlos, si es que aún cabe, ilusionándoles con plantillas potentes para lucirse y optar a todo.

Ciñéndonos a Zidane, creo que coinciden las circunstancias actuales de la plantilla blanca con las de 2018, aunque más añosas Se marchó porque se iba a debilitar la plantilla y el presidente no estaba por regenerarla con varios fichajes de relumbrón. Pérez había marcado ya su línea estratégica de apostar por futuros; por juventud talentosa en lugar de figuras contrastadas. Y volvió pronto, sin embargo, porque la lealtad y el agradecimiento son otros de sus valores. Hacia el club y su presidente, que apostaron por él cuando carecía de currículo como técnico, y hacia el grueso de jugadores que le habían hecho tricampeón consecutivo de Europa. El Real iba a la deriva y sintió la llamada de las emociones, aparcando la razón.

Este verano habrá otro Rubicón blanco. Trabajar con jóvenes no es precisamente lo más resaltable del francés. Tal vez sea su punto débil. Sin embargo, enjaretar egos y alargar al máximo la vida útil de los buenos futbolistas sí es su fuerte. Florentino lo sabe mejor que nadie y debe tomar decisiones. O afloja la pasta necesaria y hace dos o tres incorporaciones de postín, con Mbappé o similar por delante, que es difícil, y más en este tiempo de pandemia; o adiós a Zidane y a pensar en alguien que guste barajar gente joven. Raúl, que está a mano, o Klopp, que es complicado, aunque quizás sea el oportuno, son opciones válidas. A decidir tocan.

Y enfrente, Koeman aguarda el dedo de Laporta jugándosela en cada envite. Ha salvado el primero ganado brillantemente la Copa del Rey, aunque pesa demasiado su doble fracaso ante el Madrid. Pero para quienes nos gustan la imaginación y la valentía, el holandés se ha ganado seguir en el Barça. Apostar por Pedri, Mingueza e Illaix no es baladí. Como tampoco recuperar a De Jong y Griezmann para la causa y recuperar a Dembélé. Con Ansu y Araujo serán la columna vertebral del futuro Barça post Messi, al que deberán sumar un par de estrellas mundiales para reverdecer laureles, con Haaland de prima donna.

Zidane es el mejor posible para una plantilla como la blanca actual. Y Koeman el idóneo para imaginar futuro en el Barça. Pero Pérez y Laporta deben iniciar el baile. Si el capo merengue redobla su apuesta por la juventud, deberá fichar otro técnico, y si el singularísimo culé se enroca en su rentable fachada antimadridista, también.

Otra cosa sería echarse un pienso inteligente y abrir la caja de caudales, si es que hubiera algo más que ideología demagoga, soberbia galopante o telarañas.