Creo que jamás hemos deseado tanto el cambio de año. Esta Noche Vieja diremos adiós a un año horrible y suplicaremos tanto como deseamos que 2021 cambie el sinvivir que nos contagió su antecesor. Sin embargo, hay que acudir al sabio refranero para prender la llama de nuestra esperanza, que no resignación: no hay mal que por bien no venga.

Así, tras llorar a quienes se llevó el maldito virus y haber rezado cada cual a sus devociones por sus almas, y el que no, guardado en el ala noble del recuerdo a sus seres queridos, tristes todos por las sonrisas, abrazos y besos perdidos y hasta desesperados por adioses que nunca debieron producirse; tenemos la obligación humana de tirar para adelante.

El citado refrán encierra dos realidades consustanciales al progreso del hombre: pensar en positivo y ver en cada fracaso una oportunidad de superación y mejora. Y en algunos casos, hasta el retorno a virtudes perdidas por la ceguera que ocasiona el deslumbre de los becerros de oro que demasiadas veces nos hunde en la ciénaga de lo aparente; el mundo de cartón piedra con el que tapar vacíos, ambiciones desbocadas y vergüenzas cuando lo superficial desbanca a lo auténtico en nuestras entendederas. Y lo que es peor, también en nuestros corazones.

Y el fútbol tampoco es ninguna excepción en este reverso de la vida. La escasez dineraria, por ejemplo, origina una vuelta a las raíces. Los jóvenes y canteranos encuentran una oportunidad que en tiempos de abundancia se les niega. Cuando la necesidad aprieta se olvida el infundio futbolero de que a los jóvenes hay que foguearlos antes. Y determinados dirigentes hacen bandera de ello y sacan pecho cuando en la abundancia alardeaban de grandes fichajes y oropeles suntuosos.

Tal vez el caso más paradigmático en los grandes sea el de Pedri. No me lo imagino de titular en el Barça si hubiesen podido traer de vuelta a Neymar. Ni antes de la pandemia a Ansu Fati. Y los dos han demostrado que sin posibilidades, o aunque hubiera, son futbolistas que en poco desmerecen a los mejores del mundo. Los buenos juegan sin carnet de identidad.

Y en el Real Madrid, aunque ya habían establecido la estrategia de buscar talento joven de precios moderados a su nivel en cualquier parte del mundo para evitar los desembolsos alocados por la burbuja futbolística, tampoco me imagino a Vinicius o Rodrygo jugando de haber traído a Mbappé, ni siquiera la nueva oportunidad a Marco Asensio en forma de larga espera. O, sangrantemente, de haber cuajado el fallido Hazard.

Caso distinto es el del Atlético, donde reinventar futbolistas con el sello Simeone ha sustituido al antiguo método de traer futbolistas renombrados de vuelta de otros clubes „lo de Suárez debería ser una excepción„y de apañarse con lo que daba la mata, siempre a rebufo de que los otros grandes despreciaran o con fichajes de segundo nivel. Además, ya el año pasado optaron por retener talento en lugar de vender a la figura de turno para salvar los muebles. Y aunar estas dos opciones les ha dado el salto de calidad que tanto necesitaban para aspirar a ser uno más entre los grandes. El legado del carismático argentino podría y debería ser olvidar el pasado de ´pupas' que siempre caracterizó a los colchoneros; lo merecen. Y el de Miguel Ángel Gil, hacer verano fecundo de la alicaída golondrina que le dejó su irrepetible padre, con aquel doblete para la historia a lomos imaginarios de Imperioso; su Rocinante particular.

Todo esto ha propiciado que Luis Enrique tenga donde elegir. Confiesa que dispone de un grupo de treinta y tantos seleccionables para hacer dos equipos de garantías. Y sin que nos empañe la visión el seis cero a Alemania, debemos confiar en que sea así. Una selección que combine el talento veterano y su gran experiencia con la calidad de los jóvenes y su sorprendente desparpajo sería muy atractiva. El asturiano tampoco mira nombres, procedencias ni carnets de identidad. Y eso es bueno.

Dejando a los grandes, si miramos a nuestro entorno más cercano veremos que la mayoría de clubes están rebuscando y descubriendo en su arca nuevos valores que antes de esta ruina hubieran pasado desapercibidos. Es lo positivo de cualquier crisis: mirarnos los adentros para redescubrirnos.

Y la esperanza debería ser confiar más en nosotros, lo que somos, y menos en lo que podamos encontrar fuera; lo que deseamos aparentar.

¡Bienvenido sea 2021!