A millones de aficionados nos sirve de bendito bálsamo para sobrellevar el enclaustramiento casi obligado que provoca la pandemia. Una tarde como la del sábado pasado es más llevadera si podemos seguir a nuestros grandes consecutivamente en familia, comentando también a distancia sus vicisitudes con los amigos entre encuentros.

Incluso iniciamos las semanas con mejor ánimo pensando en los partidos que las salpican por las diferentes competiciones y los apretados calendarios. Y esa función social debería ser reconocida por las autoridades de toda índole como un aporte vitamínico oportuno para nuestros ánimos, en especial ahora, alicaídos como nunca; un chute de esperanza que si no existiera habría que inventarlo y que debería hacerles reflexionar para cuidar a sus protagonistas, tanto clubes como jugadores. No hay ningún otro entretenimiento más generalizado ni que periódicamente nos permita hacer borrón y cuenta nueva renovando ilusiones. Y cuando no hay contagios, en grupo.

Por eso, ante el riesgo de agotar a los artistas y provocar lesiones por estrés físico y anímico, con el consiguiente empobrecimiento del espectáculo, las diferentes organizaciones que dirigen el fútbol deberían racionalizar sus decisiones, incluso cambiando normas y reglamentos, y dejarse de ordeños abusivos y de luchas por soberbia o egoísmos personales y económicos. Los futbolistas no son máquinas ni los clubes empresas al uso. También deberían tomar nota de esta realidad los diferentes gobiernos y legisladores, que a veces solo tienen el antiguo pan y circo como referente. Las distintas competiciones deportivas son otra forma de vertebración social y no una cuestión menor o baladí, como a veces traslucen por desinterés, desconocimiento, abulia o, directamente, desprecio.

A nuestro nivel nacional, no recuerdo ninguna otra exaltación ciudadana como la que originó el triunfo de la Selección en las Eurocopas, sobre todo en 2008, y en el Mundial de 2010. Supuso un españolismo tan agudo como hermoso sin parangón en ningún otro acontecimiento social ni por supuesto político. Y eso, aparte de saludable por el gozo y la alegría, hermana a unos ciudadanos demasiados ayunos de otras satisfacciones personales y comunitarias. Vertebra, en suma, a una sociedad necesitada de hitos unificadores relevantes y solidarios. Así que échense un pienso los mandamases y mimen al fútbol, más allá de como deporte, que no es solamente de actores privilegiados ni de indigentes intelectuales u ociosos ni de gritones en los estadios y discutidores en barras de bar.

Demasiado serio para improvisaciones o café para todos y desprecios o descuidos de seudoacadémicos ensoberbecidos. No es ciencia, pero puede ser arte. Es entretenimiento, pero mueve más pasiones personales que millones. Y es un juego, pero también más auténtico y humano que la mayoría de actividades, aparte de las asistenciales, formativas, sanitarias, espirituales, laborales y familiares.

El Madrid continúa en su tobogán de sensaciones y resultados. Y es que, los trece o catorce jugadores de cabecera de Zidane no se pueden estirar más; el resto están desenchufados. En otros grandes se mira al banquillo y puede haber soluciones. En el merengue parece que tocan a rebato cuando vienen mal dadas; el técnico, a última hora, saca a dos o tres de golpe que ni están ni se les espera.

Koeman parece que ha dado con la tecla y los elegidos hasta enamoran con su juego. La sonrisa recobrada de Messi es un indicador claro, aunque también aquí la suerte va por semanas. En la última han sonado campanas de gloria cuando en la anterior tocaban a muerto. Goles son amores. La continuidad de su buena racha será el reflejo de los aciertos del omnipresente Messi y del renacido Griezmann. Si alargan sus aciertos y logran cerrar mejor atrás aún pueden reverdecer aspiraciones.

Sevilla y Villarreal dieron espectáculo ante una Real Sociedad competitiva y un Celta que parece volver al averno. Para un modesto, la baja de algún titular es un hándicap importante. Máxime si se trata de uno de los mejores delanteros españoles del último decenio. Aspas sí es imprescindible. Su sola presencia explica por qué los vigueses siguen en Primera.

Y la hucha de tres partidos menos del líder de La Liga puede ser determinante si suma al menos seis puntos más. Con diez o doce de ventaja ya le pueden echar galgos al Atleti de Simeone. No lo alcanzan ni con alas. Hará biblia de su breviario partido a partido y del santuario de portería virginal.

Se gana tanto sin encajar como marcando. Y en la vida, más ahorrando que con avaricia.