Llevaba Iván Pérez siete partidos sin entrar en una convocatoria. Unas molestias musculares, según el único parte médico que ha dado el Real Murcia en todo ese tiempo, habían impedido a Adrián Hernández contar con uno de sus jugadores favoritos. Una lesión a la que nadie pone nombre había permitido al equipo grana ahorrarse los continuos pecados de uno de los futbolistas que mantiene intacto el crédito para su técnico un año y medio después de aterrizar en Nueva Condomina.

Iván Pérez apenas había intervenido 171 minutos. Pero el 2021 empezaba con la vuelta del lateral murciano, y ni un segundo esperó Adrián Hernández para dar la titularidad a un futbolista que apenas tiene competencia después de que Adrián Melgar no haya aprovechado sus oportunidades. La sorpresa fue que Iván Pérez, que como lateral tiene más defectos que virtudes, no aparecía en la defensa murcianista. Ahí repetía Álvaro Moreno. La sorpresa es que Iván Pérez, que en un año y medio no ha demostrado nada para continuar en la plantilla del Real Murcia, no solo jugaba como extremo sino que además tenía total libertad, incluso para cambiar de banda durante muchos minutos.

Ni en la izquierda ni en la derecha apareció Iván Pérez, confirmando por qué en todas estas semanas solo Adrián Hernández lo ha echado de menos. Apenas una cabalgada que quedó en nada y de la que hoy nadie se acordará. Pero sí tuvo su minuto de gloria el lateral murciano. O sus dos minutos de gloria. Fue cuando el Real Murcia más sufría. Como haciendo un favor a los aficionados, como inyectando una dosis letal para acabar con un sufrimiento que parecía que iba a llegar de forma natural, el futbolista de El Palmar decidió autoexpulsarse. Su plan empezó en el minuto 71. Andaba por la banda derecha tan perdido como por la izquierda. Su presencia no servía de desahogo. Tampoco ayudaba a un equipo perdido y sin ideas para aprovechar sus salidas a la contra. Pero sí apareció para desplazar un balón cuando el colegiado esperaba para que El Ejido sacase una falta a favor. El árbitro tiró de reglamento y le sacó amarilla.

Solo cinco minutos después, en esta ocasión por la izquierda, porque para Adrián Hernández es tan importante que puede intervenir donde le venga en gana, hacía una falta que significó la segunda cartulina y su expulsión. A la vez que abandonaba el terreno de juego, los locales aprovechaban esa acción para desnudar a una zaga incapaz de despejar.

Toni Arranz era el encargado de batir a un Josele que en esa acción no pudo hacer nada, pero cuyo estreno, después de la marcha de Tanis y a la espera de que Adrián deshoje la margarita y deje de cambiar de opinión sobre qué portero le gusta, no aportó demasiada confianza.

Con el gol de Toni Arranz acababan las esperanzas de victoria del Real Murcia. Porque el gol de Toni Arranz fue como un saco de carbón del que traen los Reyes Magos cuando has sido malo. Porque ayer el Real Murcia, como suele ocurrir cuando se apagan los focos de las grandes citas, volvió a las andadas, completando un encuentro en el que nunca mereció ganar, y eso que Chumbi se empeña en sacar del apuro a sus compañeros.

Porque en Santo Domingo el experimento de Adrián Hernández de poner a Iván Pérez de extremo no dio resultado; porque en el campo de un equipo que llevaba cinco jornadas sin ganar -un empate y cuatro derrotas- los murcianistas no fueron capaces de hacerse con el control. No se vio ni una jugada combinada en los 90 minutos. Solo dos acciones aisladas. En la primera, Chumbi no dudó en destapar el balón envuelto en papel de regaló que le puso Pedrosa para subir al marcador el 0-1 cuando los jugadores ya pensaban en el descanso y cuando daban ganas de apagar la televisión para alargar la siesta. En la segunda, después de una contra en el minuto 59, el canterano no tuvo la inspiración del aguileño, y por dos veces erró ante Wilfred, significando esos dos fallos el principio del fin de un Real Murcia por delante en el marcador.

A la vez que los locales ganaban presencia en ataque, el Real Murcia hacía lo que siempre hace cuando toca enfrentarse a rivales poco atractivos, perderse en el terreno de juego. Con Abenza y Yeray más ocupados en destruir que en construir, con el plan de Adrián Hernández en el cubo de la basura, porque las bandas nunca fueron importantes, y sin un líder en el banquillo que de una vez por todas convenza a los futbolistas de que no hay que dar un paso atrás a las primeras de cambio, los murcianistas se metieron en una espiral que, antes o después, solo podía acabar mal.

Cuando el primer cambio es tirar los dados, retirando del campo a David Segura en el 68 y apostando dos laterales derechos -Navas y Bertomeu-, el olor a chamusquina empezó a hacerse notar. En ese momento, con un marcador demasiado corto, los granas tenían a seis defensas en el terreno de juego. Y que nadie busque tecnicismos ni justificaciones ni hable de carrileros, defensas con alma de delanteros y otros cuentos, el conjunto que tenía que ganar sí o sí a El Ejido afrontaba los últimos veinte minutos con un portero y seis defensas -Navas, Bertomeu, Miguel Muñoz, Edu Luna, Álvaro Moreno e Iván Pérez-. Cuando Curto entraba por Pedrosa, la ecuación seguía sin cambiar nada. Era tal el cacao mental que debían sentir los jugadores, con un central de lateral izquierdo, un lateral izquierdo de palomita suelta jugando a ser extremo; y dos laterales derechos sobre el campo, que Iván Pérez tomó medidas drásticas. En un pispás acabó con el sufrimiento. Dos tarjetas amarillas y al vestuario. Para más inri en la jugada siguiente a la expulsión del murciano, la defensa grana, por llamar de alguna manera al desorden que había montado el entrenador, se hizo tal lío que al final Toni Arranz acabó marcando uno de esos goles que te dejan cara de tonto.

No conforme con regalar dos puntos de un golpe, el Real Murcia siguió jugando con fuego, estando más cerca de perder que de mantener el empate. Finalmente volvió a casa con un punto insuficiente y con otra oportunidad perdida para dormir entre los tres primeros.