Virginia Hernández Vicente no era una nadadora más del Club Natación Ciudad de Murcia. Ella representaba la alegría, la ilusión por vivir, el espíritu de lucha. Y así se lo transmitía a sus compañeros, esos que siempre deseaban coincidir en un entrenamiento con ella para irse a casa con una sonrisa dibujada en el rostro. Pero con 40 años dijo adiós a este mundo. En 2018 le detectaron un cáncer de cervix que superó, pero en la última revisión anual apareció una mancha en el pulmón en una mujer que nunca había fumado y que llevaba una vida sana y deportiva. Unos días después de comenzar el esperanzador 2021 se marchó, dejando a sus amigos, su familia y su pareja desconsolados, sin encontrar una explicación.
Virginia Hernández fue campeona y subcampeona regional de aguas abiertas. También se había atrevido con los triatlones y las medias maratones. Para ella lo de menos eran los títulos y las medallas, pero disfrutaba como una niña cuando subía a un podio. Le apasionaba el surf y no dudó hace unos años, en 2008, en coger la mochila, como muchas tantas veces hacía, para irse a Galicia a practicar durante un verano en una escuela. Allí fue donde conoció a su pareja, Rafa, un gallego que se enamoró de su energía y quien no dudó en abandonar poco después su vida para venirse a Murcia con ella.
Uno de sus sueños era competir en el Campeonato del Mundo para nadadores máster. Y lo consiguió en Budapest 2017 después de haber estado en varios Campeonatos de España. Podría haber cogido un avión, como el resto de sus compañeros, para realizar el largo viaje, pero renunció a ello para acompañar a Vivi Salazar, una fisioterapeuta de Guatemala que llevaba poco tiempo viviendo en España. Su compañera aún no tenía los papeles en regla y no podía coger un vuelo, pero ahí estaba Virginia para decirle: "No te preocupes, yo te acompaño en el tren". Cargó con lo esencial esa mochila que le acompañaba en todas sus escapadas y ambas cogieron el Eurorail. De Murcia a Barcelona para continuar hacia Francia, donde llegaron hasta un pequeño pueblo a las nueve de la noche, sin posibilidad de encontrar ya alojamiento ni de coger el enlace hacia Suiza. Era una noche gélida, con viento y tuvieron que dormir al aire libre hasta que a las tres de la mañana, atenazadas por el frío, se metieron en un barco: "Menos mal que no pasó nadie por allí", recuerda Salazar. Al día siguiente prosiguió un viaje que duró tres días hasta que llegaron a Budapest, con un melón en la mochila que le había dado a Virginia su hermana y que se comieron nada más llegar a la capital de Hungría. Pese al cansancio, al día siguiente se lanzaron al río Balaton para competir en los tres kilómetros en aguas abiertas. Después llegó también el Mundial de Pontevedra y ese albergue del Camino de Santiago donde se hospedaron todos los componentes del club Ciudad de Murcia, que disfrutaron hasta la extenuación del deporte y la convivencia. "Era muy raro no verla sonreír, era el alma del equipo, siempre bailando", recuerda Salazar.
Pero no solo en natación, medias maratones o triatlones compitió Virginia. También le gustaban los campeonatos de salvamento y socorrismo, a los que no dudaba en acudir aunque fuera sola. Cogía su mochila y se lanzaba a la aventura, sin importarle dónde tenía que viajar.
Virginia Hernández, que se desplazaba a todos sitios en su inseparable bicicleta, era profesora de Educación Física. Impartía clases en Cabezo de Torres, un colegio que alternaba con el Centro de Educación Especial Pérez Urruti. Quería vivir de primera mano la experiencia de educar a niños con otras capacidades porque tenía una sobrina con una enfermedad rara. Para conocer más de cerca la misma, se embarcó en esa aventura, con el fin de poder ayudar más tanto a la hija de su hermana como al resto de niños. Virginia, en sí, derrochaba empatía y solidaridad.
Su bondadoso corazón también le llevó a dar un paso al frente durante la pandemia. Cuando aún los sanitarios apenas disponían de mascarillas para poder llevar a cabo su tarea, ella misma no dudó en ponerse a coser y las llevó a los centros hospitalarios. Quizás por todos estos detalles, andar por la calle con Virginia era imposible, porque cada cinco metros tenía que pararse a saludar a algún conocido.
Hace unos días se marchó físicamente, pero su llama nunca abandonará a esa legión de amigos que dejó repartidos por todo el mundo porque Virginia no dejaba a nadie indiferente.