Sin emociones, la vida es aburrida y el fútbol también. Un simple tránsito hacia lo que venga en el devenir de cada día, y un ejercicio estético deportivo sin pasión que ni acaricia el espíritu ni alimenta sueños.

En el tramo final de temporada, cuando se decantan las trayectorias y fructifica o se agosta el trabajo previo de los clubes, afloran las emociones o se hace penitencia por lo mal hecho y, aún así, la pasión manda cuando hay algo sustancial en juego. Pero no todo lo pasional es bueno, porque a veces produce cegueras de razón. Es cuando se anteponen los deseos a la realidad, el grito a la reflexión, el a toda costa al propósito de enmienda, el desvarío impotente o estéril a la sabia frialdad analítica para rectificar y los colores y miserias del árbol que nos cobija al esplendor y fecundidad del bosque que nos da la vida.

Pero en el poliédrico fútbol, como en el hombre, hay multiplicidad de sensaciones que pueden aliviar penurias. Como ejemplo, sería difícil hallar en la historia del Barça una época más convulsa y contradictoria que la actual. Sin entrar en detalles esperpénticos que ya hemos analizado, Koeman, más allá de resultados esperanzadores, está logrando reanimar la pasión culé gracias a las emociones y al orgullo de pertenencia que generan unos chavales recién llegados, pareciendo llevar años entre los grandes. Así, Pedri, Araujo e Illaix, incluso Mingueza si le dan continuidad o Dest, se unen al ya veterano entre ellos Ansu Fati y hasta a Riqui Puig en el despertar emocional del imaginario grande blaugrana, con la Masía de fondo como manto protector de sus esencias desde la escuela de Cruyff y su profeta Guardiola.

Algunos dirán que ese éxito de Koeman reside en haber hecho virtud de la necesidad, pero con el canario juvenil Pedri no había tal, y desde el principio apostó por él sin titubeos. Igual que Pep tampoco tenía necesidad, sino todo lo contrario, de apostar por los tercerolas Busquets y Pedrito y el repescado Piqué, ni de hacer mariscales a Xavi e Iniesta, que no eran titulares ni indiscutibles con Rijkaard; entonces había dinero. Y como colofón de esas pasiones que empiezan a desatarse y culminarían si se consigue algún título o el nuevo presidente obrara prodigios, empieza a tomar cuerpo la ilusión de que Messi se quede. Incluso aventuro, que igual que fue el comodín de los viejos éxitos de sextetes, dobletes y tripletes, puede coger forma el ideal de que sea el maestro a venerar también del futuro Barça de esa nueva generación de figuras.

En el Madrid, las pasiones se fueron aguando desde la marcha de Cristiano y el progresivo enjugascamiento de Pérez con el nuevo estadio, alejado también del cebar de bomba que lo caracterizó en sus primeros tiempos y en su reaparición posterior. Esa distancia de lo deportivo, como director de facto, ordenando a sus adláteres que gestionaran su plan estratégico de fichar jóvenes de medio coste para evitar los grandes dispendios, amén de rentabilizar a la cantera vendiendo con ciertas condiciones a sus promesas ya cuajadas, también han teñido grisácea la pasión blanca.

Tampoco ayuda el tedioso juego merengue, sin gol ni esperanzas a mano, aunque tal vez sea en conjunto una consecuencia de empachamiento y cierta soberbia por el extraordinario éxito de sus últimas cuatro Champions, con las irrepetibles tres consecutivas. Ni propician tampoco pasiones el escaso acierto de los Vinicius, Asensio y compañía, que un día ya lejano apuntaban a grandes, ni un Zidane que aburre a pesar de ser santo y seña del madridismo reciente.

Ingenio deberá tener Simeone para salir del sorpresivo bache que dura ya demasiado y nadie podía presuponer hace tres semanas. Y de su mismo bucle timorato, que podría asemejarse a la jindama calé y empieza a ser definitoria de sus derivas a la hora de la verdad.

El Atlético tiene a tres puntos al Barça y a cinco al Real, que podría ampliar con su hucha del partido menos, pero espabila o lo limpian. En su contra juegan el empuje del Barça, en pleno aceleramiento con Messi más en los mandos que en los goles, aunque opte al Pichichi, y el cuajo del Madrid en momentos clave.

La Liga se torna apasionante. Dos partidos buenos o malos dictarán sentencia y lo doméstico se torna en necesidad porque ya no pisamos moquetas europeas.

Es la hora del ingenio: reinventarse para seguir siendo mejores.