La mediocridad es a la brillantez lo que el aburrimiento a las emociones. Y así, falto de brillo y palpitaciones está nuestro fútbol. Pero tal vez no sea algo solo propio, sino la tónica general en Europa salvo los chispazos geniales de algunos grandes jugadores: Haaland y Mbappé como novedades y las últimas lunas de Messi y Cristiano, referentes de una época histórica que tardará en repetirse, sumando las intermitencias de otros como Lewandowski o Silva, oscurecidos por su coincidencia generacional con quienes la protagonizaron.

La final de Copa aplazada con triunfo pírrico de la Real tuvo el juego plano de nuestra selección como prólogo del aburrimiento generalizado; dos tiros a puerta en todo el partido, uno del penalti decisivo y otro previo del causante del mismo en la portería de enfrente. Cuando solo la incertidumbre por el resultado mantiene vivas las expectativas es que el fútbol mediocre se impone. Lo mismo ocurrió en los tres partidos que los seleccionados de Luis Enrique nos brindaron en siete días, con el añadido del muestrario que los define: improductivo dominio a mansalva, infumables fallos esporádicos atrás y ni un solo jugador con calidad que marque diferencias.

Hay quien se consuela pensando que Francia tampoco golea y que a la todopoderosa Alemania le pintaron la cara unos recién llegados —Macedonia—, tras la goleada todavía caliente de los nuestros, pero eso también es síntoma de lo irrelevante de tal hito del fútbol patrio, sin pretender restarle méritos a los aciertos de los de Luis Enrique en aquel encuentro, que los tuvieron y mucho. Aunque tal vez haya que recurrir a una característica también secular de este deporte: que hay días para todo.

A ese respecto, a algunos amigos que no se explican que cualquier equipo del fondo de la tabla ningunee al Madrid o al Barça, les recuerdo que yo he visto al Elche, recién ascendido a Primera, ganar justamente en el viejo Altabix al Real pentacampeón de Europa con Di Stéfano —enorme marcaje de Chancho ese día—, Santamaría, Puskas, Gento y compañía.

Pero esa casuística, que siempre ha sucedido para el bien del fútbol, no puede empañarnos la óptica de la realidad. Nuestro fútbol atraviesa un desierto que durará hasta que cuaje otra generación como la iniciada por futbolistas como Raúl y acabada con las últimas lecciones de Xavi e Iniesta. Porque otros fenómenos como Ramos o Busquets, siendo importantes y referentes en sus clubes, fueron en sus mejores momentos meros acompañantes de los verdaderos genios; los que de verdad marcan cada época.

Ocurre lo mismo en esta liga, que no será recordada por nada espectacular sino por si continúa o no Messi en el Barça, con el Atleti encabezando una tabla estructurada en lo clásico: los tres grandes arriba, con más sombras que luces; otros tres o cuatro peleando por puestos europeos, que antes de tanta competición y tantas oportunidades europeas no lucían nada; otra media docena en la irrelevancia media y quienes manejan menos presupuesto luchando por mantener una categoría que gracias a los dineros publicitarios televisivos salvan su economía. Siempre fue así, con el redicho equipo revelación de cada año por arriba y el mediano de turno en apuros.

Sin embargo, las ventajas competitivas históricas siempre las marcaron los grandes. El Madrid de Di Stéfano y Gento, el del Buitre, el de los galácticos o el reciente de Zidane; el Barça de Kubala, los del Cruyff jugador y técnico o el irrepetible de Guardiola, con Messi como referencia en los últimos quince años; el Atlético del Luis jugador y técnico, el de Futre, Quico y demás, con doblete de Antic incluido; lo actual de Simeone con su partido a partido y la garra por bandera; el Valencia antiguo de Mundo, el ganador de Liga entrenado por Di Stéfano, y los de Cúper y Benítez con Piojo López, Baraja, Albelda o Ayala; el viejo Sevilla de la delantera Stuka de Campanal y Pepillo, y los recientes de Monchi o aquel ‘EuroBetis’ de Cardeñosa y compañía; el Zaragoza de los cinco magníficos de Marcelino y Lapetra; y hasta la Real de las ligas de Alonso padre o el Bilbao también bicampeón de Clemente.

Pero esta temporada no pasará a la historia del lustre futbolero de ningún tipo, como tampoco la pasada. Y así está el patio, esmirriado hasta que escampe esta mediocridad que nos consume por aburrimiento. Ojalá que Ansu, Pedri, Llorente, Gil, Ferrán, Torres, Villar, Pérez o Vinícius rearmen nuestras emociones.