Aunque solo se parece a una empresa en la asunción de riesgos y en el fundamento de algunos principios económicos, el fútbol también debe reinventarse para que el paso del tiempo no lo supere.

La élite futbolística persigue la económica y los clubes europeos se conjuran. Ya no se trata de los fondos de inversión que manejan clubes medianos ni los fondos soberanos que controlan algunos grandes ni ciertos capitalistas individuales ni las escasas instituciones que siguen siendo de sus socios y abonados, aunque también rige para todos ellos y es denominador común, sino para una parte cada vez más importante de la economía deportiva con peso creciente en la mundial. Todos buscan la boca ancha del embudo dinerario que mueve los grandes canales de comunicación, televisiones y redes sociales incluidas. Hay una tarta publicitaria y comercial que acaparar en la mayor proporción posible.

Florentino Pérez es un adalid de la futura súper liga europea, que viene a ser la crema de la élite aludida. Y ni la FIFA ni la UEFA ni ninguna otra barrera institucional podrá contra el poder de los quince o veinte equipos de fútbol más importantes del mundo; todos europeos, de momento, hasta que despierten primero los norteamericanos, que iniciaron su despegue hace años, y luego los asiáticos emergentes, con los chinos a la cabeza. Y menos ´caciquillos' tipo Tebas o Rubiales.

Las ligas nacionales, con nuestra Liga como primera víctima, deberán asumir que el tiempo de vino y rosas del último decenio colapsa; los dineros televisivos menguarán hasta el nivel de la publicidad regional, entendiendo a España como una parte del entramado europeo.

En pocos años, menos de lo que muchos piensan, el Eibar, Levante, Getafe y compañía no recibirán en sus estadios a los primeros espadas de los grandes. Real Madrid, Barça y Atlético, como mínimo, competirán en la Liga con sus segundos equipos porque los primeros tendrán partido internacional cada jornada.

Y, además, deberán supeditar sus horarios a los que rijan en la súper liga que se avecina. Y no tiene vuelta atrás. El general dinero manda, entre otras cosas, porque esos grandes clubes son tan insaciables como bolas de nieve; cualquier contratiempo ocasional los enferma. La pandemia que nos atenaza es una muestra de la cadena sin fin de nuestra condición humana. Una buena excusa, como escaparate incontestable, para diluir egoísmos y soberbias.

La razón suprema del dinero, envuelto en la seda de que las circunstancias obligan, justifica oportunamente algo que decidieron haces años los ´mandamases' del fútbol europeo.

Hay que agradecer a Florentino Pérez la sinceridad de su discurso asambleario, preconizando el cambio que se avecina. Como antes a Bartomeu, en lo que fue el epílogo honesto a su desastrosa gestión, confesar que el Barça ya optó por ser competidor grande europeo. Y los Gil y Cerezo atléticos no lo niegan, como tampoco lo harán los Sevilla y similares que conviden a tan suculento banquete transnacional.

Y a fuer de sinceridad, qué quieren que les diga, muchos preferimos ver a nuestros grandes compitiendo con los Bayern, Borussia, Liverpool, Manchester, PSG, Milán, Inter y similares que contra equipos con un diez por ciento del presupuesto que manejan ellos. Otra cosa es preferir entre ligas cerradas, tipo NBA, con emoción por arriba, pero sin alicientes por abajo, a una competición con riesgo de perder la categoría y otros clubes europeos o de cualquier otra parte del mundo aspirantes a ocupar los puestos que dejen, que sería infinitamente más atractiva.

En definitiva, en este mundo nuestro donde desde el sofá de casa se pueden contemplar los mayores espectáculos del mundo en tiempo real, poder atrincherarse en casa cada fin de semana para disfrutar del fútbol en su máxima expresión es una tentación demasiado grande para despreciarla.

E incluso desde el punto de vista meramente deportivo, habría calendarios más racionales y menos lesivos para las figuras mundiales, excesivamente castigadas por jugar cada tres días partidos de desgaste y choque continuos.

Además de las oportunidades que se abrirían para los futbolistas jóvenes nacionales, encorsetadas sus apariciones por la titularidad casi obligada de los monstruos consagrados de las primeras plantillas de los grandes o lastradas por enfrentarse a ellos cada jornada. No es lo mismo enfrentarse a balones de oro que a aspirantes a serlo con sus mismos colores. Habría mucha más igualdad, oportunidades y emoción en las ligas nacionales.

El dinero manda, amigos, y es absurdo ponerle puertas al campo. La modernidad también es eso.